Foto: Estela Parra
por Victoria Arizmendi
Tijuana más allá de la frontera
Se abre la mañana, se alzan las nubes y el cielo parece ser inmenso. A un costado se alza un biombo de hierro y de luces que parecen no terminar, una delgadez eléctrica que separa arbitrariamente a un mundo de otro, la noción de la piel cortada de una misma carne que no se separa, la frontera material avistada desde un camión bajando “La Internacional” y la entrada a un centro viejo, nauseabundo, frágil pero aún lleno de esperanzas.
Entre esta esperanza eterna, germinan, como si de maleza se tratarán, los “espacios culturales”, visitas guiadas a la Avenida Revolución, y un “todos los tacos que puedas comer” por la módica cantidad de quince dólares, impuestos incluidos, fotos multicolores para la memoria, cerveza no incluida.
Aquí, las preguntas podrían ser ¿A qué corresponde esta construcción? ¿A qué caprichos obedece pensar una “Tijuana rebelde” como la señaló Forbes el año pasado (sin olvidar, por supuesto, que esta rebeldía es casi pícara)? Si bien, por ahora, solo son preguntas con respuestas limitadas, establecen el hilo conductor para llegar a una pregunta aún más importante: ¿Qué es Tijuana?
En una primera instancia se puede hacer referencia a pensarla como una ciudad que convoca a su comportamiento y sus formas. Por su geografía, correspondiente al límite entre México-USA, es el último escalón de la miseria latinoamericana, la ilusión y promesa del futuro en plástico pasando la garita y una mecánica cultural que, siguiendo esta secuencia, convive dualmente en este espacio.
Se piensa de forma casi generalizada, en el supuesto de una ciudad entera que tiene la capacidad material y de tiempo para ser partícipe de exposiciones de arte plástico, películas importadas del extranjero bajo la etiqueta de “cine de autor”, y un sinfín de discusiones sobre la muerte del arte. Se piensa en cerveza artesanal, música local “alternativa”, gastronomía innovadora, lista para pasar al cuerpo de cualquiera a la mitad del precio del cual se encontraría en San Diego, sin embargo, esto sólo corresponde a un ideal vacío sobre la ciudad, ya que, avanzando en la mirada y el paso, todo lo ideal se muere en el aire, porque pasando las áreas comerciales, se alzan la zona industrial, las colonias populares, los sobreruedas, y otro sinfín de espacios que, de hecho, superan la escasez de aquellos autodenominados como culturales, bajo el presupuesto y el constructo de la “alta cultura”.
A la “alta cultura”, entre todo lo que se le puede criticar en su hacer en el mundo, algo que no puede pasar sin ser discutido, es precisamente su carácter elitista y aislado, que en vez de generar un espacio de crítica, resistencia e identidad que tenga la capacidad de liberar, se genera un discurso retórico, que si bien, puede generar esperanzas para una ínfima cantidad de la población, que es esta misma que hace alegorías a la grandeza de la cultura tijuanense, representa a muy pocos en su hacer.
Sin embargo, a pesar de lo ya mencionado, esta idea sobre la ciudad y su construcción cultural se alzan entre todas las disidencias que le subyacen y se validan por círculos académicos, así como por instituciones, en búsqueda de exprimir hasta la última gota de algo que no da más por su valor, sino por su capacidad de ser una mercancía más para el deleite de aquellos para quienes juegan dentro de esta dinámica y quien(es) pueden comprarla.
Con esto no quiero decir que no hay futuro y que todas las salidas han sido bloqueadas, que estamos condenados para siempre a gestionar la cultura tijuanense entre los mismos espacios, los mismos tiempos, a las mismas noches. Esta idea debe de ser destruida en pos de crear nuevas (y más amplias) posibilidades para pensar, no solo la ciudad, sino todas las ideas vinculadas con la misma. Es necesario tener nuevas discusiones, nuevas ideas, nuevas propuestas, para por fin poder pensar a Tijuana más allá de la frontera.
Victoria G. Arizmendi (1998), por ahora escribe y estudia Filosofía. Navega entre la melancolía constante y emergente, el glitter, las miradas espejo y los caminos sin andar.
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