por Mónica Rodríguez Sánchez*
“La confianza puede ser el regalo más aterrador”y a veces, el último recordatorio cruel de que, incluso los abrazos de quien más amas, pueden convertirse en tormento irreversible, y que la curiosidad puede hacer que mueras…”
Abriendo la puerta del cuarto de sus encantadoras hijas, la madre se deslizó como sombra viva, y el aire se cargó de cera derretida, humedad y un miedo antiguo. Las niñas, aún despiertas, se acurrucaban bajo las mantas, pero no podían apartar la mirada de ella, fascinadas y aterradas.
La luz mortecina de la mesita de noche iluminaba sus rostros, y un escalofrío recorrió sus cuerpos al sentir la presencia de la madre. —Está bien, mis queridas nocturnas —susurró, sentándose en la silla diminuta junto a la cama, sus ojos centelleando con un fulgor que no pertenecía a este mundo—. Es hora de un cuento que las llevará al sueño… profundo.
Las niñas se miraron, temblando, y una de ellas, más valiente, se atrevió a inclinarse hacia su madre: —¿Qué pasa si las manos vienen por nosotras, mamá? —preguntó con un hilo de voz. La madre sonrió, y esa sonrisa heló la sangre de las niñas. —Entonces aprenderán, pequeñas mías, que la curiosidad tiene un precio —dijo—, y que hay secretos que la noche guarda con dientes afilados.
Un frío cortante las envolvió mientras la madre se acercaba, sus manos descendieron sobre ellas con movimientos suaves. La niña más pequeña gritó y trató de apartarse, pero la otra la sostuvo del brazo, buscando consuelo, ambas aferradas la una a la otra, mientras la madre cubría sus ojos. Un dolor punzante y negro las atravesó, como si la oscuridad misma las desgarrara desde adentro.
La habitación se cerró en un pozo de totalidad. Intentaron gritar, pero la madre presionó sus bocas con fuerza, y el aire frío llenó sus gargantas; sus lenguas desaparecieron en un vacío helado y húmedo, dejando solo un silencio que las devoraba.
Las niñas pataleaban, forcejeaban, buscando escapar, arañando las manos frías de la madre, sus uñas rozando la piel que ya parecía de otro mundo, pero la presión de ella era imposible de vencer. Sentían la respiración cálida y mortal de la madre rozando sus mejillas, el mundo girando y todo el aire transformado en muerte, miedo hecho carne.
Sus ojos se hundieron en la nada, sus lenguas se disolvieron, y la desesperación compartida entre ellas se volvió un grito silencioso que las abrazaba en la oscuridad.
Cuando la madre finalmente se apartó, limpió sus manos manchadas y susurró: —Ahora sí, mis queridas nocturnas, duerman. Que la noche les enseñe la dulzura del miedo absoluto y la eternidad del silencio.
La lámpara parpadeó y se apagó, dejando la habitación llena de una sombra densa. Nadie volvió a verlas ni escucharlas. La madre continuó contando cuentos, siempre con la misma advertencia: “la confianza puede ser el regalo más aterrador” y a veces, el último recordatorio cruel de que incluso los abrazos de quien más amas, pueden convertirse en tormento irreversible, y que la curiosidad puede hacer que mueras…
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*Mónica Rodríguez Sánchez. Apasionada por la escritura y la lectura, disfruto sumergirme tanto en mundos de fantasía como en la belleza de la poesía. Tengo 21 años y nací en Ensenada, ciudad que inspira mis historias y versos.