Por Francisco Rodríguez
Una mañana de diciembre de 2010, Carmen Ramírez Ortiz, su esposo José, Romana Ortiz Reyes, Amelia Ramos y Flor Hernández, daban una rueda de prensa en el Centro de Derechos Humanos ‘Juan Gerardi’ de Torreón.
Su anuncio no era común en esos días: denunciaban la desaparición de personas y la omisión de las autoridades para su búsqueda.
Un año antes, el 19 de diciembre de 2009, en Saltillo, otro grupo de familias de personas desaparecidas daban a conocer la desaparición de más de una veintena de personas y la incipiente conformación entonces del colectivo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fuundec), pionero en el país.
Carmen Ramírez recuerda que ella y su mamá Romanita deambulaban por las oficinas de gobierno y de procuración de justicia en La Laguna para pedir apoyo por la desaparición de Armando Salas Ramírez y Pedro Ramírez Ortiz, hijo y hermano de Carmen, nieto e hijo de Romanita.
Armando y Pedro desaparecieron el 12 de mayo de 2008. Se dedicaban al mercado de las maquinitas de videojuegos y ese día salieron de su casa en Matamoros, Coahuila, en una camioneta azul turquesa porque la del patrón estaba descompuesta. Simplemente dejaron de entrar las llamadas a sus teléfonos.
En la búsqueda se encontraron con Flor Hernández que buscaba a su hijo Gerardo Villasana Hernández, desaparecido el 12 de diciembre de 2008 en Torreón, y con la señora Amelia Ramos, buscadora de su esposo Javier Burciaga, su hijo Luis Carlos y su yerno José Francisco Juárez. Esposo y cuñado desaparecidos el 27 de octubre de 2008 en Matamoros. Su hijo Luis Carlos desapareció el 17 de agosto de 2009, también en Matamoros.
Un día una vecina de Carmen escuchó que en el Centro para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios de Saltillo estaban ayudando a las personas con seres queridos desaparecidos.
“Nos cooperamos para la gasolina y nos fuimos a Saltillo. Las compañeras nos daban asilo en sus casas”, recuerda Carmen Ramírez sobre aquellos primeros días.
Ante la imposibilidad de trasladarse siempre a Saltillo, el Fray Juan de Larios se vinculó con el Centro de Derechos Humanos ‘Juan Gerardi’ de Torreón, cuya cabeza entonces era Jesús Torres Fraire, quien falleció después.
Desde entonces comenzaron a marchar con el apoyo de las comunidades eclesiales de base de la iglesia de San Judas Tadeo en Torreón. José, el esposo de Carmen, las llevaba a todos lados. Tocaron la puerta en iglesias y comenzaron a generar el movimiento de Fuundec en Torreón.
Así comenzaron a llegar otras familias con hijos desaparecidos. Así caminó Fuundec.
Víctimas en acción
Para 2013 Coahuila ya acumulaba una cifra de 2 mil 415 desaparecidos registradas desde el 2006, según datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO).
Ese año también se comenzó a gestar el Grupo Vida, un estandarte hoy en día entre los colectivos coahuilenses por ser el principal que se ha dedicado a hacer búsquedas en campo y que ha logrado el hallazgo de miles de restos óseos en lo que el grupo llama “zonas de exterminio”, aquellos lugares alejados de la mancha urbana donde los grupos criminales mataban y quemaban a sus víctimas en pedazos.
Miguel Valdés Villarreal, de Laguneros por la Paz y una de las personas que acompañó al grupo en sus inicios, recuerda que cuando pasó por Torreón la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad que inició el poeta Javier Sicilia, el 8 de junio de 2011, algunos miembros del grupo conocieron a un par de personas que estaban elaborando la Ley General de Víctimas. Ese contacto serviría para invitarlos después a dar una plática en la ciudad.
A la charla sobre la Ley llegaron personas afectadas por la violencia: familias con personas desaparecidas y familias de personas asesinadas en fuegos cruzados, principalmente. Al terminar la conferencia, comenzaron a conversar entre ellos.
