Álvaro

Y todos se conjugaron en copretérito alrededor de chillantes trompetas, motas de colores, y pedacitos de luz que se amontonaban en el suelo. Todos se llenaban el cuerpo de alcohol, de comida, de ridículos trajes, de falsos discursos.

 

Álvaro

 

Y todos se conjugaron en copretérito alrededor de chillantes trompetas, motas de colores, y pedacitos de luz que se amontonaban en el suelo. Todos se llenaban el cuerpo de alcohol, de comida, de ridículos trajes, de falsos discursos. Es que ése era el último, y en el fondo, con temor, eran conscientes que podría ser su último.

Álvaro era indiferente, le era más importante el segundero de su reloj. No pensaba en el último, ni en el primero, pensaba en el tiempo o la falta, o la ausencia. En el segundo de separación entre las 23:59:59 y 00:00:00 que cautivadoramente guardaban el tiempo (su definición). Respiró la nada. Ese segundo implosionaba: acciones, palabras, guerras, la materia, todo significado y construcción, eran nada. Como Álvaro en ese momento y lo que había sido antes. Tal vez era un todo, el todo en esa fiesta, en la indecencia, en la gula, la lujuria, entre personas que no lo volteaban a ver, ni su esposa Inés, vomitando las entrañas en el jarrón azul de la entrada.

Al fondo de la cocina, una mujer de manos violetas sostenía un reloj digital, 23:58:50. Intercambió la primer mirada, estaba vivo y visible. Ni transparente, ni pálido, era concreto, sólido, opaco, él ocupaba un espacio en aquel plano. Buscó en cada ángulo de la habitación por alguien más que validara su cuerpo, pero no encontró ojos que lo cruzaran. Todas las personas seguían en gerundio.

Sus sonrisas llenaban todo espacio, se besaban las mejillas, entrelazaban los dedos, no era que él no existiera, es que ellos vivían y veían. En su seño se le escribía el año completo, no sólo las alegrías sino las tristezas y carencias que aquel que estrechaba le había llenado.

Frente a Álvaro, brindaban burbujeantes y frescas copas, un hombre de alta frente se derramó en gruesas lágrimas. Se le derramaron las caderas a una mujer en bailes entre los tacones dorados de Inés, a quien se le derretían los dedos en las costuras del pantalón de un hombre de recta quijada.

“¡Falta un minuto!” canturreó una mujer prominente, barriga de siete meses. “¡10!”, gritaban las trompetas, las bebidas se extendían por todo el suelo. No lo notaban, qué importaba el champagne, el dinero, pensó él, si están viviendo todo, “¡9!”. Están agradeciendo todo, y quieren más, mucho más de la vida. Están sedientos de días, quieren hacer más recuerdos, “¡8!”. Álvaro no lo estaba haciendo, sólo recordaba, lo lamentaba, “¡7!”.

Pero allí, en aquella fiesta banal, no importaba el segundo dentro del reloj como había analizado antes. Era el exterior del segundo, “¡6!”. Era la maximización del tiempo, explotaba en segundos, minutos, en horas, en días, meses, “¡5!”. Era la posibilidad de caminar otra vez por una calle empedrada, respirar lo frío de la madrugada, leer doce cuentos perdidos, lavar los platos, doblar la ropa…

Lo veía allí, lo sentía en su nuca, ya no era el brillo en el aire, eran en sus ojos. Los ojos de la mujer de manos violeta, del hombre que goteaba la piel de sus mejillas, de la mujer embarazada, de aquella de tongoneantes caderas, de aquel de recta quijada, de Inés y de la puerta del baño cerrada tras ellos, “¡4!”.

Álvaro pensó que tal vez sí era un nuevo comienzo, una oportunidad para aquellos que no habían disfrutado los 365 días. Recordando todos los comerciales en la radio, todas las veces que lo había visto en un espectacular camino al trabajo, los especiales decembrinos en la televisión, ese mismo cliché que él analizaba ahora, y en sus oídos recordó los villancicos de supermercado, “¡3!”.

Se chocaban, ya no las copas sino las botellas, se intercambiaban las boas de plumas, los exuberantes lentes en forma de “2004” y por primera vez la noche se hizo silencio, se esperaba el segundo, la explosión, “¡2!”. Todos miraban la televisión donde ya era clásico el paisaje Newyorkino, sin estrellas en el cielo mas que una ventana en los edificios y un flash de sus cámaras por cada estrella que faltaba.

¡1!”, Y no fueron los fuegos artificiales, ni los gritos, ni los cantos, ni el pasar de los segundos en el “Kit-Cat Clock” en la pared lo que hicieron a Álvaro olvidar su ausencia. Fue el golpe violento contra la puerta del baño que estremeció las paredes del cubículo, ahogado entre las celebraciones de año nuevo. Fue el golpe seco al caer lo que había destrozado aquel felino de poderosa mirada marcando las 00:00:01.

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