Por Patricio Flores
@flores_pato
Transfigurando la noche, un nuevo espacio para la danza contemporánea en Tijuana
La transfiguración implicó escapar del bullicio urbano en el interior de la ciudad misma, abstraerse a través de la conexión sensible que implica observar a un artista bailar o tocar un instrumento, mientras la ciudad sigue su propio ritmo.
El pasado sábado 14 de julio del presente año en la ciudad de Tijuana, se llevó a cabo “Transfigurando la noche, breve encuentro escénico”, un evento cuyo resultado fue una velada íntima para el diálogo entre distintos artistas contemporáneos y el público asistente.
Tijuana es una ciudad en la que las manifestaciones culturales borbotean incesantemente –aunque no siempre con bombo y platillo–. Los artistas de la localidad no acostumbran esperar a que se “abran” espacios para el arte, por el contrario, buscan generar discursos propios y presentar sus obras, ya sea en galerías, teatros, cines, museos, pasajes, explanadas, anfiteatros, calles, muros, cinetecas, jardines, casas y/o patios particulares, por mencionar sólo algunos.
En este sentido, y si bien siempre pueden generarse más propuestas artísticas y encontrarse extraños y curiosos espacios dónde poner al arte en diálogo con la ciudad, he de confesar que Tijuana me ha sorprendido en más de una ocasión por la creatividad y versatilidad de las y los artistas para encontrar espacios dónde circular su obra: bien puedo encontrar a un bailarín o bailarina de danza contemporánea en el lobby del Centro Cultural Tijuana, un día después frente al mar en el malecón de Playas de Tijuana y la noche siguiente en la acera de la Revolución en el centro de la ciudad. Siempre bailando. De igual manera, a pesar de ser una ciudad pequeña en comparación, por ejemplo, a la capital cultural que es la Ciudad de México, son pocas las veces que me he quedado un fin de semana con el deseo de asistir a eventos artísticos; ya sea danza, teatro, cine, literatura, plástica o música. Si en Tijuana sales a la calle en busca de arte y cultura, lo más probable es que lo encuentres.
Ahora bien, y regresando al evento en cuestión, Transfigurando la noche –evento organizado por Pete Vargas Madrigal en conjunto con el CEART Tijuana– fue uno de esos acontecimientos en que las cosas simplemente parecen salir bien, donde el esfuerzo colectivo por hacer un evento artístico se transforma en una velada ligera, agradable y donde la relación entre artistas y el público resulta en una especie de simbiosis en la que ambas partes comparten y se nutren de una energía puesta al servicio de la experiencia colectiva.
Es necesario señalar que las distintas piezas que conformaron este evento se entretejieron en un programa que duró más de una hora, pero que no pesó en tanto las propuestas fueron distintas entre sí, logrando renovar la atención del público una y otra vez.
El evento inició con la intervención de Paulina Guajardo y Jaquelyn Rodríguez, quienes nos invitaron a presenciar “Village of the Windmills”, un acto ritual en el que los movimientos coordinados y repetitivos indujeron momentáneamente un trance colectivo. Esta es una propuesta joven, por lo que tener oportunidad de compartir escenario con artistas de mayor trayectoria es una buena oportunidad para ganar experiencia, a la vez que permite al público local conocer el trabajo de las generaciones que recién incursionan presentando sus obras.
Acto seguido, Proyecto Ataranto –también de reciente creación– presentó una pieza conformada por dos duetos que contaron historias disímiles, pero que compartieron el hecho de haber sido elaborados a partir del diálogo entre dos cuerpos. El primero de éstos fue potente, preciso y aludió a las dificultades para convivir en un entorno urbano en constante cambio y en donde se resignifican permanentemente los mecanismos de socialización. El segundo hizo del divertimento y la alusión a animales, utilizando sus recursos para reflexionar sobre las limitaciones y posibilidades de transitar entre universos físicos y/o simbólicos.
Para dar textura a la velada, el tercer momento de la noche estuvo a cargo del músico Axel Tamayo Rivera, quien, a manera de interludio y utilizando diversos instrumentos de viento y cuerdas, presentó un conjunto de piezas musicales que hipnotizaron al público, el cual sólo logró salir –me incluyo– de su hipnosis para aplaudir al artista. La siguiente intervención estuvo a cargo de Pita Zapot quien compartió, acompañada por la música en vivo de Pete Vargas. La pieza transcurrió entre imágenes alusivas a la vida creciendo y moviéndose al tiempo que marcaba una guitarra eléctrica: algunas veces de manera lenta y sutil, otras de forma acelerada y abrupta. A lo largo de la pieza fue fácil extraviarse entre el cuerpo en movimiento y su figuración como parte del paisaje: una palmera, un arbusto, el pasto, la tierra misma. Organismos vivos luchando en el contexto de la ciudad; un entorno caníbal, un esfuerzo vital que resiste.
Por último, Briseida, bailarina y coreógrafa de reconocida trayectoria en la localidad, realizó una exploración llamada “Encuentro”, y cuyo eje articulador fue la mezcla de técnicas de improvisación y clown en torno a un objeto: unos zapatos grandes que sirvieron de puente hacia la infancia y la inocencia de los sueños. La construcción de imágenes cotidianas, así como el juego metafórico que la bailarina montó con destreza y humor conectaron con el público de principio a fin. La danza de Briseida, fresca y contundente, fue el cierre idóneo para dejar al público cargado de energía.
Así, la transfiguración propuesta por el evento pudo percibirse en distintos niveles. Por ejemplo, el hacer uso de los jardines del CEART Tijuana significó transfigurar el espacio físico; no sólo al transformar uno de sus patios en escenario, sino abriendo la posibilidad para que un espacio “institucional” se convirtiera en un lugar íntimo que generó la sensación de estar en un evento entre amigos y/o familia, de esos en que alguien toma una guitarra y propicia de forma espontánea que comience el baile y la convivencia. Por otra parte, la transfiguración implicó escapar del bullicio urbano en el interior de la ciudad misma, abstraerse a través de la conexión sensible que implica observar a un artista bailar o tocar un instrumento, mientras la ciudad sigue su propio ritmo. Quienes asistimos al evento nos dejamos llevar por la entrega de los cuerpos que contaron diversas historias, que invitaron a visitar otros mundos, y por supuesto, por la música que sirvió como vehículo para llegar a ellos.
Acto seguido nos encontramos arrojados de vuelta en la ciudad, caminando por las calles de un terreno fronterizo en el cual uno acostumbra desplazarse entre distintos mundos. El evento, un momento que se abrió como una nueva posibilidad –esperemos que perdure– en la escena artística tijuanense, una propuesta que cuartea la escena como una baldosa de concreto que se agrieta para dar paso a la energía de un suceso que hasta ese momento no existía, que se abre para quienes continúan en la búsqueda de conectar, de sentirse afectados por el encuentro con los otros o con uno mismo. A final de cuentas ¿para qué asiste uno al encuentro con el arte si no es para estremecerse y/o transfigurarse, aunque sea momentáneamente?
Patricio Flores: Sociólogo por la Universidad Autónoma de Nuevo León, Maestro en Estudios Culturales por El Colegio de la Frontera Norte. Actualmente es investigador del grupo de investigación “Problemática Urbana. La danza en la frontera norte de México”, y coordina el espacio de reflexión Danzando la Frontera, cuya primera emisión fue realizada en el año 2017 en la ciudad de Tijuana, B. C. Sus áreas de especialidad están relacionadas con las profesiones artísticas y los procesos de identificación profesional en torno a la danza contemporánea en el norte de México.
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