Si pones un pie al interior de El Castillo Verde en Tijuana, podrás ver a un grupo de niños que no rebasan los 15 años y que, como si fuera una broma sanguinaria de la vida, están anexados para intentar curar una adicción a las droga.
Si los escuchas hablar entre ellos, no platican sobre cómo les fue en la secundaria, sobre la emoción de dar su primer beso o sobre sus planes para encontrar un trabajo de verano en vacaciones.
En cambio, la conversación gira en torno a la dura pelea que están dando contra la narcodependencia que padecen con alguna sustancias que los atrapó como anzuelo de caña de pescar: fentanilo, cocaína, mota, metanfetamina, el nombre es de lo menos.
Junto a ellos, permanecen confinados algunos migrantes de más edad, adultos jóvenes ya. Pero todos conviven pacíficamente en este anexo que es uno de los 121 centros de rehabilitación de los que se tiene registro en la ciudad.
Ellos llegaron hasta el norte buscando un recoveco por donde burlar a las autoridades fronterizas y, de contrabando, arrancarle a Estados Unidos unas migajas de lo que su clase media llama el “sueño americano”.
Escapaban de las precarias condiciones de las comunidades donde nacieron. Ya sea que se trate de algún pueblo domado por la violencia en México o de un país al sur del Osumacinta. El problema es que antes de que encontraran una mejor vida, las drogas los encontraron a ellos.
Algunos, incluso ya habían logrado cruzar el río o el desierto hacia tierras estadounidenses, pero fueron deportados cargando sobre los hombros una adicción sin encontrar, al regresar al punto de partida, con el apoyo de políticas públicas para su reinserción en la sociedad.
Esa es la realidad que viven muchos de los que se refugian en El Castillo Verde con la esperanza de recuperarse física y emocionalmente de una serie de fallos sistemáticos del estado que los abandonaron cuando se engancharon a una sustancia.
El Instituto Nacional de Migración (INM) ha reportado un incremento del 44 por ciento en la cifra de capturas de migrantes de 2022 a 2023, mientras que las deportaciones contrastan un descenso de 50 mil en 2023 en comparación a las 120 mil de 2022.
En entrevista con LINOTIPIA, Juan Antonio del Monte, investigador del departamento de Estudios Culturales del Colegio de la Frontera Norte (Colef) reafirmó que al no contar con programas integrales que brinden su seguridad al regreso, el quiebre de familias, la soledad de estar lejos de casa, la irrupción del “sueño americano”, la discriminación de la sociedad, el maltrato de las autoridades, y el consumo de drogas facilita que las personas repatriadas y deportadas sean “orilladas” a vivir en las calles.
II.
En Baja California el Instituto de Psiquiatría de la entidad (IEPBC), al corte de la mitad del 2023, tiene registro de 269 centros de rehabilitación, sin embargo, de esos solamente 175 están certificados bajo los criterios de evaluación marcados por la administración a cargo de la gobernadora, Marina del Pilar y apenas 33 cumplen con las disposiciones federales delineadas por la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic).
Los anexos o granjas, han sido un tema controversial en la opinión pública por décadas. La polémica salta a la conversación cuando se comprende que estos son sitios que, como tal, no son considerados clínicas de rehabilitación por las autoridades competentes.
Esto, en gran medida, debido a las diferencias metodológicas que tienen en las prácticas —algunas bastante cuestionables que llegan a poner en peligro a los adictos— que realizan en comparación a las de las clínicas establecidas con formalidad, para llevar a los pacientes a una pronta recuperación.
Otra controversia es el deslinde permanente que hace la Central de Alcohólicos Anónimos (AA) de estos lugares los que, prácticamente en todas sus formas, utilizan la liturgia y algunos conceptos de la organización fundada en Estados Unidos que los ve como un estigma y un lastre.
Esto último porque en el imaginario popular les hacen pagar los platos rotos cuando algo sale mal con los interno: golpizas, torturas, extorsiones, injusticias y hasta asesinatos.
Un anexo, en muchas de las ocasiones, opera en la completa precariedad y sin una formación médica de sus operadores, ya ni se diga, del personal que brinda un servicio en calidad de voluntario. Con el corazón en la mano, hacen lo que pueden.
Por suerte para los personajes que hemos conocido en El Castillo Verde, que es operado por un grupo de nombre Enfermeros Tácticos o Grupo M.A.R.T.E., no es el caso.
