Epístola al Colorado

Tu oscuridad contempló mi angustia y la desesperación que gobernaba mi primavera pandémica

Por Raúl Balvastro Ferruzca

Querido cerro, una madrugada del veintiséis de abril nos vimos frente a frente. ¿Lo recuerdas? Tenía el miedo y la loquera en los ojos, la esperanza y la fatalidad en mis adentros. ¿Y tú? Tan imponente y llamativo, como solo tú y yo podemos entenderlo. Tu oscuridad contempló mi angustia y la desesperación que gobernaba mi primavera pandémica.

Vi tus faldas y escuché el clamor tijuanense, aquel dolor que solo puede producir la pérdida del ser añorado. Sentí el abandono en el que se encontraba la gente, tirada en esa sala de espera. ¿Lo sentiste? Porque a mí me desgarró la poca alma que no creí tener.

¿Te acuerdas de aquella súplica? Te pedí por la vida de mi madre, el ser que abandonó la Peña de Bernal y quiso estar a tus pies. La mujer que vio crecer contigo esta Tijuana que nos ha dado y quitado TODO.

Creí que me habías escuchado cuando vocearon su alta. Creí tener un borrón y cuenta nueva para seguir amando en vida. Pero tú querías despedida, no para mí; que prefiero irme sin llamar al adiós. Sino para los que quisieron aprovechar la oportunidad de saldar cuentas. Te reíste de mi dolor futuro, no por maldad; sino porque nos estabas cobrando una cuota corporal. ¡Querías alimentar el suelo con aquel cuerpo enfermo que había sido mi madre!

Ahora míranos, tú tan igual como siempre y yo tan cambiado como nunca. ¿Sabías que el bicho y no el covicho gobierna mi futuro? Lo imagino, nada escapa a tu mirada inquisitiva. Esa mirada que ha contemplado el cambio de la ciudad que viste nacer, así como la vida que me obligué a cambiar.

¡Querido Colorado! Terminaré diciéndote: tus faldas me vieron nacer, pero tus suelos nunca tendrán mis restos marcados por la violencia que genera el miedo a las pandemias. 

Con escaso amor, de parte del maricón que te admiró, incluso en la pérdida.

.

Mis padres me llamaron Raúl, con ese nombre me presentaron ante la pila bautismal. Lxs amigxs me llamaron Ferruzca, porque suena como perro y así me defiendo. 

Yo prefiero llamarme Jotocrática, porque así reivindiqué el insulto y lo apropié.

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