La caída de la ciudad de las batallas

Por la noche, en la Roma Norte aún se escucha el llorar de muchos, las ambulancias suenan, las patrullas recorren la ciudad, los perros ladran y las madres siguen buscando a sus hijos

Fotografías: Pedro Mera/Cuartoscuro

La caída de la ciudad de las batallas

Por la noche, en la Roma Norte aún se escucha el llorar de muchos, las ambulancias suenan, las patrullas recorren la ciudad, los perros ladran y las madres siguen buscando a sus hijos.

¡Mis hijos, mis hijos! Gritaba una madre mientras corría por las calles de la colonia Juárez a unos minutos del sismo de 7.1 que cimbró a toda la ciudad. Las calles se llenaron de polvo, la gente corría, los autos entre las calles parecían pausados y las sirenas comenzaron a sonar.

Un par de horas después del simulacro conmemorativo del temblor de 1985, la Ciudad de México volvió a vibrar. El recuerdo del 85, el fantasma del terremoto de hace 32 años le puso un toque de paranoia a la situación.

Las calles de Paseo de la Reforma se encontraban llenas de oficinistas, unas llorando, otros consolando. Los vidrios llenaron el piso de la avenida hogar del Ángel de Independencia tras el movimiento telúrico.

En la calle de Milán, colonia Juárez, un hombre se lanzó de un segundo piso tras la desesperación que sintió al no poder salir del edificio durante el temblor.

La nube de polvo cubrió la colonia Roma; la de Carlitos y sus batallas en el desierto. Personal del gobierno capitalino con tracto camiones se abría paso por Álvaro Obregón y Orizaba. Voluntarios con pico y palas iban por las calles para llegar y apoyar en el levantamiento de los escombros de los edificios colapsados.

Los autos sobre las calles y avenidas ponían la radio a todo volumen. Los peatones oían el reporte preliminar 8.4 de magnitud, después 7.1 con epicentro en Puebla, luego que Morelos.

Los puestos de comida, los ambulantes con sus radios de pilas también contribuyen con el informe, “se cayó una barda en Xochimilco, van dos en la Roma, en Viaducto y Tlalpan otro edificio colapsado, el hospital la raza está evacuando”.

Una mujer lloraba mientras iba en el auto y escuchaba el informe, no podía repetir lo que decían los medios radiofónicos en esos momentos, porque rompía en llanto.

Los padres atiborraron las puertas de los planteles educativos, los autos llenaban las avenidas principales, el Metrobús iba al tope, mientras que los teléfonos celulares carecían de señal.

Avenida Juárez parecía llena de brillantina por secciones a causa de los vidrios rotos de los edificios. La construcción que alberga una librería de renombre sobre esa calle se caía pedacito a pedacito.

El Hospital la Raza albergaba llanto y desesperación, pese a que no hubo algún deceso, los familiares de los internados estaban llenos de incertidumbre puesto a que no tenían información de sus familiares. El personal del hospital trataba de controlar la emergencia pero no era suficiente. Los pacientes en mejores condiciones fueron dados de alta, los otros permanecieron en el recinto.

Tlatelolco resintió de nuevo el movimiento telúrico, los edificios Zacatecas, Torreón y Veracruz parecían torres de Jenga, que al menor movimiento caerían. Claudia Ríos, habitante del Veracruz, dijo, con los ojos llenos de agua, que no tenían a donde ir, que su hermano en silla de ruedas casi no la cuenta y que ya era muy tarde para soñar en seguir viviendo en el Veracruz.

Al paso de las horas, camiones de redilas y motociclistas se movilizaron hacia los puntos donde el sismo se sintió con mayor intensidad, Álvaro Obregón y Viaducto. Las ambulancias suenan, las patrullas recorren la ciudad, los perros ladran y madres siguen buscando a sus hijos.

El despliegue de todas la fuerzas del estado, parecían insuficientes, las lágrimas y desesperación se olían a kilómetros, tanto como las nubes de polvo en la del Valle, la Narvarte, Tlalpan, Taxqueña y la Roma.

Los voluntarios corrían de un punto a otro con cientos de botellas de agua, las motocicletas, camionetas de redilas, bicicletas, diablitos y carritos del súper eran los medios de transporte. Una ciudad que después de 32 años de nuevo se ve apagada y ve hundida entre los murmullos.

El Ejército, los marinos, las fuerzas federales y la ciudadana, hicieron cadenas humanas, como si no importara la institución o el nivel socioeconómico, como si fuesen uno. Toda la tarde, noche y madrugada trabajando para rescatar mexicanos enterrados entre los escombros.

A la mañana del 20, la Avenida de los Insurgentes, Álvaro Obregón, Tlalpan, Viaducto, las calles de Medellín, Yucatán, Nuevo león, San Luis Potosí, Mérida, Orizaba, Alfredo Chavero, Xocongo, San Antonio Abad, las colonias Narvarte, Juárez, Roma Norte, Doctores, Obrera, Tránsito, Tlalpan, Tlatelolco se veían desiertas, llenas de basura, con calles agrietadas y edificios a medias o ladeados.

La desolación de las zonas de trabajo de muchos, parecía ser el campo de batalla en medio del desierto.

Son las 9:25 de la mañana del 20 de septiembre de 2017; van 226 muertos y no dormí ni un segundo en más de 24 horas. Desde que tembló recorrí todas las calles mencionadas, vi a cientos de personas llorar. La desesperación en el rostro de los capitalinos era democrática.

Por la noche, en la Roma Norte aún se escucha el llorar de muchos, las ambulancias suenan, las patrullas recorren la ciudad, los perros ladran y las madres siguen buscando a sus hijos. Hoy en toda la capital el silencio luctuoso nos absorbe porque la tierra en su centro tembló, otra vez un 19 de septiembre.

*Crónica publicada el 20 de septiembre del 2017 en el diario AM San Luís y León en la columna titulada La Caja China.*

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