Clean girl look, piel sin tinta, outfits old money. La nueva estética femenina no es solo minimalismo: es la recesión. Actualmente, el conservadurismo vuelve al poder y el cuerpo de las mujeres vuelve a ser terreno de pureza y sumisión.
La recesión económica no solo afecta las políticas globales: afecta subjetividades, deseos, estéticas. Frente a la precariedad y el miedo, resurgen discursos que prometen orden, estabilidad y retorno a “lo natural”, “lo tradicional”, “lo correcto”.
El regreso de figuras como Donald Trump a la escena política, junto con el auge de la derecha en Europa, marca una restauración conservadora que no solo se expresa en políticas migratorias o fiscales, sino en la moral pública, la estética y el género.
En este contexto, el cuerpo de las mujeres se convierte, otra vez, en un campo de batalla simbólico: desde el retroceso en el acceso al aborto, hasta la promoción de roles de género rígidos, pasando por nuevas legislaciones que intentan definir a las mujeres exclusivamente por características biológicas, excluyendo explícitamente a mujeres trans y reforzando una visión esencialista del género.

El proyecto conservador busca restaurar jerarquías: entre géneros, clases y formas de vida. Y lo hace desde múltiples frentes, entre ellos el más cotidiano y aparentemente inocente: la estética.
Este momento histórico-estético da lugar a una expectativa de feminidad hegemónica: blanca, binaria, burguesa, pura. Ante este panorama, las redes sociales distribuyen, normalizan y perpetúan estos modelos.
Las redes sociales no solo muestran tendencias. Las producen. Son aparatos ideológicos, en términos althusserianos, que no necesitan imponer por la fuerza, porque persuaden con imágenes, filtro, trends y discursos. A través de TikTok o Instagram, se instaura una estética moral: lo pulcro es bueno, lo desordenado es sucio, lo neutro es elegante, lo llamativo es vulgar.
La figura de la “clean girl”, la “trad wife” o la “mujer de alto valor” no se impone desde un estado autoritario, sino desde un algoritmo tendencioso. Mujeres consumiendo contenido en redes sociales, replicándolo para buscar la viralidad o tomándolo como un aesthetic a seguir, se están alienando -incluso involuntariamente- al resurgimiento de la derecha.
El makeup no makeup, los outfits neutros, el feed ordenado no son solo decisiones personales: son síntomas.
El borrado de tatuajes, la neutralización de la expresión corporal, el abandono de algunas formas de vestir no se presentan como imposición sino como evolución personal, madurez o “limpieza”.
Pero en conjunto, configuran un discurso político: el de la sumisión estética. Encajar nuevamente en las expectativas de la feminidad mediante la búsqueda de likes.

Lo que parece una expresión de individualidad o un simple posteo en redes es, muchas veces, una adaptación inconsciente a la norma.
En contextos conservadores, el cuerpo de las mujeres vuelve a ser territorio ideológico. No solo en términos de aborto o libertad sexual, también en su estética.
La reducción de las mujeres a su biología, promovida desde los parlamentos, busca cerrar el debate de género para legitimar un modelo de sociedad heterosexual, blanca y reproductiva.
El borrado de las disidencias (lxs trans, no binarixs, queers), es parte de ese plan: si solo lo biológico define a la mujer, entonces la maternidad es una virtud femenina.
Mientras se legisla contra el aborto, se impone la maternidad como destino. Mientras se borra a las mujeres trans, se redefine a las mujeres cis como cuerpos fértiles, domesticables, útiles al proyecto capitalista de producción, reproducción y cuidados: lo privado.
La economía está inestable, la ultraderecha gana terreno y la violencia global se intensifica.
Frente a esto, el cuerpo de las mujeres comienza a instrumentalizarse y someterse al reduccionismo.
La estética femenina abandona el ruido, el maquillaje creativo, los tatuajes, la sexualidad libre.
En cambio, adopta una imagen sobria, virginal, domesticada. Casi como sujetándose al silencio, a la obediencia y a un espacio de vigilancia.

Se va la rebeldía, la protesta, la autonomía y aparece la pulcritud pos-pandemia. No puede ser coincidencia.
¿Qué está intentando colarse a través de la sobriedad estética?