Para Mark Rivera, fundador de este grupo, los anexos como el que él mismo opera, El Castillo Verde, resultan ser al final el único espacio que les puede brindar un techo a los adictos que necesitan ayuda, pero que no tienen los recursos necesarios para que su familia los recluya en lugares como Oceánica y otras clínicas de renombre donde el costo mensual rebasa los 25 mil pesos por cabeza.
Es por eso que, Mark le da la bienvenida incluso a las personas en situación de calle que lo necesiten y que sufren en silencio con sus adicciones. Casi como si fueran invisibles para el resto de la sociedad. Los loquitos del centro, se lee a menudo en redes a modo de caricatura.
III.
Estamos en las faldas de un cerro ubicado cerca de Colinas del Sol. Para llegar hasta aquí hay que cruzar por un camino de terracería, alrededor hay pocas casas, eso sí, también te puedes encontrar con tiendas de abarrotes con “minicasinos” y personas en la entrada simulando vigilar la zona. Halcones del crimen organizado.
Son cuatro pisos. La fachada está pintada toda en verde, no es difícil adivinar que de ahí viene el nombre, adentro es evidente la seguridad que resguarda el lugar, igual que arriba, con barandales de metal, algunos cuartos con rejas, candados sin señal de cámaras de seguridad solo la visión de los hombres uniformados.
Como cada semana, antes de entrar, Mark da una breve charla antes de entrar al sitio, en las afueras de un predio baldío a los costados del Castillo Verde, los forma en fila, y habla frente a los voluntarios que están dispuestos a ayudar en lo que se pueda.
Les recuerda cuáles son las reglas. Entre las que están mantenerse unidos respetando cada uno de los espacios a recorrer, reportar si alguno de los internos en el lugar presenta fiebre, síntomas de abstinencia y lesiones o heridas cutáneas que son comunes en la desintoxicación.
Es sábado por la mañana. Casi todos los voluntarios al pie del cañón hoy son adolescentes, algunos de ellos rehabilitados del mismo “anexo” que regresan a ayudar a otros como los ayudaron a ellos, y otros que, simplemente fueron rescatados en su momento de las calles antes de caer en las garras del narco.
“¡Atención! ¡Firmes!”, grita Mark en un tono marcial rompiendo la pasividad de la mañana, para después continuar con un “colegas, buenos días, nuevamente agradeciendo su apoyo, el programa de menores/adolescentes ha tenido dificultades, hemos pensado en desaparecerlo”.
Los voluntarios lo escuchan atentos. “Es admirable que estén aquí de manera voluntaria. Por algo estamos aquí, no nos vamos a dejar caer, no vamos a volver a la vida de antes”, enfatiza con un tono paternal el líder de Grupo M.A.R.T.E. a los cinco jóvenes dispuestos a ayudar a otros.
El programa de menores voluntarios en El Castillo Verde, al que se refiere Mark, se realiza los sábados y quienes lo conforman son, como se aclara en el nombre, aquellos adolescentes que desde muy temprana edad fueron tentados por sustancias ilícitas, como le dicen las autoridades con un tono institucional al fentanilo, al perico o al cricko.
Si se convirtieron en voluntarios es porque encontraron una manera de cambiar su situación de vida. Primero, sensibilizándose ante la situación de las personas que no pueden dejar las drogas por su propia cuenta para ayudarles con servicios básicos como ayudarles a bañarse, proporcionarles ropa limpia y comida, en caso de ser necesario. Esto a la par de atención médica personalizada en El Castilo Verde.
Uno de ellos accede a platicar con LINOTIPIA y dice orgulloso: “A nosotros nadie nos paga, lo hacemos por nuestra (propia) voluntad. Tenemos un cuenta de BanCoppel para quienes quieran apoyar con gasolina a Mark. Ya que, nosotros en ocasiones servimos como ambulancias porque la Cruz Roja, por ser un servicio privado, no se lleva a alguna de estas personas”.
IV.
Para poder entrar al Castillo Verde es obligatorio identificarse a través de una puerta de madera con una apertura de rejillas en la parte superior, una vez que pasas ese filtro, vislumbramos los rayos de sol que dan sobre el amplio patio donde las personas en rehabilitación pasan sus días en labores como pelar verduras, ordenando el tomatillo y los chiles jalapeños o haciendo tareas de limpieza como una forma de pago que les da derecho a una cama.
Una caseta domina el lugar. En ella, permanecen atrincherados dos hombres, que visten botas tácticas, pantalones tipo cargo y chamarra negra. Lo que da una vaga sensación de que entraste a una prisión.
