Rancho cosmopolita

Foto: libro “Irregular” de Ingrid Hernandez

Por Rodrigo López Montes

Tijuana, a pesar de su juventud –de sus baches, de sus muertos, de su polvo, de su flora amarilla–, es una ciudad importante, incluso comparable con grandes metrópolis y capitales del mundo: su economía basada en la industria maquiladora ha hecho de la ciudad un destino laboral nacional e internacional. Con ciudadanos de origen asiático, estadounidense, latinoamericano una reciente inmigración de árabes, africanos y haitianos pero sobre todo, mexicanos de todas partes de la república. Tijuana resulta ser multicultural, receptiva en muchos sentidos y permisiva en otros, producto de la mezcla de historias y tradiciones que llegan a ella.

El trabajo de fotógrafa de Ingrid Hernández, tijuanense con raíces en la CDMX, le puso en contacto con migrantes de todo el país que por alguna razón terminaron viviendo en asentamientos irregulares de Tijuana: baldíos donde las personas construyen sus casas sin ser propietarios del terreno. Estas comunidades ubicadas en las afueras de la ciudad se caracterizan por estar compuestas de viviendas hechas con material de reúso. Las casas que tienen techos de lonas, muros parchados con trozos de madera, escalones de llantas enterradas y vallas de esqueleto de colchón son los modelos que posan ante la lente de Ingrid.

Ella está segura de que Tijuana es una ciudad tan flexible y liberal que llega a ser liberadora. Es como si las personas vinieran buscando trabajo y, de paso, se encontraran a sí mismas. Acá pueden hacer cosas que en sus lugares de origen sería motivo de señalamiento o descalificación; es la misma juventud de la ciudad, con ese temperamento indiferente y típico adolescente que permite a sus habitantes volverse extrovertidos y auténticos; la propia city es quien les impulsa a hacer cosas nuevas.

Esta dinámica permite a Ingrid comparar a Tijuana y Nueva York –ciudad a donde también llevó su trabajo– desde la misma perspectiva conductual, sólo para darse cuenta de que NY, en este mismo sentido, se vuelve limitante del comportamiento de los migrantes mexicanos, pues su estatus ilegal les obliga a tener que pasar desapercibidos, llegando al extremo de provocar que interactúen sin ver a los ojos, que hablen en voz baja, y que se vuelven sumisos con tal de mantener su empleo y no arriesgarse a una deportación. Si en Nueva York más que liberarse, se inhiben, hace falta preguntarse ¿en cuál de las dos ciudades son más felices los mexicanos?

Su trayectoria artística-profesional es hasta lógica: después de fotografiar las fachadas de los asentamientos tijuanenses y bogotanos, continuó con los interiores en Nueva York y en Tijuana. ¿Por qué trabajar con casas y no con personas? Para Ingrid el hogar es el espacio más íntimo del ser humano, un lugar en el cual se pueden apreciar las aspiraciones, los deseos y las creencias de quienes lo habitan. A través de sus imágenes, Ingrid asegura conocer no sólo a la familia que ahí vive, sino a las costumbres que traen consigo, y todavía más, conoce a Tijuana.

Entre altares de muertos y niños disfrazados en Halloween, Ingrid recuerda su infancia sin poder decir qué fecha le resulta más importante. Porque así pasa aquí, a todos los tijuanenses les dijeron que celebrar el Día de Brujas es antipatriota y satánico, que lo propio es festejar el Día de Muertos. Y aun así, salían un día a pedir dulces y al siguiente participaban en el concurso de altar de muertos de la escuela. Para fortuna de los puristas, uno de los disfraces más comunes el 31 de octubre es el de Catrina. En definitiva, de las dos fechas, para Tijuana sigue siendo más popular Halloween, cuando el fenómeno verdaderamente importante y que debería brillar en los medios es la convergencia de ambos festejos en esta ciudad.

Igual de sorprendente es que aún teniendo tales dinámicas y manifestaciones sociales y culturales, Tijuana sea víctima de una desorganización que va desde las habitaciones fotografiadas por Ingrid, hasta el trazado urbano de la ciudad, pues aunque alguna intención se tuvo en 1889 –fecha del primer plano de lo que sería Tijuana–, a día de hoy se construye donde se quiere, para todos lados y sin mayor consideración. Por la mezcla de dichas cualidades tan representativas de la ciudad, Ingrid describe a Tijuana como un rancho cosmopolita: una metrópoli en la que más de la mitad de su territorio posee una estética antiurbana –colonias Valle verde, Las torres, 10 de mayo, La presa, Vista encantada, Nuevo milenio 2000, Salvatierra, Manuel Paredes y un largo etcétera…–, pero que al mismo tiempo convive con estas prácticas de ciudad de primer mundo.

Detrás de esta extraña mezcla se encuentra la esencia de la ciudad: una flexibilidad cultural que no obedece cánones; no hay un modelo a seguir como proyecto de ciudad, sino un montón de opciones, todas auténticas, que potencian y se nutren de la creatividad de sus habitantes, asegura Ingrid. La influencia de la cultura industrial ha tenido a los tijuanenses pensando, generando e innovando desde hace varias generaciones, y ese ingenio cultivado en la ciudad comenzó a notarse con todos los proyectos –ya sean económicos, tecnológicos, sociales o culturales– que se han incubado en Tijuana. El pensamiento propositivo y tenaz de estos tijuanenses creativos, sumado a la experiencia multicultural local, le hacen mucho bien a una ciudad que no para de crecer en ningún sentido. Los tijuanenses, sean de Tijuana o no, son aquellos que se distinguen por una cosa muy sencilla: trabajan por su ciudad.

Tijuanense es quien se siente de Tijuana, y no hay nada más tijuanense que no ser de Tijuana.

Screen Shot 2017-09-14 at 9.13.33 AM

Total
0
Shares
0 comments
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones Relacionadas