Por Periodismo de lo Posible/Organización de Mujeres Poj Kaa A.C.
En la comunidad ayuujk (mixe) de Tlahuitoltepec en Oaxaca, el parto en casa era una tradición que se practicaba en armonía con el territorio y la espiritualidad. Sin embargo, con la llegada de los hospitales y la imposición de la «medicina occidental», muchas mujeres fueron presionadas a renunciar a los partos en casa.
Con esto, sus prácticas ancestrales de nacimiento fueron relegadas. Y las mujeres de la comunidad tuvieron que hacer frente a violencia obstétrica, cesáreas innecesarias y la negación de sus derechos sobre sus cuerpos y la vida de sus bebés.
Ante estos abusos, un grupo de mujeres y parteras se organizó para recuperar el derecho a parir al calor del hogar. Con plantas medicinales, alimentos que sanan, una casa temazcal y conocimientos ancestrales, conciben el parto como un acto de autonomía y conexión con la tierra.
Este es el segundo capítulo de la segunda temporada del podcast Periodismo de lo Posible. Los ocho relatos serán retomados en Linotipia y cada nueva entrega será traída quincenalmente.
Nosotras ayuujk
Hace 24 años mi madre decidió darme a luz en su casa de abobe y madera, entre los cerros y nubes de Tlahuitoltepec, yo sería de las últimas generaciones que nacimos en casa. Somos una comunidad ayuujk.
Los cerros son nuestros centros de espiritualidad. Les llevamos alimentos y ofrendas sagradas para realizar rituales a la vida. Que junto con nuestra lengua ayuujk la música y la fiesta, tejen nuestra vida comunitaria.
El Zempoaltépetl, ubicado en la sierra de Oaxaca, es uno de nuestros cerros sagrados al que mi madre y mi familia me llevaron a los 20 días de nacida para presentarme ante nuestras divinidades.
Ese respeto a la madre naturaleza, a las espiritualidades, a las deidades que nos enseñaron nuestros abuelos son parte de este territorio, tiene toda una historia, tiene toda una cosmovisión
Vicky, como le decimos, es partera ayuujk, acompañante de tres mujeres, que en los últimos años vivieron su primer parto en el hospital y para su segundo embarazo decidieron parir en casa.
Violencia obstétrica
Elena Jiménez, me compartió que en su primer embarazo pensaba que parir en el hospital significaba tener una atención de la mejor calidad.
«Cuando uno sale de una comunidad, como que empiezas a comprar otras ideas, te lo empiezas a creer, lo empiezas a interiorizar y entonces empiezas a negar lo propio»
Cuando ella tenía cerca de los nueve meses de embarazo, salió de Tlahuitolpec dirigiéndose al hospital regional de Tamazulapam, a media hora de su casa, porque era el día de su cita médica de revisión.
«Y la doctora me dice: ‘Elena es que tú ya no tienes suficiente líquido amniótico. Entonces tu bebé está en riesgo. Tú me dices si quieres que yo misma lo saque, o quieres esperar a que llegue otro médico que no sé cuándo va llegar si la próxima semana o no sé cuando, pero fines de semana creo que no hay’, me dijo. ‘Si tú decides que no, pues bajo tu propio riesgo'»
Fue presionada a decidir en unos segundos sobre la vida de su hija y en un instante renunció al bienestar de su cuerpo.
«Obvio estaba asustada. Sí me espantó ese momento, porque si se siente toda esa carga de responsabilidad, yo sí le dije: está bien doctora, todo sea porque nazca bien mi hija, está bien»
Ella jamás en su vida había tenido procesos de cirugía, en ese momento no dimensionaba que lo que acababa de aceptar era una cesárea. Su cuerpo estaba bajo los efectos de la anestesia. Mientras le suturaban el vientre, Elena se sintió culpable y a la vez triste por no sentir alegría al momento de recibir a su hija.
«En el momento en que sacan a mi hija, o sea, me dice la doctora, ‘¿Quieres darle un besito a tu hija?’ y yo así de…¡No lo sé! Y así me quedé congelada, no le di el beso, o sea, no se lo di. Y además mi hija cuando la sacaron estaba dormida»
Cuando yo era pequeña veía a mujeres que llegaban de la ciudad con su bebé, me imaginaba que allá, la experiencia del parto era con una mejor atención. Pero para Serafina, madre primeriza ayuujk en la metrópoli, a sus 22 años recibió a su hijo y recuerda con temor ese día.
«Estás sola ahí, no dejan entrar a nadie. No tuve trabajo de parto, nada más me lo sacaron, me hicieron la cesárea. Según me decían que venía con la cabeza grande, y me dijeron, no, pues, va ser cesárea»
“Se lo sacaron”. Para ella eso no es parir. Lamentablemente así nacen la mitad de los niños y niñas en México. Se abusa de las cesáreas en los hospitales, practican muchas más de las que la Organización Mundial de la Salud recomienda.