Sus armas son unos celulares y una radio de onda corta. De la muñecas de uno de los custodios resalta un reloj gris estilo Cartier.
Se la pasan todo el día monitoreando entradas o salidas, y echando un ojo al área, una vez en el centro de todo, pudimos ver que los pisos se mantienen mojados, como si los lavaran una y otra vez.
Algunos internos trabajan en un rastro cerca de la zona y al terminar su turno traen consigo algo de carne. La destazan al aire libre en los patios del Castillo Verde y luego esa carne es la base de las comidas que se sirven en el lugar para alrededor de 50 personas. En el aire se percibe el olor a sangre.
V.
Los Enfermeros Tácticos constantemente visitan a los rescatados que vivían en situación de calle. Cuidan las horas de sus medicamentos, revisan sus signos vitales, les realizan pruebas de VIH, los bañan y demás. En El Castillo Verde también encontramos a pacientes psiquiátricos que son tratados con dignidad.
También tiene su lado cruento. En la planta baja del edificio en forma cuadrangular, al fondo, cerca de la cocina donde preparan la carne que traen del rastro, se encuentra el área de trabajo de aquellos que cumplen alguna “condena” por escapar de la reclusión, pelear, no obedecer el reglamento interno o peor… haber tenido una recaída.
Su castigo es pelar tomatillos y chiles jalapeños en un cuarto, pintado de verde para variar, donde han escrito en las paredes frases motivacionales y versículos bíblicos como “El amor es paciente; el amor es bondadoso; el amor no es envidioso ni jactancioso ni arrogante ni grosero” Corintios: 13.
La intención de pelar tomatillos y jalapeños es que esa actividad tan monótona les ayude a pasar las horas y hacer más llevadera la desintoxicación, especialmente, en aquellos con recaídas.
VI.
Al recorrer El Castillo Verde, el señor Alejandro Chávez Luna, que es conocido en la ciudad por atravesarse entre los carros en el arroyo vehicular del Bulevar 2000 poniendo en riesgo su vida cuando está intoxicado, se acercó a platicar con nosotros.
Nos cuenta que fue enviado a este lugar desde otra clínica como una reprimenda por pelearse con compañeros y autoridades de ese lugar al cual prefirió no mencionar por su nombre para evitarse más problemas.
Cuando lo encontramos, cumplía con una jornada de trabajo de 12 horas continúas pelando tomatillo, le quitaba la cáscara uno a uno, esperando a que las autoridades del Castillo consideren que ha mejorado su estado y le bajen el tiempo. A pesar del trabajo extenuante, está tranquilo.
Yo vengo de una clínica, pero me echaron de allá para acá por peleonero, allá había 30 personas y aquí lo considero como un hospital, está más grande y me siento a gusto, contento porque aquí me proporcionan agua limpia y caliente”, indicó Chávez Luna.
Sobre los trabajos al interior del anexo, Mark Rivera señaló además que para aquellos que mejoran llegan ciertas libertades como trabajar en lugares en el exterior, y la remuneración que reciben en efectivo la utilizan para abastecer necesidades de higiene y otros servicios, especialmente una cama que no podrán encontrar allá afuera.
VII.
Subimos unas escaleras de madera que rechinan cuando pasas al segundo piso, al terminar los escalones, inmediatamente te encuentras con una farmacia habilitada para todos en el lugar.
En sus estantes hay lo básico paracetamol, tramadol, riopan, curitas, vendas, alcohol, jeringas y naloxona la cual es únicamente administrada por los enfermeros tácticos al ser notificados por posibles sobredosis en el sitio.
Para un adicto con sobredosis de opioides, como el fentanilo o la heroína, una inyección de naloxona es la diferencia entre vivir o morir en el viaje.
Si caminas más encuentras unos pasillos angostos que son resguardados por un barandal de barrotes de fierro. Se observan pequeñas ventanas que dan para los cuartos donde las personas duermen, son alrededor de 20 camas entre colchones matrimoniales e individuales con cobijas de “San Marcos” y dos o tres almohadas.
El tercer piso guarda cuartos con rejas, alejadas, aisladas y con candados para aquellos pacientes psiquiátricos que, a pesar de estar bajo tratamiento, y en constante revisión por el grupo de enfermeros tácticos, necesitan mantenerse supervisados.
El personal teme que en un paulatino brote, si no son constantemente acompañados, puedan hacerle daños a los demás, a ellos mismos o que destrocen el lugar.
