Mejor nos hubiéramos quedado en mi casa

Alberto asiente con un Sí agobiado. Apenas alcanzo a tocar sus dedos con mi mano derecha. En voz baja y tratando de esconder el dolor le digo: “Ya ni la bañada”. Los dos no reímos un poco y tosemos por el exceso de polvo.

Por Karla Villareal Molina
Foto: Terrence/Flicker

Mejor nos hubiéramos quedado en mi casa

“Alberto asiente con un Sí agobiado. Apenas alcanzo a tocar sus dedos con mi mano derecha. En voz baja y tratando de esconder el dolor le digo: “Ya ni la bañada”. Los dos no reímos un poco y tosemos por el exceso de polvo”.

Abro los ojos y lo primero que veo es su espalda ancha con el tatuaje de Sol. Pienso que es una mañana hermosa, la luz del nuevo día me ha despertado, entonces me paro y camino sobre el piso de madera frío al baño. Aunque muero por un café, no me puedo tomar uno sin lavarme el rostro y los dientes, hoy solo me puedo conformar con su jabón de barra y usar su cepillo de dientes, desearía traer mi skincare routine, ya me la vivo aquí, no tiene caso tenerlas en otro lugar.

Camino lento sobre la madera, noto que hace muchos sonidos, no quiero despertarlo, pongo el agua de la manera más silenciosa, hago dos cafés y los llevo al cuarto. Lo levanto con besos en la espalda subiendo hasta sus labios. Él solo sonríe, se estira, pero aún no esta listo para levantarse. Segundos después, me da un beso de pico se sienta y bebe el café con una sonrisa chica, tierna.

Me encanta que ya no le da pena el hecho de que no se ha lavado los dientes, hasta le vale que su cabello esté todo esponjado. No hablamos mientras bebemos el café, solo nos miramos con sonrisas tiernas. En verdad solo pienso en cuándo me pedirá ser novios. Ser indeciso es su único defecto. Eso, y que es dos años más joven. Él me pregunta si me voy a bañar, le digo que vaya él primero, hoy no me toca baño, sobre todo por que sé que con el cabello rojo, le haré un desmadre en la regadera y quitar el tinte de los azulejos es imposible de limpiar.

Me sirvo mi segundo café. Su cocina no me gusta; su refrigerador destartalado y los gabinetes están abandonados sin pintar. Las únicas dos cosas que me gustan de su depa es su cama y su balcón; la cama porque es nueva, el balcón tiene mecedoras y una vista agradable, no de la ciudad, pero sí de la calle y del parque frondoso frente a mi derecha.

Me dirijo a la mecedora y me sorprende porque ha puesto una mesita con la planta que le regalé, pongo el café a un lado de la planta. Me relajo y cierro los ojos, casi caigo en un sueño profundo cuando gritos de personas me despiertan, miro abajo, a la calle, se cayó una maceta del balcón de a lado. Él me pregunta qué ha pasado, nada le respondo, entonces me meto al departamento, dejo la taza de café en la barra de la cocina y le hago saber que me tengo que ir, me persigue a la puerta y me insiste en que me quede, sonrío y antes de decirle que no, escucho la taza golpear contra el piso. Él me jala el brazo y nos ponemos bajo el marco de la puerta de la entrada, me reitera que es un temblor, pero yo no sentía nada, solo escuchaba los demás trastes estrellarse. En el momento que lo pienso se puso fuerte el movimiento oscilatorio del temblor. Me agarro del marco de la puerta, él me abraza cubriéndome la nuca, al tratar de apartarlo para que se cubra él, nos caemos junto con el edificio. Escucho en unos milisegundos muchos gritos ahogados de polvo, agua derramarse de las tuberías rotas, creo escuchar también el cortocircuito y a lo lejos, un show de televisión en alguna laptop. La madera del departamento se sigue rompiendo y poco después nada seguido de un silencio.

Un chillido resuena en mis oídos molesto. Logro escuchar mis gemidos de dolor al tratar de moverme pero no puedo, estoy atorada, mantengo los ojos cerrados, no quiero ni ver, me cuesta respirar y al tratar toso aturdida y llena de polvo, cubierta de escombros. El chillido se apacigua y de a poco, escucho el llanto de un bebé, sollozo por él hasta que me doy cuenta de que la serie sobrevivió y sigue su curso, eso me causa una pequeña risa, reconocí las voces de los actores son los de “Friends” sin duda. Me atrevo abrir los ojos despacio, todo se ve polvoso, en escombros. Mi brazo izquierdo tiene enterrado una astilla del largo de una botella de dos litros, el ancho casi del grosor de mi hueso, ya lo doy por perdido. Volteo a mi estómago está encima de la puerta, lo noto por la chapa que me aplasta las costillas. Tengo encajadas otras astillas más pequeñas; mi brazo derecho está bien, mis piernas, atoradas.

“¡Clara! ¡Clara! ¿me escuchas?” es la voz de Alberto, contesto rápido: “Sí, ¿Cómo estás? Yo estoy algo adolorida. Me da miedo moverme, siento que me va a caer todo encima. Estoy asomando mi brazo donde se escucha tu voz, ¿lo ves?” Alberto asiente con un Sí agobiado. Apenas alcanzo a tocar sus dedos con mi mano derecha. En voz baja y tratando de esconder el dolor le digo: “Ya ni la bañada”. Los dos no reímos un poco y tosemos por el exceso de polvo. pero yo toso sangre, puedo saborearla.

Él me pregunta: “¿Soy yo o se escucha un episodio de Friends?” “Sí”, le respondo con dificultad y sofocada, “es donde Phoebe dice ¡Mis ojos! ¡Mis ojos!” Nos reímos de nuevo. Separo mi mano de la suya, mi sonrisa desaparece y nos quedamos callados. Le pido el favor de que me cuente una historia, le digo que me cansé de hablar. Él no objeta y comienza a narrar con el barullo de las ambulancias y bomberos, con el grito de las personas buscándose: “En una fiesta hace un año conocí a una mujer hermosa de cabello rojo, alta, bailadora, directa, divertida y muy enojona. Su nombre era Clara. Ella fue la que hizo la primera movida, yo solo seguí la corriente…

Sonrío por lo romántico que se puso. Cierro los ojos, me concentro en su voz, respiro tranquilamente, unas lágrimas me recorren por los recuerdos. No hago ruido para que no se entere en qué momento, dejaré de escuchar.

 

Karla Villarreal Molina, es estudiante del tercer semestre de la licenciatura en Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UABC.

 

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