Recuerdo el verde de las paredes, los lunares y ese tono español de su cabello. En la ducha, las gotas golpeaban las baldosas del suelo. Miré el espejo colgado tras la vieja puerta de madera. Noté detrás de mí, su espalda rosada, pecas de barro. Me ví los hombros pero eran lisos. Volteó sonriendo con los senos expuestos. Estos me veían con sus dos enormes ojos, atentos, tiernos, me extrañaban. Mi pecho incapaz de mantener la mirada, era pequeño, de párpados soñolientos, dormido.
Con sus largos dedos apartó la cortina de plástico, el baño se llenó de la luz que entraba de la ventana al otro lado de la regadera. Luz de sol, luz de mañana. de luz se iluminó el agua, el espejo, mi rostro y su abdomen.
Pero verdadera luz la del agua que corría por los ríos de su abdomen, que nacían y desembocaban en los bosques rojizos, que tenía entre las piernas. Otros más se extendían con tal fuerza que recorrían sus muslos infinitamente. Chorrearian por sus rodillas y se confundiría con el agua del suelo. Me busque los ríos, tal vez algún riachuelo, pedí aunque sea un lago, pero no había ni el brillo, solo un pozo en medio de una barriga uniforme, yana, sin gracias.
—Ven, hija, el agua está fresca.
Y tomó mi mano tan pequeña, tersa. Bajo el agua, era capaz de ver todo; piel, huesos y músculos. Pero en ese momento, en ese lugar…ella era una y todas las mujeres y yo ninguna….
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