“Desde el 2021 hemos traído 20 pacientes psiquiátricos, derivado a que varios usuarios se quejaban de que ciertas personas aventaban piedras en la vía rápida acusando a las personas que viven en el bordo de violentos”, nos dice Mark al llegar al tercer piso.
De frente a esas puertas que vistas con detalle, impresionan, continúa con su explicación:
“Estas personas tienen autogobierno, ellos no roban, ni lastiman a los demás por qué sí, conocen los riesgos de que la policía municipal les llegue a la colecta. Una vez identificado esto nos dimos cuenta de que quienes lo realizaban eran personas que no vivían como tal en el bordo, sino que padecían de sus facultades y se les buscó un lugar donde pudieran estar en paz”.
VIII.
El cuarto piso sigue el mismo curso que el segundo, cuartos y camas ocupando los espacios para aquellos que el Grupo M.A.R.T.E. rescata de las calles brindándoles una segunda oportunidad para su proceso de rehabilitación.
De acuerdo con los testimonios, que pudimos recoger entre los pacientes, admitieron que el miedo a un nuevo ingreso ha motivado su transformación. Sosteniendo que las condiciones de tratamiento son apropiadas y se orientan hacia el bienestar integral, con el objetivo de facilitar una pronta recuperación.
Uno de los que platicó con LINOTIPIA tiene apenas 15 años. Por cuestiones de seguridad nos reservamos su nombre. Cuenta que fue trasladado a este sitio posterior a ser aprehendido por elementos de la Fiscalía General del Estado por intento de robo y uso de sustancias.
Por el momento, se enfoca en completar su recuperación, quiere dejar la heroína, y convertirse en un enfermero táctico, como los que lo ayudan en su tratamiento contra su adicción y a los que ve como un modelo a seguir.
Termina la jornada de voluntariado. El grupo de jóvenes y el propio Mark se reúnen para despedirse. Se van con la esperanza de regresar el próximo sábado a ver las mejoras de cada uno de los que habitan este peculiar edificio.
Antes de marcharse, Mark se despide y les echa una bendición, santiguando con sus manos, como un gesto para su equipo de voluntarios que parecen confiar en la palabra de Dios, aunque aseguren que formalmente no profesan ninguna religión.
Tratamientos y mejoras
Aunque el anexo El Castillo Verde no se encuentra registrado, ni cumple con las normativas establecidas, suele ser el recinto que algunas personas, incluso, autoridades encuentran como solución para retirar de las calles a las personas sin hogar de manera digna.
En Tijuana, existe programa impulsado por la Alcaldesa, Montserrat Caballero Ramírez denominado “Integrando Vidas” que va de la mano con la Comunidad Terapéutica para la Rehabilitación y Reinserción Social de Adictos (Cotrrsa) operada por el Instituto Municipal contra las adicciones (Imcad) y su titular, Luz Vianey Robles Hernández.
“Trabajamos con personas vulnerables y que presentan una adicción, nosotros llevamos a cabo un tratamiento totalmente integral, brindándole a los usuarios de manera residencial un acompañamiento terapéutico, psicológico y el área médica”, explicó Robles Hernández en entrevista.
Este programa dura seis meses con el “alojamiento” total de la persona para posteriormente pasar al nivel denominado “media luz”, el cual consiste en tres meses de prueba, donde los integrantes del programa pueden salir a trabajar, siempre y cuando regresen a dormir al lugar.
De acuerdo con la directora de Imcad, en la comunidad terapéutica bajo su tutela un 70 por ciento son hombres, mientras que las mujeres representan un 10 por ciento del total de pacientes.
Juan Antonio del Monte, investigador del departamento de Estudios Culturales del Colegio de la Frontera Norte (Colef) platicó con nosotros al respecto del programa municipal y enfatizó que, en su opinión, sería importante revisar a fondo las condiciones con las que son llevados los tratamientos para no caer en un círculo de violencia hacia las personas en situación de calle.
Ante el crecimiento en las cifras de paisanos deportados de vuelta a México, el nulo apoyo económico, integral y psicológico por parte del gobierno federal hace que estas personas al cambiar drásticamente su vida por cuestiones legales en Estados Unidos, caigan en las calles donde son víctimas de la violencia institucional y social todos los días.
Especialistas, activistas, académicos en pro de migrantes y personas en situación de calle consultados al respecto reflexionaron sobre la falta de programas integrales avalados por las normativas federales y que a su vez sean monitoreadas por la Comisión de Derechos Humanos, para garantizar la integridad de los usuarios.
3 comments