El día de la plática, el 27 de abril de 2013, se considera la fecha oficial en la que se estableció el Grupo Vida, que significa Víctimas por sus Derechos en Acción.
A partir de allí comenzaron a trabajar juntos. El padre Ignacio Mendoza Wong de la diócesis de Torreón accedió a disponer de oficinas en la Vicaría de Pastoral y ahí iniciaron las reuniones.
“Decidieron que tenían que trabajar juntos. Que tenían que unirse. Fue muy rápido”, recuerda Miguel Valdés.
La finalidad del grupo era apoyar a las víctimas, escuchándolas, compartiendo y orientándolas respecto a sus derechos, haciendo valer y dando a conocer la Ley General de Víctimas.
Entre sus funciones el Grupo apoyaba psicológicamente a las víctimas y sus familiares, la difusión de personas desaparecidas y orientaciones en trámites.
El Grupo Vida nació apoyando a las familias víctimas de la violencia en general, no solo de desaparecidos: a huérfanos de padres asesinados, pequeños expulsadoss de los colegios porque los directores consideraron a la familia como un peligro o porque las maestras no podían controlar las crisis de ansiedad de los pequeños; a niños con sed de venganza, hambrientos de una figura paterna, corroídos por el odio; adultos con síndrome de estrés postraumático, con fobias sociales, trastornos de ansiedad, depresiones, ataques de pánico.
Silvia Ortiz, la actual vocera del grupo, estaba inquieta. Tenía ideas, pero no con quien compartirlas, recuerda Miguel Valdés.
Valdés dice que cuando la gente está en dolor, te quieres juntar con quien simpatice con tu dolor, con quien se pueda compartir un abrazo.
El grupo Vida tenía dos ramas: los desaparecidos y las víctimas inocentes de homicidio. Pero el trabajo era diferente, recuerda Valdés.
“Era el reclamo de quién lo mató, pero ya no tienes la misma energía, funcionaban un poco diferente uno del otro. Proponíamos que se reunieran unos por un lado y otros por otro. Después decidieron dejar de reunirse. Y siguió la parte de la rama de desaparecidos”, recuerda.
Silvia Ortiz, cabeza del grupo y madre de Fanny desaparecida el 5 de noviembre de 2005, dice que en estos nueve años el colectivo ha tenido dos caminos: el crecimiento y la separación.
El crecimiento porque el grupo ahora tiene alcances en Durango. En los últimos años, Grupo Vida ha absorbido los casos en un estado donde escasean los colectivos de familias de personas desaparecidas, a pesar de que oficialmente hay 769 personas que no han vuelto a casa, de acuerdo con datos del RNPDNO.
La segunda, la separación, porque a partir del colectivo, exintegrantes decidieron crear sus propios grupos: Voz que clama justicia por las personas desaparecidas y la Caravana de Búsqueda, son dos de ellos.
María de la Luz López Castruita, Lucy, fue una que pasó por los colectivos Vida y la Caravana de Búsqueda antes de formar su propio colectivo: Voz que clama justicia por las personas desaparecidas.
Cuando dejó la Caravana estaba convencida de que no formaría un colectivo. Nunca fue su intención. Pero muchas familias de personas desaparecidas la siguieron. Le expresaron que no estaban de acuerdo con su salida.
“Les conviene estar en colectivo. Solas no las van a escuchar. No van a estar en mesas de trabajo”, aconsejaba Lucy, que ya tenía carretera recorrida, a las familias que la siguieron. Su hija Irma Lamas López desapareció el 13 de agosto de 2008, después de que un taxi la dejó en casa de una supuesta amiga que la llevaría a un concierto en Saltillo.
Lucy sabía el camino, los funcionarios la conocían, era una voz escuchada con o sin colectivo.
Pero un grupo de 12 familias buscó al menos abrir un grupo de Whatsapp que se llamó: “Póngale nombre y logotipo”.
En una visita a Saltillo, funcionarios de la Fiscalía de Desaparecidos la animaron a entrar a las mesas, aunque ella no estuviera formalmente en un colectivo. Ella se resistía.
