Por Andrea Latham
El día de muertos como inicio de una tradición literaria
Las letras sangran. Las letras sangran lentas dentro de nuevas visiones literarias, las que aspiran a convertirse prontamente en tradiciones indispensables para la narrativa contemporánea ¿El papel de la muerte? Fundamental en estas percepciones que no se preocupan por exaltar uno de los símbolos más importantes de la cultura mexicana, en cambio sobreponen chuscamente la descripción indiscriminada de la realidad. Y la realidad es que en nuestro país se mueren muchos, nos matan mucho. Pero la calidad literaria se ha visto comprometida en gran medida por una necesidad de contar historias morbosas que siempre constituyen un aspecto sombrío de la muerte, a través de fenómenos culturales que no deberían resultarnos admirables, como el surgimiento de la “literatura del narco” que expone la vida de los grandes capos, sus idolatradas travesías y hazañas. En las letras mexicanas, algo como el muerto o la muerte no se exponen, a menos que ese sea el propósito de un eje narrativo, de forma grotesca o gótica, se desarrollan bajo cuestiones estéticas y simbólicas mucho más trascendentes. Sin la intención de crear aquí una tesis que me genere la tarea de revisar todas las obras mexicanas que tocan la temática de la muerte, que, son muchísimas más de las que uno podría nombrar en un artículo como este, me remontaré a una de las tradiciones literarias más importantes, revolucionarias y poco apreciadas de México: Las calaveritas.
Resulta imposible concebir el imaginario mexicano sin una festividad que data desde antes de la conquista, y que ha sobrevivido cualquier intento de “civilización” para mezclar después sus raíces, con los ideales católicos. Por supuesto, El día de muertos. Actualmente se encuentra tan arraigada en la cultura popular que se han introducido y modificado tradiciones que la forman, como los elementos del altar, las catrinas/catrines que son hombres o mujeres vestidos elegantemente y pintados del rostro haciendo alusión a la calaca, o las calaveritas literarias, estas últimas ideadas para finales del siglo XIX. La festividad no ha seguido una línea recta para convertirse en lo que hoy se celebra por todo México durante los dos días de su duración (1 y 2 de Noviembre), al contrario se han generado a través de ella varias protestas. Una de las primeras es la que da nacimiento a lo que después se consideraría dentro de las letras como un pilar más de la cultura, por supuesto, las calaveritas literarias.
Durante la época de la colonia, surge una tradición oral importante que se le atribuye a la madre Matiana, a quién se reconocía en la época por sus epitafios o profecías en verso, después durante la época del virreinato se escribió la primera calaverita de Fray Joaquín Bolaños, pero se prohibió su circulación por considerarlas irrelevantes para la cultura. Tuvieron su última resurrección durante la mitad del siglo XIX, los datos históricos la sitúan dentro de un periódico en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Esa fue la forma que encontraron los rebeldes de expresar sus ideales políticos, su oposición, disgustos sociales o cualquier sentir personal, de manera burlona sin repercusiones. Fue el método de protesta más importante durante el siglo y se convirtió en un símbolo significativo para la muerte, su celebración y su enseñanza tradicional a lo largo del país y de los siglos. Uno de los trabajos más importantes fue el de José Guadalupe Posada que representó las calaveritas a través de importantes grabados expuestos en algunos de los periódicos más importantes. Varios escritores de diversos tiempos se dieron a la tarea de plasmar su visión en esta importante versificación; a continuación adjunto para el disfrute algunos ejemplos de diversas fuentes, además de anónimas.
A la enchiladera
En la pulquería se sienta
Panchita la enchiladera
que hace muy buenas chalupas
pero siempre está en disputas
y le han puesto calavera.
Al torero
Aquí yace un buen torero,
que murió de la aflicción
de ser mal banderillero,
silbado en cada función;
ha muerto de un revolcón
que recibió en la trasera,
y era tanta su tontera
que en el sepulcro ya estaba
y a los muertos los toreaba
convertido en calavera.
Las calaveritas representan hoy en día una de las formas más tradicionales de literatura, se enseñan popularmente en las instituciones educativas y se encuentran lejos de desaparecer. Son, sin dudarlo, una tradición tan vigente que ni el tiempo, ni ningún tipo de “progreso” globalizado podrá cambiar. ¡Vivan las calaveritas! ¡Vivan nuestros muertos, nuestros vivos, nuestro día de estar juntos! Y por supuesto nuestro poder de convertir una protesta social en tradición.
Andrea Latham (Ensenada, Baja California. 1997). Estudiante de Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Es poeta e impulsora de actividades literarias y cofundadora de Poesía Cuchumá. Ha publicado sus poemas en revistas electrónicas como Aeroletras, Región transparente y linotipia, entre otras. Cuenta con un libro de poesía independiente titulado Flor de Nopal (2017). Y a veces también escribe reseñas y cuentos muy cortos.
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