Por Periodismo de lo Posible/Chik’in-já Consejo Maya del Poniente de Yucatán
La historia del Consejo Maya del Poniente de Yucatán Chik’in-já es una historia de abejas y un testimonio de lucha contra la expansión de la industria porcícola, que pone en peligro el medio ambiente, la salud de las comunidades mayas y su principal actividad económica: la apicultura.
La familia de Carlos Llamá y Matilde Dzib, dueños de un apiario ancestral en Kinchil, junto con otras familias y comunidades, enfrentan una grave amenaza con la llegada de la empresa Kekén, que instaló una mega granja de cerdos cerca de sus tierras.
A través de la denuncia, una autoconsulta indígena, el apoyo de organizaciones internacionales y un monitoreo comunitario de agua, el Consejo Maya lucha para sostener la conexión con la naturaleza y la esperanza de un futuro donde sus hijos y nietos puedan vivir en armonía con su entorno ancestral.
Este es el sexto capítulo de la segunda temporada del podcast Periodismo de lo Posible. Los ocho relatos serán retomados en LINOTIPIA y cada nueva entrega será traída quincenalmente.
La selva resiste la voracidad urbana
-Carlos: Muy bien, vamos. Listos para abrirle a una abeja, así vamos a ir, sin velo.
-Matilde:¿Vamos a ir sin velo?
-Carlos: Cierra esa reja Mati, aquí vamos a salir. No creo que nos piquen, si nos
pican, pues corremos.
Estamos en el apiario de Matilde Dzib y Carlos Llamá, lugar que cuidan desde hace aproximadamente cuatro generaciones. Aquí tienen 28 colmenas con al menos 10 mil abejas cada una, que van y vienen libres por esta selva, recolectando polen de las flores para producir miel.
Matilde y Carlos son una pareja maya de Kinchil, una comunidad indígena ubicada a 45 minutos al poniente de Mérida, la capital de Yucatán, y donde esta selva inundable y las tradiciones, resisten a la voracidad del crecimiento urbano e industrial.
Muchas familias mayas dependen de las abejas
La apicultura, como se llama a la cría y el cuidado de las abejas, es una de las principales actividades económicas y sociales de Yucatán desde el siglo XIX.
De ella dependen miles de familias mayas y hoy está en riesgo por la imposición de más de 500 granjas de cerdos en el estado que en su mayoría pertenecen a grandes empresarios, entre ellos el gigante industrial Kekén.
Las granjas de Kekén no son ranchitos para autoconsumo de familias campesinas, sino
enormes galerones con al menos 49 mil cerdos cada uno.
A pesar de los daños que causa, la empresa todo el tiempo se autopromociona: Formando parte de una economía social, creando empleos, desarrollo y generando alimento, esa es la porcicultura.
El gigante Kekén
Hace casi 12 años, con el apoyo del gobierno estatal, Kekén impuso una mega granja porcícola cerca de Kinchil con seis naves y ahí cría ya no 50 mil cerdos, si no más de 300 mil.
Estos contaminan con sus excrementos el agua y amenaza con insecticidas la vida de las abejas y la de miles de familias como la de Carlos y Matilde.
Aunque económicamente esta industria es un beneficio para el estado, las comunidades mayas aledañas a Kekén viven las consecuencias ambientales.
«Entendimos que lo que hacían era fumigaban y mataban a las abejas. La fumigación era para las moscas, lógicamente también morían las abejas»
El camino al apiario
Son las cinco de la mañana y mientras terminan de desayunar, Matilde y Carlos se van levantando de la mesa. Sus hijos aún descansan en sus hamacas y ellos se alistan para ir a su apiario.
El camino está anegado, hay que ir preparados para caminar en el agua. Para visitar a sus abejas recorren en moto 21 kilómetros. Como la noche anterior cayó una gran tormenta esta mañana nos recibe con viento fresco.
Avanzamos por una brecha de piedras, guiada por árboles que después de una larga sequía aprovechan la lluvia para llenarse de hojas.
