Living in a material world
Por Isabel Delgadillo
Rubia. Rubísima, como diría Andrés Caicedo en Viva la música. Así era ella, así es ella y así seguirá siendo hasta el final de los tiempos. Ni Teresa, su amiga de origen latino, ni Christie, la muñeca afroamericana. Ni siquiera Chelsea, Stacey y Skipper, las hermanas menores de la perfección hecha de plástico.
Barbie, siempre Barbie en la navidad o en un cumpleaños inolvidable. Porque es mejor soñar con una representación de la prosperidad, de la mujer perfecta y del “new car, caviar, four star daydream, think I’ll buy me a football team” de Pink Floyd, que caer en el vacío de la época y de nuestra aparente ineptitud femenina… ¿No es así, Mattel?
Todo comenzó en un tabloide Alemán llamado Bild Zeitung. Si lo traducen al español notarán el minimalismo en su nombre: “Periódico de imagen”. Resalto la sencillez del título, pues fue justo la imagen de una muñeca para adultos, de nombre Lilli, la que necesitó Ruth Handler, fundadora de Mattel, junto con su esposo para darle vida a Bárbara Millicent Roberts, mejor conocida como Barbie.
Nacida un 9 de Marzo de 1959, en uno de de los momentos económicos más notables de Estados Unidos, al incrementar su PIB de un 22% en el año de 1950, a un 28.5 % en 1959. La muñeca Bárbara marcó un hito en la mitad del siglo XX, transición que dio como resultado el aumento en el gasto público, una pululación de bancos, mayor productividad, y un alto grado de consumo. Después de haber salido victoriosos de una segunda guerra mundial, absolutamente todo, se volvía posible.
Qué lejos estaban los estadounidenses de ese jueves negro, el gran crack en su historial económico, que en 1929 había provocado tantos gritos, llantos, hambruna, suicidios, y, por supuesto, la gran depresión.
Qué cerca estaba México de consumir estereotipos femeninos, de reproducir un estilo, un nivel de vida tan alejado de nuestra realidad económica y étnica; pues, ni somos güeritos ni hemos terminado de liquidar nuestros préstamos de abonos chiquitos.
Barbie no tiene esos problemas. Ella salió al mercado en los años sesenta, luciendo un cuerpo perfecto en un bañador acebrado. Llegó para venderle a las niñitas la idea de la vida perfecta y el físico perfecto, muy al estilo de Patrick Bateman en American Psycho: mansión, novio guapo, limusina, guardarropa increíble, alejado de la sexualidad, pues recordemos que ninguno de los habitantes del mundo Barbie son sexuados, eran los accesorios que toda niña aspiraba tener, que toda madre quería para sus hijas, y, porqué no, para ellas mismas. En esos años sólo debían lucir bonitas y comprar cosas para llenar el vacío de la independencia económica y sexual.
En México, esta muñequita fue aún más popular. Nos gusta soñar más, adquirir más, aunque nos endeudemos. Nos importa un cacahuate que la Barbie tenga un sinfín de profesiones. Nos basta con que esté chula y siga rubia. Difícilmente las niñas pedirán a las muñecas hispanas o a las afroamericanas. Tan sólo visiten los aparadores en la época navideña y se darán cuenta de que las muñecas de raza blanca son las que más se venden. Sin mencionar a la Barbie deportista que “tiene las piernas y las manos raras”, como dijo mi sobrina en día de reyes.
El lema de Mattel dice “Sé lo que quieras ser…”, rematando, imponiendo, “Sé una Barbie girl”, pero en México no se puede aspirar a eso cuando una mujer es vista como una cifra, como un pedazo de carne de calidad o sin calidad, cuando el salario mínimo es de $80.00 pesos diarios, cuando 9.3 millones de personas sufren pobreza extrema en el país, cifra que, por cierto, no le llega ni de chiste a los millones de pesos que se embolsan los políticos, para simular que tienen una vida de ensueño y Ken puede ser presidente y Barbie, primera dama.
En fin… vivimos en un mundo material y soy una chica material, en un país en donde se consume sin producir, en donde la impunidad habita en los curules del congreso y en donde aún se aspira a ser como una Barbie, pero, sin profesión.
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