Where’s the Donkey Show?

Hace un par de meses decidí ir a recorrer la zona roja de Tijuana. Quería beber un trago, disfrutar de un buen baile, construir mi propio relato. Voy a decirlo de una vez. Fracasé.

Imagen: Portada “Tijuana Bibles: Art and Wit in America’s Forbidden Funnies, 1930S-1950s” (1997)

Por Laura Díaz

Where’s the Donkey Show?

Hace un par de meses decidí ir a recorrer la zona roja de Tijuana. Quería beber un trago, disfrutar de un buen baile, construir mi propio relato: atrapada en el mito, salí a buscarlo. Voy a decirlo de una vez. Fracasé. Volví a casa sin trago, sin baile y sin relato. No hallé en ningún lugar la ciudad de las mujeres más hermosas, la nueva Babilonia, la sin city. La Tijuana en el (mi) imaginario se desvaneció frente a esa(s) otra(s) en la realidad.

Tijuana nos fascina en la medida en que vemos en ella nuestros deseos representados. No hace falta ser tijuanense para notar que detrás del cúmulo de discursos sobre esta ciudad persiste un halo de fascinación insoslayable. Como el magnetismo, Tijuana nos atrae y nos repele, nos acerca y nos aleja. Pero Tijuana no es, representa, y por eso nos fascina: porque en su representación germinan los deseos más ínfimos y sublimes; es ahí donde se vierte el ansia de nuestras pasiones. La imagen que resulta de ella es, al mismo tiempo, una imagen propia. Nos-otros la hemos inventado. Allá afuera, el mundo fascinado contempla la gran obra.

Esta ciudad representa un mito. Específicamente, un mito bíblico: el de las ciudades de perdición°. Recoge para sí todo lo que puede asociarse a la inestabilidad caótica y apocalíptica. Violencia, drogas, prostitución. Y placer. Mucho placer. Aquella noche recorriendo la ciudad pensé, ingenuamente, que hallaría todo eso. Pero el mito no sobrevive a los embates de la objetividad cotidiana y pronto reveló para mí su frágil condición de realidad construida.

Simultáneamente, la ciudad se niega y se afirma a sí misma a través de sus representaciones. Unas, se distancian de la realidad; otras, en cambio, coinciden con ella. Pero no importa en qué medida el fenómeno y su representación correspondan. Todos los discursos contribuyen a forjar un imaginario que, aunque con frecuencia contradictorio, se vuelve fascinante por su fundamento mítico.

El espacio simbólico que evoca la ciudad provoca una especie de anti-identificación: es eso que no tenemos, aquello que no somos pero deseamos profundamente. En el intento desesperado de conseguir el objeto deseado, recorremos Tijuana, nos sumergimos en ella, hablamos de ella. Para nuestra sorpresa, todos los esfuerzos resultan inútiles. No podemos tenerla porque la ciudad no existe. Prevalece el mito, pero Tijuana es otra cosa, cambiante e inestable. Aquella noche fui el gringo crédulo que, en uno de sus cuentos, Rafa Saavedra retrata sonriente mientras busca con un afán pecaminoso ser testigo del legendario Donkey Show.

°Ver Humberto Félix Berúmen, Tijuana la Horrible: Entre la historia y el mito, Tijuana, El Colegio de la Frontera Norte, 2011, 412 p.

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