Tijuana, la tierra de nunca jamás

Jaime Martínez Veloz nos comparte en esta colaboración cómo fue su llegada a Tijuana y cómo fue que terminó por quedarse en esta ciudad

Por Jaime Martínez Veloz

La primera vez que pasé por Tijuana, fue en el verano de 1988, había viajado junto con un amigo, de Saltillo a Mexicali, para conocer la forma de operación del Programa de Fraccionamientos Populares, impulsado por el Gobernador Xicoténcatl Leyva, con el propósito de implementar un modelo similar en Coahuila. El vuelo de regreso de Mexicali a México se canceló y nos tuvimos que trasladar a Tijuana para salir de aquí a la capital de la república.

En Mexicali rentamos un taxi para que nos llevara a Tijuana, cuyo chofer nos trajo acalambrados durante todo el viaje, en un viejo Chevrolet sin aire acondicionado, que parecía sonaja, con un brazo sobre la puerta izquierda y agarrando el volante con los dedos de la otra mano y platicando tarugada y media, cruzamos la rumorosa entre el espanto y la admiración que genera esa impresionante formación geológica.

Al entrar a Tijuana y ver la cortina de la presa Abelardo Rodríguez dueña de una impactante obra de ingeniería, algo pasó en mis adentros que todavía no he logrado explicarme. La majestuosidad de la presa de Tijuana me recordó a su hermana la presa Lázaro Cárdenas o “el Palmito” que abastece desde el Estado de Durango con sus caudales los ejidos de mi natal Comarca Lagunera. 

Llegamos de tarde, un día antes de nuestro vuelo y nos hospedamos en el Hotel Radisson, de aquel tiempo donde luego de pasar por varias firmas empresariales hoy es el Hotel Marriot. Por primera vez vi el Semanario Zeta, cuya fama desde entonces trascendía las fronteras del estado. Habían pasado pocas semanas del asesinato del Gato Félix, así que la llama estaba encendida. Al siguiente día partimos hacia México en un DC-10 de Aeroméxico.

Foto: Archivo de Jaime Martínez Veloz

Después a principios de 1991, dos grandes amigos de mi vida, Heleno García de la CFE y Mario Luis Fuentes de SPP, me pidieron que realizara un proyecto de reacondicionamiento de vivienda popular para la ciudad de Mexicali y supervisara dos proyectos de desarrollo urbano, uno en el Ejido Chilpancingo y otro en la colonia Camino Verde de Tijuana. A los dos o tres meses terminé los trabajos encomendados, en Mexicali al Ayuntamiento de Milton Castellanos le aprobaron una partida de un millón de dólares para mejorar viviendas en colonias populares y en Tijuana se programó una partida para electrificar por etapas a Camino Verde. 

Una vez que entregue los proyectos requeridos, Mario Luis Fuentes además de mi amigo, cercano colaborador de Ernesto Zedillo, secretario de SPP y responsable político del Gobierno Federal para Baja California y al mismo tiempo enlace con Luis Donaldo Colosio, me invitó a cenar una de las taquerías que abundan en el DF, con el propósito escondido, de informarme de un acuerdo entre Zedillo, Colosio y Carlos Rojas entonces Coordinador del Programa Solidaridad para nombrarme responsable de las tareas de ese programa en Tijuana y enlace con el Ayuntamiento. ¿Y ustedes quien chingados son para decidir por mí?, le dije a Mario, sin embargo, luego de una discusión perdida, la plática culminó con acuerdo para trabajar en Tijuana por un lapso de seis meses, después de los cuales me regresaría a mi estado natal, tal vez el cariño y respeto que le tengo a Mario Luis influyeron en la decisión. Dejar la tierra donde uno nació nunca será fácil para nadie, yo no era la excepción. 

Después del triunfo del PAN en Baja California en 1989, los niveles de coordinación interinstitucional, entre los tres órdenes de Gobierno eran casi nulos. El PAN no atinaba a ser gobierno y el PRI no se asumía como oposición. 

Al ser Baja California un estado, gobernado por un partido diferente al del presidente de la República, sin un antecedente similar hasta ese momento, Carlos Salinas nombró como responsable del Gobierno Federal, para atender los asuntos del estado al Dr. Ernesto Zedillo, como una forma de establecer niveles de coordinación entre ambos órdenes de Gobierno.

Foto: Archivo de Jaime Martínez Veloz

En ese contexto y a petición directa de Don Carlos Montejo Favela, Presidente Municipal de Tijuana, al presidente de la República, ambos mandatarios, acordaron la realización de un conjunto de obras comunitarias, a través del programa de Solidaridad. Por parte del Ayuntamiento de Tijuana se nombró coordinador de este a Francisco Soto Angli con una larga trayectoria de luchador social, una formación profesional sólida y una sensibilidad poco vista entre los funcionarios de las administraciones panistas. 