Lucy decidió entrar. Se anunció que se le reconocería como una buscadora de fosas clandestinas y buscadora en vida. Y que se le integraba como nuevo colectivo. Y a partir de allí no pudo abandonar a las familias que la siguieron.
Sus hermanas tienen una iglesia que se llama “Voz que clama justicia en el desierto”, y decidió adaptarlo: Voz que clama justicia por personas desaparecidas.
La importancia de la colectividad
Miguel Valdés, de Laguneros por la Paz, dice que un colectivo significa que se unen personas con un dolor similar, capaces de comprenderse y hablarse. Las familias de personas desaparecidas reconocen que sus seres queridos se van alejando, empiezan a marginarlas y ellas mismas se separan porque necesitan del abrazo de quien siente el mismo dolor.
“Es un respiro, un consuelo a su desesperación, a su aflicción”, comenta Valdés.
Pero también es esa inyección de esperanza, de búsqueda, de tener a un compañero o compañera de lucha. Es un apoyo emocional.
Lucy López Castruita comenta que un colectivo es de suma importancia porque sin él las personas se hacen chiquitas y nadie les hace caso. “De por sí no hacen nada”, reclama.
La importancia de que las familias se sumen a un colectivo hace que al menos sean escuchadas, dice la señora López Castruita.
“La unión hace la fuerza, entre más gente, más fuerte se escucha el grito”, comenta Carmen Ramírez de Fuundec.
Son los colectivos de familias los que han impulsado leyes como la de Declaración de Ausencia, la construcción del Centro de Identificación Humana o las exhumaciones en panteones de cuerpos no identificados.
El testimonio de todos y todas las que han llegado a un colectivo coincide como si se tratara de la repetición de una grabación: “cuando estábamos solos, no nos atendían”.
La señora Lucy exhorta a las familias que se sumen a cualquier colectivo, porque dice que el gobierno lo que quiere es tener a las familias separadas.
Lo mismo opina Carmen Ramírez. De hecho, a ella, integrante de Fuundec, la incitaron y le ofrecieron hace un año que formara otro colectivo.
“La gente de la CEAV México me decía ‘usted puede formar otro colectivo, y la mp decía, ‘señora, es que se les apoya. Usted sabe mucho, hágalo’. A esto le apuesta el gobierno: a desintegrarnos. Es muy fácil y rápido”, relata Carmen Ramírez.
La señora Ramírez no aceptó.
Colectivos y sociedad
Miguel Valdés recuerda que hace una década, la sociedad veía a los colectivos como casos aislados. Y poco a poco con la difusión se han dado cuenta que no es del todo así.
Valdés cree que sí hay más aceptación y menos rechazo, aunque en el fondo se mantiene una dificultad para relacionarse unos con otros.
Carmen Ramírez de Fuundec dice que en un inicio la sociedad se notaba con miedo y se volteaban.
“Pedíamos a grito abierto que se unieran para que no siguiera pasando, tenían miedo”, recuerda.
Poco a poco empezaron a recibir invitaciones de escuelas, de universidades como la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) o de la Universidad Iberoamericana, donde se paraban para decirles que la desaparición no era porque sus hijos anduvieran en malos pasos. Era -es- algo que le puede pasar a cualquier familia.
Sin embargo, Silvia Ortiz cree que sigue la falta de empatía por parte de la ciudadanía y critica que esta no entienda que lo que quieren es que no les suceda lo mismo.
“Si estamos aquí gritando y cerrando las calles es para recordarle a la autoridad que no hiciste tu trabajo y te falta por hacer, pero también a ti, sociedad: ‘ya te diste cuenta. Te puede pasar, únete, ayúdanos’. Pero todavía no tenemos la respuesta esperada”, considera Ortiz.
Y sin respuesta ni resultados, en México suman más de 100 mil desapariciones y 3 mil 482 en Coahuila.
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*FRANCISCO RODRÍGUEZ: es reportero torreonense. Cuenta e investiga historias sobre derechos humanos, víctimas de las violencia y corrupción. Es consejero editorial de Heridas Abiertas.
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