Paralelamente corre la carretera pavimentada que nos lleva a la megagranja de cerdos Kekén, por donde entran y salen enormes camiones-jaula. Desde lejos sentimos su apestoso olor.
Entre sus barrotes se alcanzan a ver los cochinos apretujados que chillan y con trabajo se mantienen de pie.
Apenas comenzamos a caminar, el agua nos llega a las rodillas, en el agua se ven algunos peces. También hay culebras y cocodrilos, por eso Matilde y Carlos avanzan despacio, midiendo con cuidado cada paso, van haciendo a un lado las lianas que trepan sobre los árboles y se trenzan con sus ramas.
«Nos ponemos de acuerdo para abrir caminos, nos ponemos de acuerdo para venir a sacar miel para apoyarnos»
Esta tierra es trabajada desde hace más de 60 años por los abuelos de Carlos. Fue otorgada en 1972 por decreto presidencial a dos familias apicultoras.
De este decreto surgieron dos predios, uno llamado Chenchik y el otro nombrado Cantukún por Luis Llamá, padre de Carlos, y es donde se encuentra actualmente el apiario de Carlos y Matilde.
Su problema empezó casi 40 años después, cuando la empresa Kekén llegó a Kinchil. Inicialmente todos pensaban que eran del gobierno.
El despojo de sus tierras para matar abejas
En 2012, representantes de la empresa Kekén llegaron directamente a Cantukún. Primero informaron que habían comprado el predio vecino de Chenchik. Luego decían que ya eran dueños de los dos predios.
«En un principio vinieron y dijeron que eran del gobierno de (la entonces gobernadora priista) Ivón Ortega Pacheco»
Ante este intento de despojo, los Llamá interpusieron una denuncia en 2013 contra esa millonaria empresa privada. No es cualquier cosa: Kekén exporta carne a más de 10 países y forma parte de Grupo Kuo, un conglomerado industrial mexicano que posee también empresas químicas y automovilísticas.
La familia de Carlos hasta hoy mantiene un juicio reclamando la propiedad de Cantukun con mil 200 hectáreas que desde 2012 ocupa la empresa.
«La situación de Cantukún es muy clara, si se terminan las cosas y un magistrado le da la razón a Kekén simplemente nosotros vamos a dejar de venir aquí se acabó, no. Porque va a ser legal su terreno»
A pesar de esta denuncia, la empresa siguió con su construcción, se instaló y comenzó a operar seis complejos con 49 mil cerdos cada uno. Al pueblo le prometió trabajo y progreso a las familias.
Las afectaciones tardaron cinco años en brotar, pero…brotaron
Así fueron los primeros cinco años, la gente estaba a gusto con su trabajo y los Llamá peleaban solos. Hasta que en 2018, las afectaciones causadas por la granja empezaron a hacerse evidentes para todos.
«Notamos de que se sentía un olor pestilento y seguimos caminando y al llegar notamos de que el pasto estaba muerto, los árboles están muertos y el agua, pues se veía oscura»
Él es José Luis Tzuc, apicultor y acopiador de miel en Kinchil, quien en 2018 descubrió, junto a otros ejidatarios que la granja estaba contaminando la selva. Esa selva que han conservado durante décadas.
En ella habitan animales emblemáticos de la península como venados y pavos de monte, y de la que también cosechan plantas medicinales y leña para su consumo.
«Nos llamó mucho la atención de ver que había tuberías de descargas de desechos de heces fecales de cerdos»
Se preocuparon, pues los suelos de Yucatán están formados por rocas porosas que permiten que el agua se filtre. Al infiltrarse el agua corre por ríos subterráneos, cuevas y cenotes, de los que los pobladores se abastecen de agua.
Así cualquier contaminante que se tira en el suelo, como las cacas de esos cerdos, va directamente a los mantos freáticos, y pone en riesgo la salud de las personas que dependen de esta agua.
Y entonces, se crea el Consejo Maya
En un hecho inédito, hombres y mujeres de 14 localidades preocupados por las afectaciones de la granja porcícola conformaron el Consejo Maya del Poniente de Yucatán Chik’in-já, que en maya significa “agua del poniente”.