Un jueves Mario Luis, me llevó a Tijuana, en la tarde me dio posesión como Coordinador de Solidaridad, ante un grupo de promotores sociales, que sacados de onda no sabían ni que decir, pero no eran los únicos, yo estaba igual. De entrada, les propuse que se quedaran a trabajar, que nadie sería separado de su cargo y como que aflojaron un poco la tensión. Con todos ellos construiría con el tiempo una relación casi familiar. Mario Luis se regresó y me quedé solo y mi pensamiento en una ciudad que sería una caja de sorpresas en mi vida.

Me hospedé los primeros días en el Hotel la Hacienda y poco tiempo después una gran amiga que con el tiempo se ha convertido casi en mi hermana o tutora, Nelly Rodríguez Avendaño, me rentó un departamento en los edificios que en ese tiempo eran color marrón, en contra esquina de la preparatoria Lázaro Cárdenas. 

La primera noche que pasé en ese lugar, fue de perros. Llegué de México en un vuelo por la noche y le había pedido a Nelly que fuera por mí, pero antes de subir al avión en México me sentí con el cuerpo cortado y durante el trayecto la infección y la calentura iban subiendo, de tal manera que, al llegar a Tijuana, estaba temblando y con mucho escalofrío, al ver a Nelly le pedí que si podía ir al estacionamiento por el auto, porque yo casi no podía andar y ella hizo una cara de ¿y este guey que se cree? 

Foto: Archivo de Jaime Martínez Veloz

Sin embargo, fue por su carro y apenas me subí le dije que me sentía mal y le pedí que fuéramos a una farmacia, me toco la cabeza y se espantó de la calentura que traía, después de buscar por muchos lados encontramos una farmacia, donde me inyectaron algo para quitarme la infección, me llevó al departamento recién rentado, dejándome tapado en medio de un montón de cobijas y un vaporizador que medio me aliviano por un rato. 

En la mañana tenía una reunión de trabajo con Francisco Soto Angli, responsable del Ayuntamiento ante Solidaridad y lo invite a donde estaba, que con todo y lo atarantado que andaba, nos pusimos de acuerdo para echar andar el programa social de mayor impacto, en los últimos años en Tijuana.

Al mes de estar en Tijuana, la ciudad me había cautivado, su encanto me atrapó para siempre y decidí quedarme a vivir en esta compleja, audaz y fascinante ciudad del mundo. Me atraparon sus olores, su encanto y cadencia, su forma de platicar en silencio, su dinámica audaz y combativa, los retos de su topografía y el empuje de su gente. Era como entrar al mundo de nunca.

Durante 1992, la coordinación entre Solidaridad y el Gobierno Municipal se produjo en los mejores términos. El edificio de la Presidencia Municipal se convirtió prácticamente en una comuna. Los martes desde las 12 del mediodía hasta que se agotara la agenda de los asuntos enlistados en el orden del día, se realizaban las reuniones de trabajo, donde las principales protagonistas, eran las propias comunidades. Ahí, se definían las prioridades, se ejercía la planeación comunitaria en forma democrática, se comprobaban los recursos aplicados, se discutía a plenitud, cada detalle que a las comunidades les preocupaba. Los colonos participaban en todo el recorrido social de las obras realizadas. La experiencia fue formidable e irrepetible hasta ahora. La estrategia de política social, más exitosa de los últimos años, en Baja California, ha pretendido sustituirse con copias chafas con magros resultados. 

Foto: Archivo de Jaime Martínez Veloz

De 1991 a 1994, me involucré en el proceso de organización social que ha dejado marcado mi vida. No soy quien para calificar los resultados del Programa de Solidaridad en Tijuana, pero el entusiasmo, la alegría, la fraternidad, la esperanza y el trabajo colectivo, inundaron las calles y colonias de Tijuana. Me fundí con la ciudad y su gente, en los cañones, los cerros y laderas donde conocí a amigos, compadres y compañeros de lucha fuera de serie. 

Tijuana es incertidumbre, pero su encanto trasmina el alma, es mucho más de lo que cualquier tijuanólogo haya escrito acerca de ella.

A las 5 de la mañana esperábamos las ollas de concreto en la colonia Libertad y juntos, señoras, jóvenes, niños y todo lo que pudiera moverse pavimentamos ese sector del cual muchos presumen y han hecho tan poco. Las jornadas de trabajo inundaban toda la ciudad, Sánchez Taboada, Ciudad Jardín, Lázaro Cárdenas, el Florido, Otay, las Obreras, la Tejamen, la Internacional, Plan Libertador, Primo Tapia, el Tecolote, La Gloria, la Guanajuato, la 18 de marzo, la Felipa Velázquez, Leandro Valle, el Mariano Matamoros, las Rinconadas, Nido de las Águilas, 10 de mayo, el Cañón de Sainz y por donde quiera las brigadas de trabajo, hicieron suya la ciudad y pobre de aquel que atentara contra su territorio. La delincuencia masco mecate frente al empuje de las brigadas comunitarias de trabajo voluntario.

