La diversidad sexual en México ¿40 años viviendo en libertad?

No podemos culpar al Estado de potenciar la simulación de que aquí todo va bien. Nos volvemos cómplices cuando levantamos la bandera del rainbow tan bonita y anunciamos que tenemos “40 años viviendo en libertad y que no renunciaremos a ella.

Por Miguel Corral
@elmaikco

 

La diversidad sexual en México ¿40 años viviendo en libertad?

En tanto que los sistemas democráticos abrazan (¿abrasan?) el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la manifestación pública y el ejercicio de protesta social, me parece necesario hablar sobre cómo los accionamos. Para ello, tomo como eje de reflexión el lema: “40 años viviendo en libertad. No renunciaremos”, de la cuadragésima marcha del orgullo LGBT de la Ciudad de México. ¿Qué omite este lema? ¿Qué nos queda debiendo al amplio movimiento de la disidencia sexual?

Hay que decirlo contundentemente, que resuene en cada espacio: las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex, y demás sexualidades no-normativas, no vivimos en libertad. El grueso de la sociedad mexicana nos ha dejado claro que vivir libremente nuestras orientaciones sexuales e identidades de género nos vuelve susceptibles de padecer discriminación, acoso y violencia en distintos grados: desde el insulto callejero, el meme burlesco en las redes sociales, el rechazo familiar; pasando por el acoso y despido en centros de trabajo, el maltrato en centros educativos y de salud; el constante perjuicio y la incitación al odio por parte de grupos religiosos y conservadores; hasta llegar a los ataques físicos, las violaciones sexuales, la tortura cruel y el asesinato despiadado. En la mayoría de los casos, sin que haya justicia para quienes lo padecen. Por otro lado, el ocultamiento, la soledad y la exclusión a la que son confinadas muchas personas debido a su orientación sexual e identidad de género son otros de los efectos del recelo con el cual nos mira gran parte de la sociedad mexicana.

Por supuesto, esto no sucede igual a todxs quienes conformamos la diversidad sexual, precisamente porque ésta es atravesada por cuestiones de clase, género, raza: no es lo mismo ser mujer transgénero, migrante, trabajadora sexual, con VIH en Tijuana, que ser hombre gay, masculino, blanco, profesionista y con residencia en Polanco, Ciudad de México. Digamos que entre estas dos polaridades existe un variopinto de escenarios y experiencias en los cuales nos ubicamos lesbianas, maricas, trans, bisexuales y demás disidencias sexogenéricas. No quiere decir que haya quienes estén exentos de violencia, pero sí hay que reconocer que son éstas distintas condiciones las que la atenúan o la agravan.

Me sorprende que a quienes se les ocurrió tal lema no sean conscientes de ello o hayan decidido obviarlo, pues es evidente que hay un sesgo en la mirada que solamente alcanza para articular un discurso de libertad como un estado ideal al cual se ha llegado y que no coloca en el centro de la convocatoria a la marcha el reclamo de justicia social prevaleciente en nuestras comunidades. De manera tal que provoca, por un lado, un quiebre al interior del movimiento de la diversidad sexual, poniendo el foco de atención a aquellos pocos que sí han realizado su derecho de vivir en libertad, el cual obedece más a una gama de privilegios a los cuales acceden pocos (educación de calidad, trabajo bien remunerado, vivienda digna, entre otros) y no tanto como efecto del compromiso del estado de proteger los derechos fundamentales de esta población. Y, por oposición, se invisibilizan al quedar en la periferia del movimiento a aquellas otras disidencias sexuales que siguen siendo las mayores víctimas del régimen biopolítico que nos atraviesa: las lesbianas y bisexuales más pobres, las maricas afeminadas en zonas rurales, las trans con VIH, por mencionar pocos ejemplos.

Por otro lado, se da la impresión al conjunto social y a las instituciones del estado que, en efecto, “lo hemos logrado”. No es en vano que el gobierno de la ciudad de México se haya vestido de gala para anunciar que la capital del país es gay friendly, o que el Presidente de la República haya invitado a la Residencia Oficial de los Pinos a activistas LGBT, prometiendo una serie de acciones en beneficio de la comunidad que, en realidad, no tuvieron prácticamente ningún impacto positivo y, por el contrario, arreció las demostraciones en contra de la diversidad sexual a lo largo y ancho del país por parte de grupos conservadores. Por cierto, también dio la oportunidad para que lxs activistas LGBT que asistieron se tomaran la selfie con Enrique Peña Nieto.

Al exterior, se promueve la participación de México en espacios que buscan la inclusión de las personas con sexualidades no-normativas y se da la impresión de que en nuestro territorio las cosas avanzan favorablemente para la diversidad sexual (reforma del artículo primero constitucional que establece que la preferencia sexual –ahí hay todo un debate– no debe ser motivo de discriminación; reconocimiento de la identidad de género en la Ciudad de México; protocolos para atención en salud de personas LGBTI -de los pocos resultados de la iniciativa de Enrique Peña Nieto, en 2016-; matrimonio igualitario, adopción y familias diversas). Estos avances son necesarios pero no suficientes para proclamar que “¡vivimos en libertad!”.

No podemos culpar al Estado de potenciar la simulación de que aquí todo va bien. Además, nos volvernos cómplices cuando levantamos la bandera del rainbow tan bonita y anunciamos que tenemos “40 años viviendo en libertad y que no renunciaremos a ella”, cuando nos importamos la Agenda Pride de los Estados Unidos y hacemos una celebración sin apuesta política de algo que fue y debería seguir siendo una fiesta altamente politizada, un espacio de militancia activa, comprometida y sostenida, porque inclusive aquello que ahora se reconoce como derechos de la diversidad no fueron dados por el Estado sino que se fueron arrebatando desde la militancia. No vivimos en libertad. Las personas gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersex en México no vivimos en libertad. Me pregunto si quienes convocan a la marcha y quienes tienen pensado asistir han tenido tiempo de reflexionar sobre el camino que falta por recorrer para que esa libertad de la consigna sea tangible no para unos cuantxs, sino para todxs.

Tan sólo en esta semana –tres días antes de la marcha del orgullo de la Ciudad de México–, han sido asesinadas tres mujeres trans (en Colima, Nuevo León y Chiapas) y tres activistas gay en Guerrero, sumándose a la lista de asesinatos de muchas otras personas de la diversidad que quedan en el olvido o para quienes la justicia nunca llega.

Me pregunto qué pasaría si quienes decidieron el lema de la marcha pudieran ir a decirles a quienes les han arrebatado cobardemente la vida que aquí vivimos en libertad, a ver qué opinan ellxs desde la oscuridad de la muerte, desde el destino cruel que les fue impuesto, desde la noche eterna de la injusticia.

 

Miguel Corral es marica, militante por los derechos de la diversidad sexual y el VIH, maestro en Estudios Culturales por El Colef. Actualmente estudia el Doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM y forma parte del Seminario de Investigación Avanzados en Estudios del Cuerpo y es co-presidente del Comité Binacional de VIH/sida e ITS San Diego-Tijuana.

Contacto:
e-mail: miguel.corral@comunidad.unammx.
@elmaikco

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