Lo primero que realizaron como Consejo fue una denuncia popular ante las autoridades ambientales federales y estatales, esta fue dada a conocer con una rueda de prensa el 20 de marzo de 2019, en Mérida.
Organizarse no fue fácil. Tenían que dividir su tiempo entre las abejas, la familia, sus trabajos y los del consejo, pero los unía la urgencia de denunciar la contaminación del agua y exigir al gobierno que supervisara las operaciones de la granja.
Con estas denuncias en la prensa, lograron que la Secretaría de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente (Seduma), la autoridad ambiental del estado, se presentara en la mega-granja para hacer una supuesta inspección.
Ante el respaldo que la Seduma dio a la empresa, el Consejo Maya del Poniente de Yucatán decidió seguir presionando, pero con nuevas estrategias.
Una autoconsulta indígena para salvar a las abejas
Una de sus estrategias fue realizar una autoconsulta indígena valiéndose de que el Artículo 2 de la Constitución otorga el derecho a los pueblos indígenas a decidir lo que quieren en su territorio.
«Tomamos la decisión pues de hacer una autoconsulta en la cual, pues preguntábamos al pueblo, si de verdad quería que este este que nos sigan contaminando»
Este es Jorge Chuil, apicultor e integrante de Chik’in-já quien nos cuenta cómo organizaron las votaciones para preguntar a los pobladores de Kinchil y de las comunidades vecinas de Celestún y San Fernando, Maxcanú, también afectadas por la empresa Kekén, si estaban o no de acuerdo con la presencia de la granja.
Carlos y Matilde siempre han participado en los procesos electorales de su pueblo. Era hora de poner en práctica esta experiencia para defender sus derechos.
La autoconsulta del 25 de julio de 2021, día inolvidable para el Consejo y los habitantes del poniente de Yucatán, fue impulsada en los tres pueblos afectados.
Llamó la atención de los medios de comunicación, pues mandaron periodistas, y tuvo observadores enviados por la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos.
También se sumaron las organizaciones Artículo 19, el centro de derechos humanos Miguel Agustín Pro Juárez e Indignación, quienes ya tenían la experiencia de otra autoconsulta indígena que se había llevado a cabo en el pueblo de Homún, también afectado por las granjas de cerdos.
En Kinchil, se estableció una sola casilla en los bajos del palacio municipal. La pregunta que la gente tenía que responder en las boletas de todas las casillas era clara: “Como pueblo ¿le das permiso al dueño de la granja de cerdos para seguir trabajando en nuestro territorio? ¿Sí o No?»
En respuesta, Kekén se infiltró en la consulta y llevó acarreadcos
Los integrantes del Consejo Maya Chik’in-já estaban sorprendidos porque en Kinchil la autoconsulta rebasó todas las expectativas de participación. Sin embargo, la empresa Kekén no se quedó de manos cruzadas: tenía preparada una estrategia para filtrarse en la votación.
«A las 8 arrancamos con las votaciones y ya estaba la cola, pero en su mayoría eran los empleados de las granjas y no se quitaban a pesar de que ya votaban, ahí se quedaban, ahí se quedaban»
En su intento por manipular la autoconsulta, la empresa presionó a sus trabajadores que habitan Kinchil a que ellos y sus familias votaran por el «Sí» a la granja. Amenazándolos con que se iban a quedar sin trabajo si Kekén cerraba.
El ambiente estaba muy tenso, la gente discutía. Unos defendiendo su empleo asalariado y otros diciendo que si elegían el «NO» iban a cuidar la salud, la selva, las abejas y el trabajo de todos.
Inesperadamente, el pueblo de Kinchil dijo sí a la granja
En medio del bullicio, Matilde, Carlos y Jorge no querían sacar conclusiones. Esperaban los conteos a nivel regional. El resultado final se decidiría en conjunto con los tres pueblos afectados, y los de Celestún y San Fernando Maxcanú no habían llegado.
«Cuando se dio el resultado rápidamente sacaron sus mantas lonas cartulinas y empezaron a gritar, que sí se pudo que Kekén se va a quedar»
Las casillas cerraron a las cuatro de la tarde en Celestún y San Fernando Maxcanú, y a esa hora comenzó el conteo.
