Por La Vencedora/Heridas Abiertas
Desde 2010, indígenas de las comunidades rarámuri de Baquéachi, Bakuseáchi, Chineáchi y Huehuechérare bajan de sus poblados a la ciudad de Chihuahua, Chihuahua para llevar a cabo una misa en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y posteriormente, una marcha hasta la Cruz de Clavos, donde se concluye con una ceremonia rarámuri.
Estas acciones tienen como objetivo visibilizar la exigencia de este pueblo: “Justicia y verdad” para el caso del activista y abogado Ernesto Rábago Martínez, quien fuera asesinado a manos de un grupo de personas armadas que irrumpieron en su oficina por llevar a cabo la defensa del territorio de Baquéachi, que por decreto presidencial era de los indígenas, pero que décadas atrás fueron víctimas de despojo por parte de terratenientes.
La acción de Ernesto permitió que en 2016 el poblado pudiera recuperar alrededor de 21 mil hectáreas.
En 2009 el despacho que era la sede de la asociación civil Bowerasa –que significa “haciendo camino” en rarámuri–, fue atacado con una bomba molotov. Previo al deceso de Ernesto, la hija de él y Estela Ángeles Mondragón, también activista y colaboradora de la causa, sufrió un atentado.
En este acto, también se hace referencia al caso de Miroslava Breach, periodista de Chihuahua que fue asesinada en 2017 por cubrir la defensa de Baqueachi.
Los indígenas no pronuncian gritos, ni actos de odio, los indígenas bajan a curar, primero el alma de Ernesto y después las de los asistentes, en nombre de Onorúame Eyerúame, es decir, Dios padre y madre, siempre manteniendo la consigna de justicia y verdad en sus actos.
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¿Qué ha pasado hasta ese entonces? El Centro de Derechos Humanos de las Mujeres A.C. (CEDEHM), asociación civil con sede en la ciudad de Chihuahua, que se ha sumado cada año a esta consigna de justicia, señaló que apenas en el 2021 se llevó a cabo la reconstrucción de los hechos.
Se dice que nadie es profeta en su tierra y el claro ejemplo de ello es Ernesto. El abogado era originario de Torreón, Coahuila, el cuarto hermano de nueve y quien mostró ser un hombre culto, amante de la buena plática, algunas veces acompañada de una cerveza y una tortilla recién hecha.
“También le distinguía su constancia y tesón porque saliera a relucir la verdad, sin buscar protagonismo, algún reflector o parecer un luchador indigenista tradicional”, expresó Pablo Rábago, hermano menor de Ernesto.
“Su lucha permanente, desde mi punto de vista era más allá. Era una lucha permanente por la justicia, un pensamiento ético, intransigente, él creía en la cultura, en el desarrollo de la inteligencia, de la verdad, entonces, en ese sentido lo recordamos”, añadió Pablo.
Pablo refiere que los esfuerzos de Ernesto se concentraban en saber más, como única arma para alcanzar lo que por cuestiones de racismo étnico y desigualdad social se les quitó a los rarámuri: su territorio.
Recordó que el abogado Rábago “era un hombre que creía firmemente en sus convicciones, aunque eso implicara lastimar su bienestar”.
Con referencia a la manifestación que se realiza año con año en Chihuahua, Pablo Rábago consideró que “ésta se ha logrado mantener pese a los obstáculos que se les ha impuesto en materia económica y de movilidad, ya que al parecer hay esfuerzos porque este tema quede en el olvido. En el rarámuri hay tristeza, pues se perdió a una de las personas que sí los trató como seres humanos”.
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En defensa del territorio
Por su parte, Ignacio Becerra quien durante varios años formó parte de la asociación civil Bowerasa y colaboraba desde la comunidad de misioneros Redentoristas cuando tenían a su cargo la Parroquia de Sagrada Familia en Carichí, Chihuahua, recordó que Ernesto llegó con la comunidad rarámuri alrededor del año 1994, en atención de un llamado de abogados confiables para atender esta causa.
“Baqueachi no fue el único caso, también Chineáchi y Huehuechérare, digamos sólo en el territorio del municipio de Carichí, pero donde quiera nos encontraremos con este tipo de situaciones, por un lado, el abuso para obtener ganancias de las actividades forestales y, por otro, la cuestión de la tenencia de la tierra”, expresó el ex religioso.
Ignacio señaló que la gente mestiza –es decir, los que no eran de esa etnia–, se fueron quedando indebidamente con las mejores tierras y que, aunado a que implementaron una sobre población de cabezas de ganado, generó estragos en los pastizales de Baqueachi; en momentos de sequía, el abuso era mayor para los indígenas, ya que los mestizos exigían que su ganado tomara de los aguajes que el rarámuri usaba para el consumo humano.
El abuso se extendió hacia las mujeres rarámuri, de ahí que desde la pastoral social y el activismo se emprendió este proceso de la defensa de la tierra.
Aunque la muerte de Ernesto no fue en vano. Además de la recuperación de territorios en Baqueachi, también se ganó un litigio de Huehuechérare, pero en este último se involucró el crimen organizado.
“Es el primer juicio que se gana, pero resulta que no se pudo ejecutar. Al final se hizo una negociación porque aún y cuando se ganó la resolución presidencial, se veía que la situación podía ponerse muy difícil por la cuestión del narco en ese lugar, y pues se hizo una indemnización al ejido de Huehuechérare”, mencionó Ignacio.
Recordó que en el poblado de Chineachi también se logró la recuperación de terrenos.
En el poblado de Baqueachi había dos luchas legales ya que una parte estaba invadida por mestizos y otra sección por ganaderos. Bajo la asesoría de personas como Ernesto Rábago, se consiguió ganar el juicio contra los mestizos que ocupaban la cabecera de ese poblado y, cuando se buscaban las negociaciones, se tuvo este trágico desenlace.
“Nos sentamos en alguna ocasión con el Gobierno del Estado para que ellos hicieran una propuesta después de tantos años de buscar la justicia para el rarámuri, pero ellos decían que no pasaba nada y que todos deberíamos vivir en paz, en las mismas condiciones, pero no era justo”, expresó Ignacio.
Sumado a estos avances, a través de la asociación civil Bowerasa de la que Ernesto fue miembro fundador junto con su pareja Estela, padres redentoristas y religiosas del Perpetuo Socorro, se emprendieron proyectos en materia de educación, salud y medio ambiente con los que se buscaba cerrar la brecha de discriminación que se ejercía hacia el indígena.
“Tras la muerte de Ernesto, la acción social continuó por el bien de la etnia, pues no se podía dejar a la zona rarámuri en desamparo”, señaló Ignacio Becerra, pero tampoco cesaron los ataques. En una ocasión, cuando iban de camino a Baqueachi, cayó una piedra de 20 toneladas que, al parecer, fue movida por un gato hidráulico, pues se encontró un charco de aceite.
Finalmente, Ignacio subrayó que la integridad de Ernesto y Estela en la defensa del territorio fue incuestionable en los tribunales, prueba de ello es que se aplicaron las sentencias de los 27 juicios ganados contra mestizos de Baqueachi y de un recurso legal que se interpuso contra ganaderos de Nonoava.
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