Mi primera vez con la cheve artesanal

Cuando comencé a trabajar el taxi, tenía, qué serán, unos 17 años, a esa edad uno no es tan responsable, eres joven y cualquier cosa se te hace fácil, el futuro casi que ni existe para uno.

por: Taxi Kadabra.

Cuando comencé a trabajar el taxi, tenía, qué serán, unos 17 años, a esa edad uno no es tan responsable, eres joven y cualquier cosa se te hace fácil, el futuro casi que ni existe para uno. Pisteaba todos los fines de semana con mis compañeros de la chamba, andaba con puro don agarrando cura en las pulgas y pisteando Tecate.

Siempre me gustó la onda del rock en español, y mi bandita preferidas siempre ha sido Zoé. Fue hasta que agarré el rollo de que tenía que guardar feria cuando pude juntar para ir a verlos en vivo. En el estadio Caliente, hijole, fue bien impresionante entrar y ver las bocinas, la bataca, las liras, todo listo para que los weyes se pusieran a tocar. 

Fui solo, porque mis únicos compas eran los taxistas y a ellos les gustaba la banda y el norteño. Siempre he sido una persona muy solitaria, de esas que escuchan la rola de Juan Gabriel “yo no nací para amar, nadie nació para mí” y sienten que se las escribieron a ellos.

TAXI in Ljubljana, Slovenia

Esa noche el cielo brillaba por las estrellas y creaba el ambiente para querer estar acompañado. Me fui metiendo entre la gente, como la humedad, hasta llegar casi a los pies de León Larregui. Sentí algo a mi izquierda, algo que se me a figuró a lo que siente el hombre araña con su sentido arácnido, un sujeto de barba larga me estaba viendo, miró todo mi cuerpo, sonrío y se volteo a ver el comienzo del concierto. Pasé saliva con un poco de cerveza y lo imité.

Esa noche llegué a casa de mis jefes medio pedo, pero contento, hasta que me recosté para dormir y recordé esos ojos. No podía dejar de pensar en sus ojos penetrando mi alma, viéndome como alguien leyendo un mensaje bonito de buenos días.

Al día siguiente me desperté temprano para comenzar mi ruta. Me gustaba iniciar en el bulevar Aguacaliente para bajar hasta la revu en caso de no encontrar viaje, de ahí me iba a playas, me echaba unos tacos y regresaba a zona río. A la altura del calimax. Ahí por el Cuauhtémoc, me hizo la parada un barbón y lo subí, se me quedó viendo por el espejo un buen rato.

Le pedí indicaciones para saber para donde agarrar camino. “Voy al centro, a la revolución y la cuarta. Oye, ayer estabas en el concierto ¿no?”, voltee por el retrovisor y vi la misma mirada que me había desvelado en la noche. “Sí, creo que te alcancé a ver, estabas hasta al frente”, me puse nervioso pero continúe con el viaje de diez minutos. 

Cuando llegamos al centro me invitó a comer unos chilaquiles, y aparte de que me intrigaba saber más de él, soy de los que creen que nunca es mal momento para unos chilaquiles verdes, así que acepté.

Los chilaquiles y el café se convirtieron en una copa de vino y luego en unas cervezas. Le conté que nunca había probado más que la tecate y de repente una indio. “Vamos a la cacho, te voy a enseñar una cheve chingona”.

Llegamos a un lugar de sushi, pedimos unos rollos que vinieron bien para bajar la peda, y pidió dos blonde de cero infinito. A las tres cervezas comenzó a tomar confianza, con esos ojos y su forma de hablar me convenció y al rato ya estábamos la roma comprando un seis de cero infinitos. Nos metimos a un hotel del centro y mientras nos besabamos seguíamos tomando. 

Así fue la primera vez que tomé cerveza artesanal, y la primera vez que me enamoré. Esa relación no duro mucho, la verdad, pero fueron unos meses llenos de abrazos inolvidables. Lo mejor fue la cerveza, ahora cada que puedo me compro un seis y cada trago me sabe a sus besos.

Sobre el autor: 

Taxi Kadabra es el seudónimo de un conductor gay de los taxis libres; amante de la cerveza artesanal, la música local y el rock alternativo. Activista por los derechos LGBT+ dentro del gremio taxista.

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