En Kinchil esperaban nerviosos los resultados. Pero en esos dos municipios el voto se invirtió: solo 65 personas votaron a favor de la granja, mil 160 lo hicieron en contra. Los pueblos del poniente de Yucatán votaron un no rotundo. No a la mega granja.
Vencieron a la empresa en la consulta, pero las autoridades no actuaron
Ya con estos resultados, los pueblos de Kinchil, Celestún y Maxcanú esperaban que las autoridades estatales respetaran su decisión y clausuraran la granja porque la autoconsulta está respaldada en tratados internacionales que el gobierno firmó. Pero no pasó nada.
«Nosotros hacemos la consulta. Tenemos el resultado de manera regional, se lo presentamos a las autoridades y hasta ahí llega. La realidad es que las autoridades no supieron qué hacer con el resultado»
En el informe de las organizaciones que participaron como observadoras quedó asentada la presión vivida y que “se percibieron personas vinculadas a la empresa que parecían anotar quiénes votaban y que hicieron intentos por ver el sentido de los votos”.
Aunque las autoridades no hicieron caso de los resultados, el proceso de organización de la autoconsulta unió y fortaleció a los pueblos del poniente de Yucatán. Estaban seguros de que si la granja había buscado intervenir en la autoconsulta era porque se había sentido amenazada.
Así que entre todos buscarían nuevas formas de seguir evidenciando sus atropellos.
El agua de los cenotes se hizo amarilla y tomarla da dolor de barriga
Después de casi dos horas caminando en el agua nos topamos con la carretera construida por Kekén. El punto donde se corta por completo el canto de las aves, los grillos, y el fluir del agua.
Ya estamos por llegar al apiario. La carretera de Kekén nos hubiera traído aquí en media hora y sin mojarnos, pero Carlos y Matilde no la usan por dignidad y respeto a su proceso de lucha.
Después de dos horas y media llegamos por fin a Cantukún, aquí, rodeado de árboles, hay un cenote de agua cristalina. La palabra cenote viene del maya dzonot que significa caverna con agua, para los mayas los cenotes son sagrados y por ello Matilde y Carlos lo cuidan como legado ancestral.
También me muestran uno de sus apiarios afectados desde que la granja comenzó a operar.
«Años después vimos el cambio en el agua, vimos que el color ya no era tan transparente empezó a cambiar como amarillo y cuando lo tomamos corríamos a riesgo de que nos daba dolor de barriga»
El Consejo comenzó a monitorear por su cuenta la calidad del agua
Las autoridades estatales no actuaban y para el 2022 las cosas seguían empeorando, así que el Consejo Maya del Poniente de Yucatán decidió monitorear por su cuenta la calidad del agua de cenotes y pozos de Kinchil.
Con el apoyo de especialistas que los capacitaron tomaron 200 muestras en 23 cuerpos de agua, y con un kit especializado midieron la cantidad de heces fecales y contaminantes presentes durante todo un año.
En marzo de 2023, los integrantes del Consejo presentaron los resultados del muestreo realizado con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en una rueda de prensa en
Kinchil. Los resultados eran escandalosos.
En todas las muestras colectadas en el 2022 hubo presencia de coliformes fecales y el 35% de las muestras arrojaron un resultado de inseguras, la categoría de riesgo más alta determinada por la Organización Mundial de la Salud.
Así fue como el Consejo Maya Chik’injá demostró que los cenotes y pozos de Kinchil, Maxcanú y Celestún estaban contaminados por cacas de cerdos, en particular por E. colli, una bacteria que causa enfermedades intestinales y graves daños a la salud principalmente en niñas y niños.
La empresa respondió con una campaña para deslegitimar las denuncias
La empresa, al quedar evidenciada, otra vez quiso alterar la realidad e hizo su propia campaña publicitaria de monitoreo de agua, con lo que intentaba deslegitimar las denuncias de los pueblos y los hallazgos de los científicos.
