Por Miguel Corral
El hombre máquina, más allá de la ciencia ficción
Una de las proclamas más recurrentes de los grupos conservadores que se oponen a la avanzada de los derechos de las mujeres (e.g., la interrupción legal de embarazo), y de la diversidad sexual (e.g., no-criminalización de las relaciones sexoafectivas entre personas del mismo sexo, el reconocimiento de la identidad de género de personas trans, la conformación de familias no tradicionales), es que existe un orden natural de las cosas del cual el hombre forma parte, que es incuestionable y, por lo tanto, resulta imposible ubicarse fuera de estos parámetros que, constantemente contradictorio, tienen como punto de partida una suerte de fusión biológico-religiosa.
Esta apresurada conclusión tan defendida por estos grupos conservadores, clausura materialidades- otras –corpóreas y afectivas– que opera como formas de control sobre la sexualidad, el deseo y la producción de subjetividad de las personas, clasificándolos, organizándolos y regulándolos, sirviéndose del aparato médico jurídico para legitimar la edificación de discursos que coartan el desarrollo de políticas públicas que garanticen el pleno y libre desarrollo de quienes escapamos al aparato heterosocial, ese que se ha dado por llamar natural.
Lanzo una pregunta que puede llegar a ser molesta: ¿Qué de lo humano es natural? De manera fascinante, la ciencia ficción, además de género literario, ha sido la precursora que ha permitido ampliar la mirada sobre lo que el humano puede llegar a ser. Surge como el relato especulativo sobre un futuro incierto, que adopta formas espeluznantes, desconocidas y que pone en tensión todo lo que en el presente se conoce y lleva consigo la insignia de real.
Por otro lado, si bien el paradigma de la construcción social nos ha permitido entender que el ser humano además de biológico es también cultural, los estudios recientes sobre ciencia y tecnología, el feminismo y la teoría posthumana, nos ofrecen un escenario en el cual el sujeto emerge como altamente atravesado por inscripciones biomédicas, tecnológicas o digitales, en tanto que, desde hace décadas, se ha vuelto cada vez más común que nuestros cuerpos y nuestras subjetividades (y en sentido amplio la experiencia humana) sean intervenidos y, en consecuencia, modificados por dispositivos, mecanismos o procedimientos biotecnológicos.
Son estos estudios que proponen un “continuum naturaleza-cultura mediado tecnológicamente” (Braidotti, 2013, pp. 77) los que nos ayudan a entender que poco de lo humano permanece estático, en el orden de lo natural, y que nos encontramos en una transformación incesante en medida de que la globalización posibilita la comercialización a nivel local de productos tecnocientíficamente desarrollados por grandes corporaciones transnacionales, inscriptos en los límites del capitalismo avanzado: desde los alimentos que consumimos, las formas digitales de comunicación, los fármacos que ingerimos, las prótesis biónicas disponibles, la fertilización in-vitro, hasta las modificaciones genéticas posibles.
Aquí es necesario hacer un alto para advertir que, en sí mismas, las tecnologías no son perversas, sino que se pervierten en tanto que son apropiadas y mercantilizadas por los grupos de poder con la finalidad de garantizar y perpetuar su hegemonía económica, política y militar.
Por otro lado, sí resulta pertinente analizar cuáles son los efectos biopolíticos que tienen estos nuevos desarrollos biotecnológicos en nuestros cuerpos y subjetividades. Asimismo, me parece atractivo tener en cuenta las posibilidades que estos nuevos registros tecnológicos representan, tal y como lo propone la ciencia ficción, de construir otras realidades, más justas y equitativas, geopolíticamente situadas y políticamente comprometidas con la producción afirmativa de nuevas subjetividades y formas colectivas de creación y resistencia, instaurando valores pertinentes y estratégicos en consideración a los tiempos que se nos presentan, en concordancia con la emergencia de agenciamientos moleculares maquínicos, a la manera en que fueron propuestos por Deleuze y Guattari (1997).
Aunque brevemente, he intentado elaborar un recorrido que explica la imposibilidad de remitirnos a lo natural en pleno siglo XXI. Dicho sea, pues, que los sujetos humanos hemos emprendido un viaje sin retorno que cada vez nos aleja más de lo puramente concerniente a la naturaleza, y ésta aparece como una especie de recuerdo lejano, que en el mejor de los casos, se encuentra colmado de nostalgia, reducido a un pasado que ha quedado muy atrás.
Referencias.
Braidotti, Rosi (2013). Lo Posthumano. Editorial Gedisa, España.
Deleuze G, Guattari F (1997). Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Trad. José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta, Editorial Pre-Textos, España.
Miguel Corral es marica, militante por los derechos de la diversidad sexual y el VIH, maestro en Estudios Culturales por El Colef. Actualmente estudia el Doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM y forma parte del Seminario de Investigación Avanzados en Estudios del Cuerpo y es co-presidente del Comité Binacional de VIH/sida e ITS San Diego-Tijuana.
e-mail: miguel.corral@comunidad.unammx.
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