Un viejo mar

Largas líneas que juraban la eternidad de los dos después de la muerte y una casa repleta de hijos y comida en la mesa.
Por Carlos Oceguera

Un viejo mar

Era un viejo mar. Había sobrevivido a terremotos, sequías y huracanes, pero no a la falta de amor. Verdusco y salado, el viejo mar pasaba sus noches imaginando que en las estrellas en lugar de constelaciones aparecían dos grandes labios que volvían de su piel un lugar más dulce y claro. Mirando hacia las nubes, este cansado anciano recordaba las cartas de los marineros cayendo por la proa de los barcos. Largas líneas que juraban la eternidad de los dos después de la muerte y una casa repleta de hijos y comida en la mesa. Así, el viejo mar soñaba con ser un hombre, soñaba con caminar por los puertos en busca de alguna joven  o por los riscos en busca de alguna sirena. Cabizbajo, lo único que añoraba era dejar las frías aguas de su cuerpo y disfrutar del goce de dos piernas entrecruzadas en la superficie de la arena o el cielo.

 

@CharlesFiccion

Carlos Ocegueda (Tijuana, 1995) amante de la ciencia ficción y las malas películas de terror, estudia la licenciatura en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Fue  becario durante dos años consecutivos en el programa Talentos artísticos de Baja California. Ha participado en congresos estudiantiles con trabajos de investigación literaria y actualmente participa como redactor en la revista electrónica Morbífica. De grande no sabe qué quiere ser.

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