Ese mismo año y gracias a los muchos esfuerzos del Consejo por denunciar la problemática, lograron que la Secretaría federal de Medio Ambiente y Recursos Naturales enviara una misión de funcionarios para escuchar sus quejas, y las opiniones de las autoridades locales y de los académicos, y que hiciera su propio monitoreo de agua y aire. Y, al final, les dio la razón.
Pero la empresa y el gobierno estatal ignoraron esas pruebas que muestran que las granjas contaminan el agua, como ya lo habían hecho con los resultados de la autoconsulta.
Una vez más demostraron su complicidad ante el despojo, los daños al medio ambiente, la salud y economía de miles de familias mayas del poniente de Yucatán.
El daño de las granjas a las abejas es directo
A unos pasos del cenote Cantukun y rodeadas de árboles, me mostraron las cajas de madera con las colmenas donde habitan sus abejas melíferas, ellas tienen un imponente aguijón que pica fuerte, y que usan cuando se sienten atacadas.
Nos acercamos sin velos ni guantes, apenas con un ahumador para ahuyentarlas. Yo iba con miedo, pero confiando en Matilde y Carlos.
Por lo que pude ver los daños de las granjas son directos. Al menos 29 apiarios de sus vecinos de Maxcanú ya perdieron su certificación de miel orgánica, porque la ley marca que a menos de cuatro kilómetros de distancia no puede haber contaminantes, como son las granjas porcícolas.
Esto de acuerdo con el comunicado de 2023 del grupo de organizaciones apícolas maya Alianza Maya por las abejas Kaabnalo’on. Y Carlos y Matilde me contaron que por esa misma cercanía, que contamina todo lo que toca, también ha bajado la compra de miel convencional. Y eso les afecta a todos.
«El efecto es directo hacia nuestra economía, hacia nuestra forma de vida y muchos están abandonando la apicultura precisamente por eso, porque no, no da para vivir y prefieren irse a trabajar en una granja»
Su relación con la selva y las abejas, les da fuerza para resistir
Dicen que la resistencia no es fácil, pero la relación que tienen los pueblos con el monte, como nombran a la selva y con las abejas, les da fuerza.
«Emocionalmente es muy muy pesado. Yo no sé cómo no me he vuelto loco, pero el monte te da esa tranquilidad, llegas aquí y se te olvida absolutamente todo, te empiezas a trabajar las abejas y como que naces ¿no? naces de nuevo y a veces no quieres ni regresar»
La historia de Carlos y Matilde es la de miles de familias mayas afectadas en Yucatán por la presencia de más de 500 granjas porcícolas con millones de cerdos a la espera de convertirse en pedazos de carne que serán exportados a otras partes del mundo.
No solo porque dañan a sus abejas y a la apicultura, que es su medio de subsistencia, o porque contaminan el suelo que pisan y el agua que beben, también porque sufren intoxicaciones por culpa de los incendios que ocurren en las granjas.
Muchas familias que se oponen a la industria porcícola están siendo criminalizadas y perseguidas, y porque todas sufren el desprecio a la identidad cultural maya.
El vaivén de la lucha y el juicio de 10 años a la espera de la demorada resolución judicial ha cansado a algunos miembros del Consejo Maya, pero los pasos que han dado, a otros les mantiene con fuerza.
La lucha contra la agroindustria porcícola en el poniente de Yucatán es un camino a veces inundado, pero donde la resistencia continúa con la esperanza de que las futuras generaciones puedan convivir y mantener su relación con la naturaleza.
Qué nos gustaría que ocurriera
Queremos dar a conocer en la comunidad, el estado y a nivel nacional que la lucha permanece, que sigue activa, que hoy más que nunca cuidamos lo que sostiene la vida: la defensa de nuestras formas de vida, de nuestra identidad cultural y del cuidado ancestral del medio ambiente.
En la península de Yucatán hay más de 500 granjas porcinas y la mitad de ellas están ubicadas en áreas consideradas fundamentales para la conservación de la biodiversidad. Soñamos que muchas comunidades se sumen al cuidado de la naturaleza, el agua y la salud de quienes vivimos en este territorio.
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