Las ollas de tamales, el mole oaxaqueño, las corundas michoacanas, los chiles rellenos, frijoles charros, cochinita pibil y todo el enjambre de la comida típica mexicanas, se disfrutaban por todos los rincones de Tijuana después de las largas y entusiastas jornada de trabajo. Niños, señoras, hombres y abuelitos trabajaban entre la mezcla, la cimbra y costales de cemento en una ciudad sembrada de esperanzas.

Las señoras agarraban la pala y al rato movían el jarro de los frijoles, para el desayuno de las brigadas. 

Las noches eran de bohemia, no faltaba quien le rascara a la guitarra, alguien ponía las “caguamas” y la velada se convertía en un rato inolvidable. 

Foto: Archivo de Jaime Martínez Veloz

El “charro”, local comunitario de la colonia Libertad, se convirtió en el espacio oficial de asambleas, reuniones de trabajo y fiestas colectivas. Varias ocasiones lleve a Don Carlos Montejo para que “pecara” junto a nosotros y se echara unas cervezas con toda la banda de promotores sociales, colonos, maestros albañiles y antiguos pachuchos, convertidos en amigables lugareños, al amparo de la música de banda, cumbias y bachatas del sonido del salón comunitario.

Pero tanta dicha no podía ser eterna. El trabajo colectivo permitía la superación comunitaria, pero generaba envidia y recelo entre los que se autonombran la clase política tijuanense.

La juventud tijuanense no estuvo ajena al movimiento de Solidaridad, pasantes de las facultades de Arquitectura, Ingeniería Civil, Derecho, Economía y de diversas carreras se incorporaron como prestadores de servicio social y al mismo tiempo entendieron que la realidad es la fuente básica del conocimiento científico. Concursos de murales urbanos, poesía, canto, rock, teatro, bailables regionales motivaron a la juventud de la ciudad. 

Las comunidades competían en positivo en los concursos del “Mejor Barrio de Tijuana” donde jurados compuestos por colegios, artistas y profesionistas diversos seleccionaban los trabajos ganadores que eran premiados con obras comunitarias. Las mujeres son el sostén de las colonias populares, han sido ellas las que han impulsado los proyectos de mejoramiento social de sus comunidades y por dentro y por fuera tienen una belleza fuera de serie, con las palas, escobas o las ollas de mole o de tamales empujaban a cada una de las obras de programa de Solidaridad. Eso y más se vivió en un tiempo inolvidable.

Foto: Archivo de Jaime Martínez Veloz

A quienes trabajábamos en Solidaridad nos acusaban con todo un catálogo de calificativos de la lucha sucia para desacreditarnos. Un día Chuy Segura, priísta de toda la vida, me enseñó asustado una revista nacional, donde lo acusaban de ser “maoísta” y me preguntó preocupado si eso era bueno o malo. Le dije que no se asustara y que, en la puerta de su oficina, pegara el artículo y a un lado pusiera un letrero que dijera “Murmuren Víboras”. 

Incrédulo volvió a preguntar Chuy Segura: ¿Maoísta es lo mismo que Comunista? Más o menos es lo mismo, le contesté

Después se fue a su cubículo y a su estilo, regañó a Ildefonso Cardozo “el Pato” y a todo el que se le atravesara, por no haberlo detenido, cuando en un mitin en la Presidencia Municipal, a un funcionario le pidió prestado primero un magnavoz, luego ante la negativa del empleado, le dijo alterado ¡Lo que del Pueblo al Pueblo! Y le arrebató el aparato, que nos permitió, que medio nos escuchara la gente, en una concentración de varios miles de colonos, reunidos en el patio central del Ayuntamiento. El único problema para Chuy es que cuando dijo eso, lo escucho una periodista de PROCESO.

¿Ya ven?, ¡Por su culpa hasta de comunista me acusan hijos de la chingada!

El Pato, lo vio de reojo y le dijo, “no se apure mi Chuy, el otro día, los del PAN, vieron al negro Gabriel, y le gritaron ¡Pinche Cubano!, y míralo cada día está más cachetón. Cuando menos el hambre no se la ha quitado”. 

Después de esto Chuy Segura se relajó y se fue a la Miramar y a la Lázaro Cárdenas, a visitar a Doña Olivia, a Esperanza, a Carmen Segura, a Yolanda y a la señora Gurrola. Se subió a su “vocho” y junto con él se fue el Pato, que lo seguía cabuleando. “Ándale, ándale pinche Chuy, ya no hagas corajes, porque se te va a derramar la bilis”.

La organización logística de la subdelegación de SEDESOL era simple, con responsables por delegación municipal, apoyados por promotores voluntarios de la zona y apoyados por pasantes de servicio social de escuelas de educación superior públicas y privadas de Tijuana. 

Cada uno, con una tarea técnica y social específica, donde la organización y la capacitación social, constituían nuestros elementos de cohesión en el trabajo, éramos pocos, pero dábamos la impresión de ser un ejército, lo que incrementaba la muina del gobernador.

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