La organización estudiantil: un paso a la democracia

La base social de Arquitectura estaba constituida por numerosos estudiantes y profesores forjados en las luchas sociales y universitarias de Coahuila

Por Jaime Martínez Veloz

1.- La Elaboración de la propaganda

En los meses finales de 1983, en medio de un gélido invierno, un grupo de estudiantes y maestros de la Escuela de Arquitectura empezamos a organizar la campaña para la rectoría que debería producirse en los primeros meses de 1984. El programa de trabajo y la plataforma política quedó bajo la responsabilidad de Mario Valencia Hernández, Anselmo Pinales, Marco Antonio González, Claudio René Montoya, Víctor Manuel Silva y Gerardo Macías “El Negro”, Héctor Rodríguez Franco, “El Koty”, talentoso y creativo artista, se encargó del diseño de la propaganda. 

La base social de Arquitectura estaba constituida por numerosos estudiantes y profesores forjados en las luchas sociales y universitarias de Coahuila. Considerábamos que existía una oportunidad de cambiar la Universidad Autónoma de Coahuila (UAC), donde el continuismo, la apatía y la burocracia detenían el ímpetu de participación y cambio de cientos de jóvenes que, conforme fue avanzando el movimiento, se convirtieron en miles de coahuilenses unidos por la causa de su universidad.

Para la impresión de la propaganda le pedí a Evaristo Pérez Arreola, gran amigo mío y dirigente sindical de la UNAM, que nos apoyara. Me mandó a la imprenta de Arturo Martínez Nateras, quien estando a punto de regresar las máquinas de una empresa editorial en quiebra, cambió su viejo “vocho” por el papel, la tinta y los negativos que requerían la impresión de 20 mil ejemplares del Estatuto Universitario, documento fundador de la UAC, mismo que nos disponíamos a difundir como primera acción masiva de nuestra candidatura. 

Mario Loya, sindicalista universitario, se encargó del trabajo de imprenta, en largas noches en vela, en una vieja colonia de Tlalnepantla, en las orillas del Distrito Federal. El Estatuto Universitario era el fruto de la lucha por la autonomía universitaria librada de 1973 a 1975, donde se asentaba el derecho de todos, profesores y estudiantes, para elegir rector mediante el voto universal y secreto. Era un documento del que no era posible ya conseguir una copia. La rectoría lo ocultaba por temor a su contenido democratizador.

Foto: Archivo / Jaime Martínez Veloz

2.- Los preparativos para la batalla

“Cayendo el muerto y soltando el llanto” era un dicho en la Facultad de Arquitectura, muy expresivo, para cuando había que hacer algo en caliente. Lo pusimos en práctica cuando llegó desde México la propaganda en una camioneta pick up, vencida casi por el peso de la carga, los 20 mil ejemplares del Estatuto, carteles y el proyecto de Reforma Universitaria.

Para repartir el Estatuto Universitario nos organizamos en 49 brigadas integradas por más de 500 estudiantes, diez o doce compañeros por cada escuela. El 14 de febrero de 1984, desde las cinco de la mañana, todas las brigadas salieron a distribuir los miles de estatutos en los planteles de Torreón, Saltillo, San Pedro, Monclova, Nueva Rosita y Piedras Negras. Fue un golpe seco y sorprendente para el rector de la UAC, Óscar Villegas Rico.

Acostumbrado a ordenar, no atinaba a medir las consecuencias de la acción sorpresiva de nuestras brigadas universitarias. La adquisición de los recursos, la impresión y el reparto se realizaron con el rigor de la acción clandestina, pues el clima era poco propicio y abundaban los porros, los delatores y los lambiscones. Además de los infaltables tontos útiles que piensan que el poder es eterno o una herencia graciosa del soberano.

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El Estatuto era un documento que enteraba a estudiantes, maestros y trabajadores de sus derechos y obligaciones. Al mismo tiempo hacíamos un llamado al rector y a las autoridades universitarias para que antes de culminar su periodo en 1984, se llamase a un congreso para encontrar el camino para una verdadera Reforma Universitaria, a partir de la cual, en la institución hubiera legalidad y honradez, tanto en el manejo del presupuesto, en la aplicación de sus políticas académicas y laborales, como en el proceso de selección del siguiente rector. 

No es exagerado afirmar que, con esa acción, la Universidad se cimbró. A partir de esa fecha se les dieron instrucciones a los porros para que no dejaran entrar a ninguna escuela a los jóvenes de Arquitectura que quisieran seguir repartiendo este documento o desearan realizar actos públicos para su difusión. ¡La Ley universitaria era subversiva!

