Por Sofía Jiménez Zatarain
El silencio de la noche inundaba las calles, el tumulto del día había sido apagado. Sus ligeros pasos no hacían ni un eco en tan gran vacío; tenues y apresurados parecían estar atraídos a su destino. Lo callada que era aquella vereda le traía tranquilidad, le facilitaba escuchar lo que se encontrara cerca, pero al mismo tiempo le causaba pavor su soledad; no había quien pudiera ser testigo.
Pasos. Logró escuchar pasos fuertes provenientes del lado contrario de la acera, su corazón comenzó a agitarse y apretó las correas de la mochila que sujetaba con cada mano en su pecho. No quería voltear, no quería hacer un movimiento precipitado. Un tintineo fue recibido por uno de sus oídos. Un jadeo, otro jadeo, el tintineo de nuevo y los pasos se detuvieron. El umbral alcanzó a iluminar la escena y por el rabillo del ojo pudo ver que solo se trataba de un joven en compañía de su perro. Respiró.
Aquel tramo lo recorría a diario, ya sabía dónde estaba partida la calle y solo levantaba un poco más su pie para evitarlo, también reconocía el olor de los jardines y los ladridos de cada perro vecino. Lo recorría por memoria, había momentos en que sin pensarlo avanzaba dos cuadras completas, pues debía centrar su atención en lo que sus oídos percibían. Los días se terminaban más rápido cada vez, el sol se ocultaba a temprana hora. En casa nadie le recibía, siempre había que esperar para la llegada de alguien.
No le faltaba mucho para llegar, su estómago rugía de hambre y sentía el cuerpo cada vez más pesado por el cansancio. Se distrajo pensando en la cena, pero fue interrumpida por un eco. Un eco en el oído izquierdo que le causó un retumbar. Tan, tan, tan, tan. ¿De dónde provenía? Apresuró su paso y el sonido se detuvo. En su mente, en el fondo de sus pensares, se reproducía el sonido que acababa de escuchar, poco a poco más fuerte, cada vez cambiando de plano hasta ocupar toda su cabeza.
Retomó su paso normal, pero en su interior seguía sonando más fuerte. Conforme avanzaba se dio cuenta de que no estaba solo en su cabeza, no, era también su corazón al unísono. Tan, tan, tan, tan. Una y otra vez, acelerando y creciendo, no podía detenerle. Tan, tan, tan, tan. No era su imaginación, seguía ahí, no se había ido. El aire comenzó a faltarle, no podía correr, sus pasos se volvieron apresurados y el retumbar le hacía compañía a cada pie.
Cruzó la calle esperando dejarle atrás, con el corazón en la garganta se detuvo y escuchó por unos segundos, en busca del sonido. Tan, tan, tan, tan. Ahí estaba de nuevo, no había cómo escaparle, no había a donde ir más que a casa, segura. Los pies los sentía pesados, el cuerpo se le desvanecía del miedo y el retumbar no la dejaba.
La distancia entre ella y el sonido se hacía corta, a cada paso le escuchaba más cerca y más cerca y más cerca. Tan, tan, tan, tan. Su cabeza a punto de explotar, sentía punzadas que iban entonadas al sonido. Y con cada campanada le acompañaba un nombre: Fátima, Jessica, Sandra, Alondra. Tan, tan, tan, tan. Diana, Mónica, Elsy, Genebit. Tan, tan, tan, tan.
Decidió girar en la esquina, buscar luz y algún refugio; no podía pensar claramente pues lo único que sonaba en su cabeza era el eco que le perseguía. Se detuvo a respirar, no era capaz de controlar el aire que entraba y salía de sus pulmones. Pero había dejado de escucharlo, no había más retumbar en su oído izquierdo.
Tan, tan, tan, tan… Estaba ahora en el derecho, a corta distancia. Intentó seguir con su camino, pero algo jaló de su brazo y cayó al suelo bocabajo. El aire escapó completamente de ella y su voz también. Se encontraba en el suelo, con un peso enorme sobre su espalda y el retronar de su corazón. No razonaba lo que le sucedía, solo podía sentir el miedo y el dolor que le era infligido como nunca antes en su vida. Lágrimas corrieron por sus mejillas mientras su cuerpo se movía al mismo ritmo del retumbar. Tan, tan, tan, tan.
No supo cuánto tiempo pasó para que todo se detuviera. Sintió su alma abandonar su cuerpo inmóvil, el sonido y el sufrimiento no paraban de repetirse tan, tan, tan, tan. Unas manos pesadas voltearon todo su cuerpo, sus ojos se fijaron en los suyos y fue entonces que le reconoció, fue entonces que el retumbar cesó solo para ser sustituido por un pitido agudo que encubría su dolor, fue entonces que lo último que sus ojos vieron fue la cara del tormento.
La calle permaneció en silencio, la noche oscura y solitaria, su cuerpo abandonado. Tan, tan, tan, tan. Él se marchó.
Más sobre la autora: Nací en Tijuana, Baja California el 14 de octubre de 1997. A mis 23 (recientes) años de edad soy egresada de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de UABC y he dedicado algún tiempo a trabajar como editora. Mi pasión se encuentra en escribir para mi misma, compartiendo aquello que considero no debe quedarse en secreto; con una afición por la ficción, tomando aspectos relevantes de mi realidad.
Contáctala en: s.jzatarain@gmail.com
Redes sociales de la autora: