El robo como profesión: CONFESIONES de un LADRÓN DE TEPITO

“El Pizza” lleva 12 años robando y ha librado varios procesos judiciales en su contra. Afirma que él, pese a asaltar, tiene un código: ni mujeres ni niños”.

“El Pizza” lleva 12 años robando y ha librado varios procesos judiciales en su contra. Afirma que él, pese a asaltar, tiene un código: ni mujeres ni niños”. 

Por: Donovan Kremer // D-FACTO
Portada por Armando Monroy

Foto: Donovan Kremer 

Dice que los encañonó en Peñón, hace ya seis años; era de día, él y su grupo de 12 asaltantes “chambeaban” en el punto G, letra que, como apunta, forman las calles Tenochtitlan, pasando por Peñón, Totonacas y Constancia, en Tepito. 

En aquel momento, titubea, “los putos esos llevaban el smartphone Xperia, uno de ellos dos en su bolsa del pantalón y atrás -en su mochila- el iPad”.

El Pizza”, así lo apodan, está tumbado sobre una silla estibable de tela azul desgastada y sin el respaldo, en ese patiecito enrejado y cubierto con una lona amarilla, dentro de una vecindad ubicada sobre Rivero. 

Hay alcohol y tíner en el lugar y el humo del cigarro y la marihuana se confunden, pero no el olor. Cuatro personas más beben y a veces interrumpen al hombre de 28 años, quien al hablar tartamudea.

“De repente, ya arriba que se prenden los celulares y comienzan a decir: ‘Localizando, localizando’. Yo ni me había dado cuenta hasta que me dijo mi valedor: ‘Míralos… verga’”. 

“El Pizza” había subido después del atraco a un departamento ubicado en la esquina de Peñón y Jesús Carranza, cuando se activó el rastreo de los móviles. 

Así, en corto, me asomé por la ventana y ya estaban abajo los polis, eran un chingo. Envolvimos esas madres -los celulares- en aluminio y se quitó esa madre del rastreo. Bajé todavía y me senté en un puesto a comer quesadillas, los putos esos se metieron y salieron sin nada, se fueron”, narra.

“El Pizza” lleva 12 años robando y ha librado varios procesos judiciales en su contra. Afirma que él, pese a asaltar, tiene un código: ni mujeres ni niños. Sus blancos son hombres que se encuentren entre 18 y 50 años. Además, asegura que no tiene miedo a que lo reconozcan y denuncien.

“Nunca he apuñalado ni disparado a nadie, a menos que sea en defensa propia (…) Y no hay necesidad, ¿tú crees que la gente va a reconocer o a defenderse?, si cuando le sacas el cuete se quedan pendejas. No saben qué hacer, no se fijan en la cara, solo acá bien pasmados se le quedan viendo al tubo mientras tú ejecutas sin pedos”, enfatiza.

Aunque en otra ocasión, platica sereno y pícaro a la vez, “agarramos a un güey, se tiró al piso con la mariconera y al chile me percaté de la acción, se me hizo raro que se tumbara luego luego boca abajo y como su cara quedó en mis pies, que le meto un patín, ¡pam!, se quedó todo apendejado, ya que le rompo de un jalón la mariconera, ¡presta! y que la siento pesada, no mames, por Dios, traía una 22.

“Que le digo: ‘No te hagas pendejo, tú nos querías tirar’. ¿Crees que no nos hubiera matado? Claro que sí”, hace una pausa, se lleva a la boca un toque de marihuana, luego bebe alcohol. 

Prosigue: “Le corrimos todo Constancia y que el güey nos corretea. ‘Haste a la verga o te meto un tiro’, que le digo, y el güey decía inflando el pecho: ‘Tírale, cabrón, mátame, puto’. Nomás le tiré al piso y aún así seguía detrás”. Después, dice, perdieron al sujeto entre los puestos.

Foto: Armando Monroy

El asalto a transporte de carga también lo ha ejecutado, particularmente en las autopistas México-Puebla y México-Cuernavaca. Otras veces ha hurtado motos, aunque actualmente se dice convencido de no practicar tal modalidad, “es más pedo, ¿sabes cuántos años te avientan? 12 años”.

No está lejos de la realidad. En el Código Penal Federal se establece la pena con cárcel de 7 a 15 años en el robo de motocicletas, dependiendo del monto al que ascienda el automotor y si existe violencia o no de por medio.

“Ve, una vez El Gordo traía una moto, se la había tumbado dos días antes… Le dije que la prestara para dar un rol, pero ya tenía el reporte -de robo-. Y yendo para el Eje 1 que me encuentro al Capaz -comandante de la policía capitalina, señalado por nexos con el narcomenudeo-. 

Me quería torcer. ¡La verga! Que le doy la vuelta y me tiendo por Peralvillo, pero ahí me salen dos por Libertad y agarre por la banqueta y en la iglesia -de Santa Ana- se me patina, pero aún así me la pelaron, que me levanto y que les gano por Carvajal y vámonos de retacho a la Morelos”, relata con cierto tono de heroísmo.

“El Pizza” asegura no sentir culpa por ningún robo, aunque reconoce que “realmente es ojete que te roben. A mí me robaron dos veces antes de dedicarme a robar. Tú sabes que a la gente le cuesta, pero también esto es trabajo para nosotros”.

En la Ciudad de México, la incidencia de este delito se mide de la siguiente manera: de enero al 31 de agosto de este año se cometieron 6 mil 906 atracos a transeúnte en vía pública, de ellos, 5 mil 912 se realizaron con lujo de violencia, lo que agrava la pena, y se ejecutaron mil 322 robos a moto, 430 con agresiones, según cifras del secretariado ejecutivo al corte del 20 de septiembre.

FOTO: ARMANDO MONROY /CUARTOSCURO.COM

En un barrio como lo es Tepito, la gallardía impuesta por la cultura de quien domina y tiene poder, muchas veces sin importar de qué modo, ya sea para ganar dinero o lograr la sumisión de los otros, hace que desde temprana edad uno quiera obtener ese poder o poderes, se vuelve una aspiración, opina Alfonso Hernández Hernández, cronista del barrio Bravo.

También, añade, un lugar como este, ambientado a la violencia, inclina a los jóvenes a delinquir en cierta medida porque es lo único que tienen al alcance, después de todo Tepito aún es un barrio marginado en varias facetas.

Además están las familias que tienen a miembros que se dedican al crimen, es como un legado, a veces se transmite de una generación a otra.

En el caso de “El Pizza”, sus padres han trabajado siempre en el comercio informal, pero para él y su hermano, quien fue asesinado en 2018 a tiros, el robo se convirtió en una forma de ganarse la vida.

El hombre vuelve a fumar marihuana, asiente con la cabeza mientras la inclina lentamente hacia atrás, como si esperara una respuesta a todas sus anécdotas. 

Frunce el ceño y mira con dureza de un lado a otro; se acerca otra persona, a la que le va a comentar de una “chingadera” que le pasó hace menos de dos horas, un capítulo más que abre de este modo: “Qué te crees, madre, estuve secuestrado una hora porque entregué 20 gramos de piedra de más”.

Foto: IBERO

Foto de portada: Donovan Kremer |Constancia es una de las calles que da con el punto G, estratégico para los asaltantes durante el día.

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