Por Juan Alberto Apodaca
Las palabras dicen tanto y tan poco. El hiperbólico axioma del 93% de la comunicación no verbal es tan falso como preocupante. 7+38+55. ¿Todo comunica?
Un gesto. Un artefacto. Una acción. Un ademán. Una palabra (no dice nada y al mismo tiempo). Un silencio. Un discurso en piedra pocas veces leído, nunca interpretado. ¿Qué hacer entonces cuando la comunicación ha muerto? Poscomunicación… posverdad… pos-sí… ¡Pos-no!
Me niego a hablar de ti en pretérito perfecto simple: compartimos, vivimos. Sigo compartiendo, sigo viviendo, pero ¿y tú? En ese preciso instante en que uno se entera que “ya no estás”, ¿de verdad ya no estás, ya no debes estar? ¿Debo darte las gracias? ¿Debo hacer mutis y seguir adelante?
Polifonías homogéneas: hay que echarle ganas… la vida sigue… hay que honrar su memoria… lo que necesites, aquí estoy… Frases hechas, lo que se espera, palabras huecas que comunican formas geométricamente exactas, pero más falsas que la muerte de la comunicación. Sentimos todo, expresamos nada.
Me niego a convertir tu ausencia en mi presencia. Te pienso. Te siento. Te extraño. No hago alarde de mi amor por ti, me lo trago. ¿Eso es mejor? ¡Ajá! ¡Sí, cómo no! Lo que no se dice no existe; no te digo y claro que existes.
Callar no es la solución, enferma, contrae el cuerpo, distorsiona el mundo. Hablar no es la solución, me niego a convertir tu ausencia en mi presencia y, sin embargo, lo hago.
Una imagen. Eso es. Literaria/literal. Visual/metafórica. Sónica/imaginaria. Una imagen-imaginaria/sentida/profunda/permanente. Tú eres, en presente de indicativo, siempre eres, siempre estás. Me niego a darte las gracias, no por ahora.
Sobre el autor:
Juan Alberto Apodaca. Docente universitario, investigador cinematográfico. Imparte clases de cine, comunicación, sociología y literatura. Autor del libro Entre atracción y repulsión. Tijuana representada en el cine (UABC, 2014). Interesado por la cultura fronteriza, actualmente estudia un doctorado en ciencias sociales.
IG y FB @juanalberto.apodaca