por Islas Karla*
“Flor por el reflejo de la luz debajo de su cobija, vio por un momento la sombra de lo que la atormentaba. Apretó los ojos lo más rápido que pudo y empezó de nuevo, esta vez con más intensidad, ahora ese escalofrío aumentaba”
Al dar la noche, Flor tenía que acostarse, pero ella pedía a su padre quedarse, pues en las noches venía un monstruo y la asustaba mucho. El padre para tranquilizarla le contaba cuentos y se despedía besando su frente. Flor aguantaba el sueño lo más que podía, se tapaba toda de pies a cabeza y cerraba sus ojos con fuerza.
Cuando no podía más dormía, por aguantar tanto el sueño, nada podía despertarla, solo el monstruo que hacía presencia por las noches. Flor no podía verlo, no tenía el valor para abrir los ojos, solo sentía todos los escalofríos que él provocaba, era como un ritual. Ella dormía, despertaba al rozar su cuerpo levemente, desaparecía para dejarla dormir.
Flor tenía nueve años, vivía con su madre, quien trabajaba de noche, y su padrastro, a quien ella veía como su padre. Estaban pasando días muy oscuros, el dinero ya no alcanzaba y su madre trabajaba mucho más, incluso turnos dobles para poder pagar todo, mientras él la cuidaba. Ese era el acuerdo que pactaron al casarse. Le contó a su madre, quien apurada para el trabajo, solo le dijo que era su imaginación, que dejara prendida la luz de noche y eso lo alejaría.
Esa noche le pidió a su padre que dejara su lucecita prendida, él por supuesto así lo hizo, no sin antes decirle que no debería molestar a mamá con esas tonterías de niña pequeña, que se estaba portando muy malcriada. Ella ese día no tuvo miedo, la luz le daba confianza, pero el monstruo no se iba a detener.
Flor por el reflejo de la luz debajo de su cobija, vio por un momento la sombra de lo que la atormentaba. Apretó los ojos lo más rápido que pudo y empezó de nuevo, esta vez con más intensidad, ahora ese escalofrío aumentaba. Flor percibía al monstruo aún más de cerca, como si dejara la vergüenza a un lado. Flor ya no podía dormir tranquila, hacía lo posible para quedarse despierta, estaba cansada de luchar contra él.
A la noche siguiente, no hubo nada que despertara y el monstruo de eso se aprovechó. Flor despertó y vio sus sábanas con sangre, asustada, las escondió antes que despertara mamá, tenía miedo de los regaños que eso le causaría. Todo le dolía, no podía moverse, tenía moretones en todo su cuerpo. No sabía qué le había sucedido anoche. Se culpó por haberse quedado dormida.
A la siguiente noche, su padre no entró a contar un cuento, menos aún a dar un beso. Sentía pánico que la vieran, gracias al miedo y dolor durmió sin las sábanas en su cabeza, pudiendo ver la luz que entraba por su ventana.
Pasaban ya de las 12 AM, la hora favorita del monstruo. Pero ese día, esa niña despertó, y lo logró ver. Con voz adormilada, aun frotándose los ojos, logró decir: “¿Papi?, ¿qué me haces?”
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*Karla Islas. 21 años, originaria de Tijuana, estudiante de segundo semestre de lengua y literatura hispanoamericana.