Foto: Archivo / Jaime Martínez Veloz

3.- Universitarios: les presentamos al Sr. Estatuto

Así decía la presentación del Estatuto Universitario: La autonomía de nuestra casa de estudios es el fruto de una lucha prudente, combativa y perseverante librada hace ya once años por el movimiento estudiantil y por lo mejor de la comunidad universitaria de aquel entonces.

La Universidad Autónoma de Coahuila obtuvo para sus estudiantes, profesores, investigadores y trabajadores la capacidad de auto dirigirse. Asumiendo íntegramente esa función se dio a sí misma un estatuto ejemplarmente democrático que establece, como en ninguna otra casa de estudios nacional, la elección directa, universal y secreta, sin ponderación de ningún tipo, de las autoridades universitarias, desde el rector hasta los directores.

El Estatuto Universitario de la UAC es una pepita de oro en todos sentidos: lo es por su contenido, pero también por las dificultades enormes para obtener de él una copia. Por tales circunstancias, la Facultad de Arquitectura rinde homenaje a los pioneros del movimiento que produjeron la autonomía, y publica esta edición del Estatuto para que todos los universitarios tengan a la mano un ejemplar, y desprendan del conocimiento de sus derechos y obligaciones el ejercicio mejor y más consciente de la democracia. 

Saltillo, Coahuila, 1984.

Dicha presentación la firmaba yo, Jaime Martínez Veloz, como director de la Facultad de Arquitectura.

Foto: Archivo / Jaime Martínez Veloz

4.- La primera agresión de los porros

La difusión del Estatuto Universitario había dejado de ser importante para las autoridades universitarias. Su contenido atentaba contra la discrecionalidad en el ejercicio del poder universitario. Ahí estribaba la importancia de su divulgación.

Ya en 1973 los estudiantes de Arquitectura nos habíamos movilizado para apoyar el Movimiento de Autonomía Universitaria, volanteando, organizándonos y cubriendo nuestras tareas en las guardias que nos tocaban para cuidar la rectoría, sede del poder universitario.

La actitud sensata del entonces gobernador, Eulalio Gutiérrez Treviño, fue factor fundamental para que la demanda de autonomía universitaria encontrara una respuesta favorable de parte del poder gubernamental.

Foto: Archivo / Jaime Martínez Veloz

En 1975, después de dos años de lucha y trabajo, logramos tener un nuevo estatuto universitario, tal vez de los más avanzados en el país, pero nunca tuvimos la capacidad para exigir su cumplimiento. Con el triunfo del movimiento por la Autonomía Universitaria se conformó un Consejo Universitario paritario, integrado por tres alumnos y tres maestros de cada escuela, cuerpo colegiado que trabajó semanalmente hasta lograr la elaboración definitiva del Estatuto Universitario. Algunos de aquellos fundadores del Primer Consejo Universitario caminarían junto con nosotros, en otra lucha, nueve años después.

De la universidad se había apoderado un grupo identificado con la Democracia Cristiana conocido como Los Córporos, de la organización denominada “Corporación Cristiana”. El rector interino, Melchor de los Santos Ordóñez, se quedó con la propuesta que venía de ellos, y después en 1975 se reeligió ya con los hilos del poder en su mano. 

En su periodo se produjo una constante solidaridad con las luchas sociales del país y de América Latina, aunque al interior del grupo en que se apoyaba predominaba la derecha coahuilense. Sin embargo, los grupos estudiantiles y de trabajadores administrativos y manuales, encontraron en el rector apoyo para las actividades creativas, sindicales y académicas.

En 1978, por instrucciones del gobernador Óscar Flores Tapia, se simuló un proceso electoral y con la fuerza del control de la estructura administrativa, le fue entregada la universidad a Óscar Villegas Rico. Es decir, los derechos alcanzados por los universitarios habían sido nulificados. Para ese tiempo la oposición era prácticamente inexistente. La organización universitaria “los córporos” nunca fueron oposición de nadie, simplemente se acomodaban al mandamás en turno.

Villegas Rico, en sus dos períodos, tuvo altas y bajas en su gestión. El análisis de esta etapa no es objeto de estudio en la presente crónica, pero es útil mencionar que él y sus allegados intentaron perpetuarse en el poder utilizando los recursos financieros y humanos de la institución.

El porrismo universitario, no sólo en nuestros centros de estudio sino en gran parte de la república, fue un expediente recurrente de las autoridades. El hecho de que jóvenes se prestasen a agredir a otros que ejercían la libertad de dirigirse y hablar a sus compañeros, enseñaba una actitud que derivaría en enfrentamientos trágicos. Nuestra Universidad no fue la excepción. Por ejemplo, Alfredo Gámez, alumno de la Facultad de Arquitectura y comprometido con las causas democráticas, fue violentamente agredido fuera de la Preparatoria Nocturna en su intento por distribuir el Estatuto Universitario.

