¿Por qué no?

Las cosas zumban pero no hay abejas, el piso y su tierra son un mar que no se reconoce a sí mismo, y Rosario, bueno, ella no recuerda cómo mover sus manos, cómo empujar el suelo, cómo ser un bípedo que se viste de blanco.

 

Por Pedro Arath Ochoa Muñoz

Las cosas zumban pero no hay abejas, el piso y su tierra son un mar que no se reconoce a sí mismo, y Rosario, bueno, ella no recuerda cómo mover sus manos, cómo empujar el suelo, cómo ser un bípedo que se viste de blanco. Por favor, Rosario, compórtate, yo sé que hay gas lacrimógeno pero esa no es excusa como para que tu columna se mimetice con los gusanos que ves en la tierra. Reptas ahora como reptaste en la noche. Todo se te olvida.

Gas macanas gritos leopardo cocodrilo buitres ahí vienen las Julias antílope que pasta gritos gorila uñas ojos carne las vísceras de la tierra gritos los colmillos del aire gritos.

¿Cómo le iba a decir que no? ¿Cómo le iba a decir que estaba loco? La verdad es que aquí la única persona verdaderamente idiota eres tú, ya sabes cómo se pone el Señor cuando quiere algo. Pero poco te importó, jalaste las correas de tus lesbianas y cayeron para joder la extracción. Si te cuento qué va a suceder es porque te amo, Rosario, me importas y por eso quiero que estés fuera del peligro, pero en lugar de eso simplemente te conviertes en el costal más estúpido del mundo.

Balas de goma avispas del Estado escudos que penetran hebillas como campanas Pues ya dense señores que estas viejas algo quieren mordidas mandíbulas dislocadas rojo ano gritos.

La extracción iba a ser sencilla: solamente era hablar con la ganadora del concurso y transportarla a Los Pinos, pero tenían que llegar ustedes. Pero ya estás recordando algo, ¿verdad, Rosario?, ya estás recordando que ustedes también sangran.

Negras las lágrimas caras huesos sangre cabello manos piernas faldas macanas gritos de nuevo lágrimas piel aire nubes lágrimas lágrimas lágrimas.

Afortunadamente la reina ya está en camino. A ver, Rosario, cargabas la frase que dice: “No somos mercancía”; te pregunto, con toda la honestidad de la que soy capaz, mientras te retuerces como una ridícula y abrazas al suelo como si fuera tu amante, ¿por qué no?

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