La guionista y directora francesa, Coralie Fargeat está arrasando la taquilla mundial con su segundo largometraje, The Substance (2024), ganador a mejor guion en el Festival de Cannes; luego de su también exitosa ópera prima, Revenge (2017).
The Substance, protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, es una cinta satírica del subgénero del body horror, subgénero del terror que se caracteriza por alteraciones grotescas y perturbadoras del cuerpo humano. Con claras referencias a películas clásicas de horror como The Shining, Carrie y 2001: A Space Odyssey.
La cinta sigue a Elisabeth Sparkle, la estrella de un programa de televisión de aerobics, quien en su cumpleaños, es despedida y despojada del show debido a su edad.
Más tarde, destrozada, sufre un accidente automovilístico y en el hospital, un misterioso enfermero dejó una memoria USB etiquetada como “La Sustancia”, que resulta ser la presentación de un producto inyectable que permite acceder a una “mejor versión” de sí misma, joven, más bella; casi perfecta. Una misma dividida en dos versiones: Elisabeth y Sue.
La única indicación es que esta nueva versión y la versión original, la matriz, deben intercambiarse cada 7 días. Cada una vive por 7 días mientras la otra yace inconsciente y así sucesivamente.
La creación de Sue, tiene consecuencias psicológicas, emocionales y físicas para Elisabeth y envuelve a ambas versiones en una lucha por la autopreservación.
A partir de aquí habrá spoilers, si no has visto la película y no quieres más detalles, ve a verla y regresa a leer. Si no te importa, continua.
La caducidad de las mujeres en la industria
No cabe duda de que esta es una película escrita y dirigida por una mujer, esto queda claro en apenas los primeros 15 minutos de la cinta cuando Harvey, el productor de show de televisión, deja en claro que Elisabeth “ya caducó” para el programa y necesita una mujer más joven y más guapa. Sin importar que Sparkle haya ganado un Oscar.
Es decir, no importa el talento, la trayectoria ni la experiencia de las mujeres si dejan de apelar al consumo masculino y los estándares de belleza que establece la industria del consumo.
La desesperación de Elisabeth por volver a ser admirada la empuja a consumir “La Sustancia”, buscando recuperar la gloria perdida, el amor del público y, en última instancia, su lugar en la televisión.
Sin embargo, esta necesidad de Elisabeth de ser querida, admirada y elogiada en televisión, es también resultado de la socialización de las mujeres, desde temprana edad, a convertirnos en el objeto de consumo de los hombres, ser lo que ellos desean y cumplir con los estándares de belleza del momento.
Pareciera que el valor de las mujeres está definido sólo por el aspecto físico y se mide únicamente por cómo nos perciben los hombres: guapa o no, atractiva o no, joven o no, exitosa o no; como si todo lo demás que nos construye no tuviera relevancia.
Por eso, irremediablemente, Elisabeth en su “mejor versión”, Sue, regresa al lugar que la desechó: la televisión. Elisabeth y Sue, sin importar como se ven y la edad que tienen, están sometidas a la necesidad de aprobación.
El body horror de las «girlies»
Mucho antes del desenlace de la película y la aparición de “esa” última versión, fue posible experimentar el terror a través del cuerpo. Y no necesariamente cuando la columna de Elisabeth se divide para dar paso a Sue…
Hay una escena, de lo más terrorífica, cuando Elisabeth tiene una cita y está en el baño maquillándose y preparándose para irse pero continúa regresando a cambiar algo: el color de su labial, sus accesorios, su peinado, su maquillaje, cubrir más, ajustar, ocultar.
Esta escena y la elección específica del baño como el espacio en el que sucede va más allá de Elisabeth y Sue. Es una experiencia colectiva para las mujeres. El baño es un espacio de vulnerabilidad, soledad y enfrentamiento.
¿Cuántas de nosotras no hemos pasado horas explorando nuestro rostro en el espejo, buscando imperfecciones? ¿Cuánto tiempo pasamos en el baño explorando nuestro cuerpo, nuestra piel, nuestro vello?
Siempre buscando y encontrando defectos que nos alejan más de la inalcanzable perfección.
El body horror de “The Substance” no sólo se ve, se puede sentir, viene desde el núcleo, desde las inseguridades, las expectativas y la sensación de que siempre nos falta algo, que nunca seremos lo suficientemente buenas.
Monstro Elisasue y el male gaze
Hacia el final de la cinta, cuando Sue, después de abusar de la sustancia, del cuerpo de Elisabeth y de acabar con su fuente de estabilizador, justo en su momento más importante, se empieza a desmoronar. Ni siquiera la versión más guapa, más joven y más perfecta fue suficiente.
Sue, tras un arranque, mata a Elisabeth y comienza a despedazarse. En un intento desesperado, no de seguir viviendo, si no de encontrar una mejor versión, se inyecta otra dosis de La Sustancia, que debía haber desechado Elisabeth tras el primer uso.
Así nace el Monstro Elisasue: la personificación de las expectativas que la sociedad impone sobre las mujeres. Esta tercera versión de Elisabeth es grotesca: tiene dientes formando sonrisas por todo el cuerpo, senos donde debería estar su rostro y tres brazos que luchan por mantenerse unidos. Es el resultado de la búsqueda desenfrenada de la perfección y la aprobación bajo la mirada masculina.
En retrospectiva, Elisabeth era una mujer adulta guapa, fuerte, con mucha vida por delante; Sue, una versión más joven, con la fama recuperada, cuerpo ideal… ¿cómo llegó a convertirse en un monstruo?
La transformación final de Elisabeth en este monstruo no es solo física, sino también simbólica. No es la edad de Elisabeth, la irresponsabilidad de Sue ni las malformaciones de Monstro Elisasue.
El horror viene desde dentro. Es la necesidad de aprobación, la inalcanzable búsqueda de la fama y el sometimiento a la male gaze como una medida de valor.
“The Substance” crea un monstruo con las inseguridades que atraviesan a las mujeres y justamente son los hombres, representando a la industria del entretenimiento, quienes se lanzan sobre su propia creación para masacrarla y llamarla fenómeno como si no fueran ellos quienes dicen cosas como: “Ojalá tuviera las tetas en medio de la cara y no esa nariz”.