Foto: Archivo / Jaime Martínez Veloz

Así lo cuenta Alfredo:

Apenas estábamos empezando a llamar a los estudiantes desde el patio de la entrada cuando del edificio de la escuela salieron un montón de porros y empezaron los trancazos. Como ellos eran más, nos pusieron una corretiza alrededor de la escuela. Al brincar la verja de la preparatoria se me atoró el pantalón y si no es por Anselmo Pinales, que desde la calle me jaló, ahí me hubieran dejado ensartado, porque los porros estaban furiosos. Nos tiraban a dar con saña.

Como ya no pudimos armar la asamblea, nos fuimos. Yo le invité una torta a una chava, porque ese día por andar en la grilla no habíamos ni comido. Cuando estábamos en el Café Viena, empezamos a oír ruido de vidrios rotos y patadas sobre lámina: nos asomamos y vimos que los porros estaban madreando el Datsun de Jimmy.

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Yo les reclamé y se me dejaron venir encima como diez cabrones. A puras patadas y trancazos me metieron otra vez a la tortería y ahí me pusieron una chinga que por poco y no la cuento. Al ver la putiza que me estaban dando, el señor de la tortería les gritó: “¡Ya déjenlo, hijos de la chingada, lo van a matar!” Pero no le hicieron caso. Le contestaron: “¡Usted no se meta, pinche viejo!”, y me siguieron pateando. Me tenían en el suelo bañado en sangre y todavía así me siguieron dando hasta que el señor sacó una pistola y aventó unos balazos al techo: sólo así los hizo correr.

Sangrando y con un casquillo de bota picuda clavado en la espalda, Alfredo Gámez tocó la puerta de mi departamento como a la una de la mañana; herido y encabronado por la golpiza de los porros. Me contó lo sucedido, mientras mi esposa Irene le limpiaba y desinfectaba las heridas. 

La gravedad del hecho anunciaba la dificultad de lo que vendría en los días siguientes.

Foto: Archivo / Jaime Martínez Veloz

Acuerdo para el Congreso de Reforma Universitaria

Arquitectura era una escuela guerrera y yo no tenía ni tengo sangre de mártir. La respuesta a la brutal golpiza que los porros le habían dado a Alfredo Gámez le llegó a Óscar Villegas Rico al día siguiente.

En la Facultad de Filosofía y Letras había un congreso que iba a presidir el rector. Los estudiantes de Arquitectura llegaron y amagaron con suspender el acto si no se les ofrecía una explicación adecuada. Villegas se encolerizó y de paso convalidó la agresión: “¡Ustedes tienen la culpa!”, llegó a decir el rector. Eran los días de la prepotencia y la intolerancia. Villegas trató de huir, pero cientos de futuros arquitectos lo rodearon y no lo dejaron moverse, ni a él ni a sus obedientes empleados.

Al ver que no tenía argumentos para justificar la golpiza ni podía huir del cerco, Villegas cedió: “Hablamos en rectoría”, dijo acorralado. Allá la discusión duró más de cuatro horas. Discutimos con el rector en su oficina mientras los compañeros de Arquitectura nos esperaban afuera. La disputa terminó con un acuerdo: se elaboraría un proyecto de Reforma Universitaria surgido del consenso entre estudiantes, maestros y trabajadores. Ni más a la izquierda ni más a la derecha, como los universitarios lo decidieran; sólo con una condición: la universidad estaría siempre al servicio del pueblo. 

El rector cedió, pero sólo en apariencia. El Congreso para la Reforma Universitaria se programó para los días 18, 19 y 20 de marzo de 1984. A fines de febrero, el director de la Escuela de Ciencias de Comunicación, Armando Fuentes Aguirre, conocido como Catón, que es hasta la fecha su seudónimo periodístico, renunció a su puesto y anunció su decisión de presentarse como candidato a la rectoría. A pesar del acuerdo alcanzado, el 12 de marzo Óscar Villegas destapa a Valeriano Valdés Valdés, en un acto propio del estilo folclórico más autoritario. 

Sin cuidar las formas elementales en una institución dedicada al conocimiento de la ciencia, de golpe y porrazo, Óscar Villegas destapó personalmente a su sucesor y puso a disposición de su candidatura todo el aparato burocrático de la universidad. (Continúa en: ¿A qué tipo de Universidad aspiramos?)

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