Foto: Geovanni Zamudio
Rugosidades
“Todos los días la ciudad se reinventa y amanece con otro cuerpo”
En el espacio-tiempo se despliega aquello que hemos aprendido a llamar realidad. Lo real como un eterno presente es eso que experimentamos mientras esperamos a que pase la vida. Tenemos conciencia del paso del tiempo por las marcas que quedan en el espacio del cuerpo, las seguimos sintiendo y aún las vemos. En nuestro cuerpo cargamos las señas de aventuras infantiles, las cicatrices de los raspones y las suturas. Los tatuajes también nos sirven para recordar aquellos que fuimos en otro momento.
El cuerpo de la ciudad no es diferente. El espacio urbano también guarda residuos de otros tiempos, rugosidades (Santos, 2000) urbanas que como cicatrices de lo que fue, mantienen viva la forma del pasado y recuerdan el paso inagotable del tiempo. La ciudad frontera también es espacio abierto a lo posible. En más de cien años, esta ciudad ha sido muchas cosas, what ever comes what ever goes. Flexible y adaptable a las demandas del mercado y a las fantasías de cada época, la ciudad se rehace y se reconstruye de manera permanente. Indefinida y en busca de una identidad que no termina de consolidarse, la ciudad se reconstruye sobre sus propias ruinas. Vamos levantando los escombros detrás del ángel de Benjamin (Löwy, 2003) para reconstruir un nuevo espacio dónde habitar, sólo para darnos cuenta que el mismo ángel viene detrás de nosotros destruyendo todo de nuevo.
En la ciudad pastiche no hay espacio para la tradición, es extraña la idea de monumento. Un viejo mercado ahora anuncia seguros y préstamos. Aquí se levanta una escuela que fue casino. Aún queda la alberca art-deco/neo-colonial. Ahí siguen en la misma esquina los jarrones de barro y un fauno metafísico que nadie ha visto, pero que todos conocemos.
Los viejos pasajes reabren su paso al caminante, un viejo cine convertido en templo. Los letreros guardan el arte, las tipografías que anunciaban farmacias, zapatos, perfumes y descuentos. Anuncios que como cicatrices nos recuerdan las décadas pasadas, los momentos de gloria y de ruina. La ciudad tiene sus propias cicatrices, también recuerda pero recuerda en murmullante silencio.
El centro, como principal nodo de la urbe, guarda esas marcas: esta esquina fue un bar, que también fue un antro en los 70’s, antes de convertirse en salón de baile, después fue tabledance, escuela de cómputo y ahora es un oxxo donde las personas compran chicles y también ponen crédito. En cada giro la ciudad se rehace y es otra aunque muchos dicen que debajo de las marcas del tiempo sigue siendo la misma. Todos los días la ciudad se reinventa y amanece con otro cuerpo.
Habitamos sus calles y las recorremos, día con día compartimos con la ciudad lo real, la dimensión del espacio-tiempo. En el lapso en que llegamos de la casa al trabajo o de la escuela a la casa, estas rugosidades están presentes bajo nuestros pies, en las alcantarillas de otros años, en los muros pintados por las manos de los rotulistas de otras épocas. En el alto cielo, como fantasmas vigilantes permanecen inmóviles los viejos letreros de luminarias, empolvados y rotos como grandes esqueletos de acero. Pero sobre todo, estas rugosidades habitan nuestra mente, pues nos recuerdan las ciudades que han existido, debajo de la que sigue siendo. Tijuana la bella, Tijuana la horrible, Tijuana la mutante, la que todos habitamos pero ninguno terminamos de conocer.
Referencias
- Santos M. (2000), La naturaleza del espacio, Ariel, España.
- Löwy M. (2003), Walter Bejamin Aviso de incendio, Fondo de Cultura Económica, Argentins.
Geovanni Zamudio Santos es Maestro en Estudios Culturales por el COLEF y Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras: UNAM. Es productor de música electrónica y ha escrito diversos ensayos, artículos de opinión y poemas. Tiene un interés particular en el estudio del espacio urbano y la cultura popular en la frontera.
Email: geobastian@gmail.com