por Natalia Ayala
La libertad se presenta como un tema de moda dentro de las conversaciones cotidianas. Sin embargo, es mucho más complejo de lo que parece. Como seres humanos, para estas discusiones, es indudable nuestro derecho a la libertad; podemos elegir libremente la manera en la que queremos vivir particularmente: credo religioso y preferencias sexuales.
Se considera que la libertad es parte importante de la integridad de cada ser humano. El tener la satisfacción de decidir por nosotros mismos sin sentir presiones. No obstante, el sistema mediante el cual se nos educa tiende a ser represivo y manipulador, con la libertad de expresión como la principal afectada en el proceso. Además de esto y de todos los estereotipos sociales que existen, surge la pregunta obligada: ¿Somos realmente libres?
De acuerdo con Mijail Bakunin “La presión de la sociedad sobre el individuo es inmensa, y no existe en absoluto un carácter lo bastante fuerte ni una inteligencia lo bastante potente que puedan considerarse al abrigo de los embates de esa influencia tan despótica como irresistible” (1972). La misma sociedad exige constantemente que sigamos un proceso, el medio catalizador de las ideas represivas. Es este sistema el que educa la manera de tomar decisiones: a cuál escuela asistir, terminar una carrera o no, buscar trabajo, casarnos, comprar una casa, automóvil, tener hijos y al finalizar la vida laboral, “disfrutar” el retiro.
Los alcances de esta manipulación repercuten hasta el momento en el que muchos jóvenes ingresan a la universidad, cuando están cursando la carrera y se dan cuenta que no es lo que buscaban o lo que esperaban; pero, pocos se atreven a dejarla, consideran que es mejor terminar algo (aunque no les guste), a no tener “nada”. Este es un tipo de esclavitud.
¿Por qué hacer algo que no nos gusta? En primer lugar, porque la oferta de carreras universitarias al alcance de la clase trabajadora está basada en la demanda de la economía próxima, sólo busca incrementar números y no ve por el bienestar y desarrollo humano. En segundo lugar, se nos enseña a sólo hacer lo que “produce” y no lo que nos realiza como individuos. Siendo esto último algo esencial para cualquiera.
Ahora bien, la sociedad parece estar conforme siguiendo estos patrones, pretendiendo ser libres sin cuestionarse y sólo adaptándose al contexto en el cual se desenvuelven. Observamos que cuando un individuo se desarrolla fuera de los parámetros establecidos por la sociedad, o cuestiona el sistema, se les aparta y señala como rebeldes e inadaptados.
Se considera que el éxito no está únicamente en llegar a una meta, sino durante todo el trayecto. Buscar siempre lo que nos produzca satisfacción personal y no sólo por cumplir ante la sociedad, restarle importancia al “qué dirán” y alzar la voz cuando estemos en desacuerdo con alguna situación.
Finalmente, de acuerdo con Stuart Mill “A veces su razón, otras sus prejuicios y supersticiones, a menudo sus afecciones sociales y no pocas veces las antisociales, la envidia o los celos, la arrogancia o el desprecio: pero lo más común es que al hombre le guíe su propio interés, sea legítimo o ilegítimo” (1859). A pesar de la aparente predestinación de cumplir con la sociedad, en definitiva siempre tenemos el poder de decidir por nosotros mismos, guiarnos por nuestros intereses, sin dejarnos manipular por lo que nos rodea. La finalidad de la vida no es cumplir con todas las metas establecidas, sino vivir plenamente, disfrutando de todo aquello que nos cause satisfacción, aprendiendo y siempre buscando nuevas y mejores oportunidades. Al final, la libertad es y será nuestra.
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Stuart Mill (1859) Sin embargo, para el hombre medio, su preferencia personal no sólo es una razón perfectamente satisfactoria, sino también la única de donde proceden todas sus nociones de moralidad, de gustos y conveniencias no inscritas en su credo religioso; es incluso su guía principal en la interpretación de éste. (p.23)
Stuart Mill (1859) A veces su razón, otras sus prejuicios y supersticiones, a menudo sus afecciones sociales y no pocas veces las antisociales, la envidia o los celos, la arrogancia o el desprecio: pero lo más común es que al hombre le guíe su propio interés, sea legítimo o ilegítimo. (p.23)
Mijail Bakunin (1972) La presión de la sociedad sobre el individuo es inmensa, y no existe en absoluto un carácter lo bastante fuerte ni una inteligencia lo bastante potente que puedan considerarse al abrigo de los embates de esa influencia tan despótica como irresistible. (p.12)
Errico Malatesta (2009) Por la costumbre adquirida en la especie, merced a la transmisión hereditaria durante miles y miles de años, esta necesidad de vida social, de cambio de pensamientos y de afecciones entre los hombres, ha llegado a convertirse en un modo de ser necesario e indispensable a nuestro organismo. (p.9)
Errico Malatesta (2009) Abolir la autoridad significa abolir el monopolio de la fuerza y de la influencia; abolir la autoridad significa abolir este estado de cosas en que la fuerza social, o sea, la fuerza de todos, es el instrumento del pensamiento, de la voluntad y de los intereses de un pequeño número de individuos, quienes mediante la fuerza suprimen, en su propio provecho y en el de sus particulares ideas, la libertad de cada uno. (p23)