por Luz Daniela Bustos *
“—¿Qué se comió esta vez?, neta que me caga este trabajo, pensé que estudiar psiquiatría era puro recetar drogas”.
Masticó y tragó, arrancó más y masticó y tragó, devoró y tragó y masticó, vomitó, sigue y sigue, el vómito se mezcló con los coágulos y los deditos que a Candela, le supieron como de queso. Al abrir la puerta, la tenue luz se filtró, un baño de pálido sol se dieron las sonajas, las cobijitas, el silloncito y los peluchitos.
Entré, en el suelo, la marchitez de cuajos y carmesíes retazos de telas que yacían en sus pies y en sus manos, viajaron entre lo que sentí como laberintos de pesadillas de colores pastel y tendones saboreados, algunos, medio triturados, era una infusión de una desdichada manifestación de la más pura aberración. Su silencio me sabía a óxido, se me impregnó en los ropajes y en las uñas.
Tibia la habitación que olía rancia y férrea. Ácidamente, caminaba con cuidado de no pisar su mierdero, con fuerza la fetidez te golpeaba el rostro y la necesidad de regurgitar no era nimiedad. El calor detenido en aquel lugar era notoriamente pesado ese día. No sé qué me sorprendía, si la vieja hacía lo mismo a diario. En esta ocasión iba acompañado de mi subyugado, su mueca de asco corroía el ya espeso humor de este cuarto.
—¿Ya comiste, Candela?
—Riquísimo, doc. Dijo despacito, como rezando.
—Ira’, para que te lo pases—. Dejé el vaso con leche tibia y nos retiramos.
En este lugar es mejor pedir permiso que pedir perdón, los pacientes hablaban por las rejillas de sus puertas, arrojando sinsentidos que se ven como la tibieza de lo usual, salimos a fumar. En el estacionamiento vacío, el abismo de desentendimiento que se posó entre mi capacitado y yo, se sintió como un dinosaurio que se resistía a irse.
—Ya pregúntame, wey, te veo la jeta.
—¿Qué se comió esta vez?, neta que me caga este trabajo, pensé que estudiar psiquiatría era puro recetar drogas.
—Pues no, wey. ¿Qué esperabas de un puto manicomio? Para que te vayas enseñando cómo está el pedo. La pinche Candela está loca, nomás que ahorita se mamó. Esta vez se chingó a un bebé, wey. Antes eran ruquitos, como que ya se cansó de la carne magra.
Chasqueó la lengua y con la mirada absorta en los cajones desocupados, le dimos otra calada.
—¿Y todos los días le dan raza ya muerta pa’ que se los trague?
—Simón. Mejor a que ande suelta comiéndose morrillos. No sé de dónde los sacan, la neta.
—Ni pedo. ¿Quieres otro cigarro?
—Yo siempre quiero, padre santo.
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*Luz Daniela es estudiante de segundo semestre, de lengua y literatura hispanoamericana de la UABC. Disfruta del cine, de escribir relatos de misterio y ensayos.