Por Paulina Sarfson
No había logrado dormir, pues la cita con la muerte ya tenía hora pautada. Su estómago revuelto apenas toleró un café negro. Pero aún con náuseas y resistencia, la condena se llevaría a cabo.
Rogó a Dios por su salvación y la de todos ellos; luego vendría la confesión ante el sacerdote. El indulto del gobernador todavía aguardaba un milagro, su esperanza intacta hasta el último segundo. Un perdón desestimado: no hubo compasión ni clemencia.
Caminaba por el largo corredor gris para encontrase con la muerte en esa sala fría, blanca y aséptica. Separados por una pared vidriada se ubicarían los testigos. Soberbios y convencidos de estar en presencia de un acto correcto, observarían el procedimiento con frenesí erótico.
Cuando el juez dio la orden, puso su mente en blanco y bajó la palanca. El cruel chirrido que provocó la electricidad fue un latigazo brutal que no quería recibir. La sentencia se había cumplido. Una madre joven yacía inerte, sujeta a la miserable silla. Overol naranja, capucha negra, manos atadas, pies descalzos y crispados como un ovillo, aún humeantes; todo aquello más el olor repugnante de carne quemada ofrecía a los presentes un grotesco espectáculo.
Con la mirada nublada por lágrimas ocultas, caminaba de regreso por el largo corredor gris, que atravesaría de nuevo para cumplir la próxima ejecución. Cómplice de la barbarie legalizada, el verdugo se persignó e imploró un indulto, esta vez para su alma.
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Paulina Sarfson.-Escritora argentina. Periodista, correctora, docente. Primeros premios y menciones especiales concursos literarios. Publicación cuentos en antologías por selección, editoriales de Buenos Aires. Colaboración en revistas literarias de América y España. Activa gestora cultural.