Migrar para sobrevivir

En mi cuerpo existe una rabia que enciende mis venas y las recorre quemando mi tranquilidad

Pasé todo un día con Ale. Fuimos a entrevistar a familiares de personas desaparecidas en la “sucursal” vista-buena de la FGE, en la 70-76. Un carrito negro, jetta, 2004, nos ayudó a llegar. Ale hizo las preguntas y yo grabé en video las entrevistas más conmovedoras que he presenciado. El llanto de las madres corrió por la banqueta. Cuánta crueldad. Cuánto cinismo. Cuánta injusticia.

Después de eso bajamos a la FGE de zona río, donde se preparaban colegas periodistas de muchos medios para conmemorar el primer año del asesinato de Margarito Martínez y Lourdes Maldonado y de paso exigir que se haga justicia, que se encuentre a los autores intelectuales.

Escuchábamos corridos tumbados. Platicabamos de política, del nuevo periodismo, del futuro para nosotros y para la revista mientras bajábamos por bulevar Cuauhtémoc Norte atestado de carros. Casi para llegar a la glorieta Cuauhtémoc, Ale me pidió que le tomara una foto en la que sale sonriendo, con el sol coloreando su rostro en el que unos lentes de sol ocultaban sus ojos cansados.

Luego lo grabé en video. “¿Qué te llevó a ser periodista?”, le pregunté. En juego contestó: “Varias cosas, la primera: probar la carne de camello. Pensé en ir a Qatar a catar carne de camello, pero no se ha me dado la oportunidad y bueno, aquí estoy, en Tijuana, persiguiendo los homicidios de la ciudad; sin dormir, sin comer, recorriendo las calles con las llantas del Ramón (su carro). Encontrando la verdad”.

Llegamos justo a tiempo para pasar antes por un café.

Ya en la FGE, Ale saludó a todo mundo con una sonrisa, echó carrilla a algunxs cuantxs, como de costumbre en Ale cuando agarra confianza. Yo tomaba fotos.

Las velas se encendieron. El grupo que al principio parecía disperso por la banqueta frente a la fiscalía, se integró en una masa brillante entre las luces de las videocámaras y las velas.

Nadie salió a abrirnos. Nadie atendió a lxs periodistas. Se dijeron cosas. Cosas que ya se han dicho, que ya se saben. Es injusto e inhumano vivir con miedo de la muerte por escribir lo que pasa, por retratar la realidad.

Los políticos dicen que sí a todo, pero nunca resuelven, sólo tapan con parches los baches de esta calle maldita llena de subibajas y fosas clandestinas que es la ciudad de Tijuana.

Foto: Enrique Martínez

Cuando se hizo la hora de ir por la pareja de Ale, él se comenzó a despedir de todxs, pocos sabían por qué la despedida no era como cada día de reporteada, no era sólo un “nos vemos, se cuidan”, seguro algunx que otrx escuchó el “qué gusto haberte conocido”, “te quiero”, “espero verte pronto”. No era una despedida así nomás, era una despedida que no tenía tiempo definido, al menos no en un corto plazo.

Días antes, Ale sufrió un ataque a su propiedad. Tres sujetos llegaron en un auto a su casa por la noche, mientras él y su pareja dormían. Dos de ellos se bajaron y con una roca rompieron el vidrio trasero del jetta negro 2004.

Luego el silencio.

Un silencio que asustó.

Nadie dijo yo.

No se sabía de dónde podría venir el siguiente ataque.

Algunas personas del medio periodístico lo minimizaron: “Cosa de nada”. “Unos loquillos”. “Morros pendejos que querían verse machitos”.

Pero el temor de vivir en un lugar donde matan a la gente que escribe como Ale, a la poca gente que tiene los huevos de decir lo que nadie se atreve, ese temor se quedó estancado como el humo que te mata en un incendio antes de hacerte cenizas. Por eso Ale y su pareja se fueron. Ella con seis meses de embarazo, no podía vivir con eso. No era justo. No era humano.

Unos días después de la cobertura que hicimos salió su vuelo. Vivíamos cerca, así que mi papá nos apoyó con su camioneta familiar para llevarlos con sus maletas, más dos gatos y un perro, al aeropuerto. Les ayudé a bajar lo que pude. Los acompañé a dejar su equipaje. Pusimos los cinchos en la jaula del perro. Luego de casi una hora, los abracé y nos despedimos como cualquier día. No fuimos fuertes para aceptar que no nos veríamos por un buen rato.

Cada paso que di de regreso con mi padre fue una lágrima de coraje que me tragué para luego escupirlas en letras. Apenas hoy, meses después de verlos en persona por última vez, pude escribir esto. Hoy que nació el pequeño brillo del cosmos, la vida se pintó diferente.

Hoy sabemos quienes fueron, eran policías municipales. Luego de semanas fuera de la ciudad a Ale le llegó el pitazo: si no te ibas te iban a matar, no puedes pisar Tijuana.

En mi cuerpo existe una rabia que enciende mis venas y las recorre quemando mi tranquilidad.

Qué tan cobarde tienes que ser como para meterte con alguien que lo único que busca es el bien común. Pocos huevos son quienes se atreven a empuñar una pistola en nombre de la corrupción, en nombre del delito y de la protección de un sistema que nos aplasta cada vez con más ganas de quitarnos hasta la sonrisa de la cara.

Qué injusto tener que migrar para sobrevivir.

Lxs periodistas son uno de muchos blancos a los que el sistema, que hoy se nombra en “transformación”, apunta con el dedo, con un arma o con su silencio cómplice.

Pero la esperanza está, en esas manitas pequeñas que hoy toman la mano de mi amigo para seguir un camino; de esos ojos brillosos que hoy miran a una madre y un padre que le aman y que harían cualquier cosa por él. La esperanza está ahí, en el amor y la entrega.

25 de abril de 2023

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