Extrañado de conocerte

Steven se levantó esa mañana con una extraña sensación, un hormigueo que le recorría la punta de los pies y se encaminaba por su entrepierna hasta llegar al pecho. Los ayeres y las mañanas estaban mezclados, con esfuerzo recordaba quién era y dónde estaba.
Por Ricardo de la Torre

Extrañado de conocerte

Steven se levantó esa mañana con una extraña sensación, un hormigueo que le recorría la punta de los pies y se encaminaba por su entrepierna hasta llegar al pecho. Los ayeres y las mañanas estaban mezclados, con esfuerzo recordaba quién era y dónde estaba. Se levantó de golpe, fue directo al baño a vomitar, en los labios le quedó ese viscoso sentimiento de incertidumbre acompañado de amargas palpitaciones que se albergaban en sus sienes y estómago. Una vez pasado el mediodía se libró de los males que experimentaba esa mañana.

En su cocina no había más que dos tazas de porcelana recostadas en un viejo buró que yacía junto a la puerta en las cuales tomaba café. Tenía una mesa color negro que se mantenía estable con la ayuda de un sobre de azúcar, en los costados de esa habitación de 4×4 se alzaba un papel tapiz a rayas con un toque cincuentero salpicado de tristezas y buenos recuerdos. Steven se acercó al refrigerador para beber un vaso de leche cuando, muchas de las ideas que le invadieron la cabeza por la mañana empezaron a tener sentido. Adherido con un viejo imán había una nota en la puerta de la nevera, en ésta ponía: ‘‘19/2/18 – 4:30 pm. Phoenix W. st. #8B’’ con la letra “D” como firma. Además de las palpitaciones en su cabeza, sentía que el dolor también provenía de su mejilla derecha, fue entonces cuando supuso que tendría algún problema con sus muelas y que esa “D” seguro era de Dentista; a Steven no le agradaba la idea de visitar al dentista, nunca le agradó, pero en específico ese día, con ese hormigueo en el cuerpo y ese palpitar, parecía lo menos conveniente.

El día era ventoso, frío por las nubes que se entrelazaban unas con otras, éstas formando una enorme capa que convertía el cielo en un paño grisáceo, las solapas de los abrigos que la gente vestía en la calle se agitaban con el viento, las esquinas de los viejos edificios silbaban y en la mirada de la gente se acuñaba le desdicha. Cuando Steven salió de su casa faltaba una hora para su cita con el dentista, entonces pensó que tendría tiempo para antes tomar un café. Steven amaba beber café y aún más en los días fríos, aún más si se acompañaba con un cigarrillo.

Justo antes de doblar la esquina se topó con un anuncio que tapizaba una pared en un local de revistas, en él ponían: “Can’t stand your old man any longer? No worries, visit Ace Wright and forget about unnecessary bills. Put a D to your problems.” en letras blancas junto a una parca que sostenía una guadaña, y en la parte posterior firmaba con una “D”, entonces comprendió que esa tarde no le sacarían una muela, esa tarde le sacarían la vida y, la parte más graciosa era que iba por su voluntad. Esa “D” definitivamente no era de Dentista, esa “D” era de Death; Steven trató de pensar rápidamente en qué debía hacer, una cola de preguntas le azotaba la cabeza, ¿dónde estaba?, ¿qué año era?, pero por alguna extraña razón se sintió tranquilo, decidió que entraría a tomar un café y ya pensaría en algo.

Steven entró en lo que parecía una pequeña plaza con una fuente chica que se extendía en el centro del recinto, en los costados había un par de mesas con sus respectivas sillas, en ellas habían botes de azúcar y dos o tres clientes. Entre éstos estaba un sujeto solo, con 5 tazas de café, todas para él, un cenicero atiborrado de cigarrillos mal apagados, y una caja de Camels aplastada en las manos tintineantes de éste extraño. Se acercó lentamente y éste lo vio extrañado y a la vez tan familiar.

―¿Steve?― preguntó el sujeto.
―Steven ― devolvió él―. Steven, ¿Roberto?

―Hola, siéntate― replicó el sujeto.

El extraño hablaba español al igual que Steven, pero eso ya no importaba, él solo quería librarse de su cita.
―¿Te gusta el café?―preguntó el extraño.
― Me encanta el café y los cigarrillos ― respondió Steven.
―A mí también me encanta el café ― mencionó el sujeto con una sonrisa en su rostro mientras daba palmadas en la espalda de Steven.
―Sabes, ya casi debo irme, tengo una cita con el dentista y aunque no quiero ir, debo hacerlo ―dijo Steven con el ceño apenado mientras se sobaba las solapas de su chamarra.
―Yo estoy libre, muy libre ―dijo Roberto con cara de simplón.
―¿Irás por mí, en mi lugar? ― preguntó Steven.
―Claro, no hay problema ―respondió Roberto, al tiempo que se paraba y se ajustaba el saco ―Debo irme, ya casi es mi cita y no quiero llegar tarde.
―Vale, no te preocupes, cuídate y no llegues tarde. ―lo soltó Steven al aire, ahora con el cuerpo relajado, pues ya había conseguido librarse de la muerte. Roberto salió por la puerta mientras Steven sorbía de una taza de café humeante que se enmarañaba con el humo de su cigarrillo.

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