La forma de nacer y de parir cambiaron en Tlahui desde hace 27 años, cuando se estableció el hospital regional en Tamazulapam. Porque las clínicas comenzaron a mandar a las mujeres allá a programar su cesárea.
Tratadas como objetos en los hospitales
Lilia Pérez, a sus 29 años, ya sabía que si te hacen cesárea el cuchillo atraviesa la piel, el útero y finalmente el saco donde duerme el bebé. Ella no quería eso para su cuerpo, ni para su hija.
«Planeamos todo el parto aquí en la casa, le hablamos a la partera y le pedimos a ella que me acompañara en el parto»
Pero, por los tres días que llevaba con dolores y contracciones, le dio temor a que su bebé no naciera bien, entonces Lilia decidió pedir el acompañamiento de una doctora.
«Mi hija ya estaba asomando su cabeza, pero pues se regresaba otra vez, porque ella no me estaba dando las indicaciones correctas, y al final, me dijo, ‘¿sabes qué? te voy a mandar al hospital, puede que tu bebé se vaya a morir o que le vaya a pasar algo'»
«No me pasaron inmediatamente a la sala de partos todavía me dejaron en una habitación así toda fría en una camilla fría sin sábanas. Luego, cuando me dejaron ahí todo ese rato, vino un médico con toda una flota de estudiantes, de practicantes supongo. Yo tenía las piernas arriba en la camilla, me dijeron dobla tus piernas te vamos a revisar. Yo pensé que solo me iba a revisar».
Entre caras desconocidas y sola fue tratada como un objeto, sin importarles que Lilia estaba con las contracciones cada vez más constantes y dolorosas.
«Yo tenía ganas de decirles que se fueran, que se salieran, pero yo me sentí muy vulnerable. Ese momento fue muy desgastante y muy violento para mí que no tienes ahí ni voz ni decisión ni nada, porque van y vienen como quieren»
Yo pensaba que cuando una mujer tiene su parto natural en el hospital, realmente paren sin ninguna intervención, pero a Lilia y Serafina sin su consentimiento los doctores les practicaron la episiotomía. La episiotomía está catalogada como violencia obstétrica. Para mí, es la primera vez que escucho sobre esta práctica de cortarles los genitales a la mujer.
Partos rápidos a costa del cuerpo de las mujeres
No me imaginaba que parir en el hospital fuera una tortura, a estas mujeres les marcaron la vida y sus cuerpos. Desde hace décadas el sistema de salud occidental, ha repetido el maltrato a las mujeres sometiéndonos a medicinas que no queremos, y claro eso lo hacen por que es un negocio más para ellos.
«Nada más me metieron al quirófano y me dijieron: ‘no, ya va nacer tu bebé, ya viene en camino’. Cuando ya iba naciendo, y sentí que me cortaron, sí lo sentí»
«Cuando estaba yo en trabajo de parto ya estaban las enfermeras detrás de mí diciendo ‘no, te tienes que poner un anticonceptivo, ¿para qué quieres tener más bebés? Aquí te traigo los documentos para que los firmes'»
Serafina se vio obligada a firmar ese papel. Estos actos son violaciones a los derechos de las mujeres y sus bebés. Y desgraciadamente Elena también lo vivió en carne propia. Nos han despojado de los partos humanizados.
A pesar de ser un hospital público, donde saben que están en territorios de pueblos originarios, no les importa en absoluto reconocer las formas ancestrales de vivir nuestros partos.
Las parteras
En las comunidades ayuujk, existía casi una partera por familia, pero desde que las clínicas y hospitales llegaron a nuestras comunidades el conocimiento ancestral de la partería ha dejado de transmitirse, encontrándose en estado de extinción.
Hay una reducción y subordinación de las parteras a informantes de las instituciones de Salud para que ya no atendamos partos y mandemos a todas las mujeres al centro de Salud. Con una visión médica que no entiende, ni reconoce la sabiduría de nuestra partería.
Vicky, junto con otras parteras provenientes de varias comunidades del país, lanzaron un pronunciamiento que mandaron al estado, para hacer escuchar su voz ante las amenazas del sistema de salud.
«La desaparición intencionada de la partería forma parte del despojo de la naturaleza y de los territorios. Es un hecho que la mortalidad materna en México en este momento ocurre mayoritariamente en las instituciones de Salud. Eliminar la partería no es una forma de reducirla»
Estos son mecanismos de control que han usado las instituciones de salud y es consecuencia de una política pública discriminatoria del Estado Mexicano. Estas amenazas son atentados contra la libertad de las mujeres que paren así como de las parteras que las acompañan.
Buscamos recuperar y fortalecer nuestra autonomía como parteras y ayudar a las mujeres a recuperar la autonomía sobre su cuerpo y su salud.
«La negación a darnos los certificados de nacimiento, la prohibición a usar nuestras plantas medicinales y las herramientas que siempre ocupamos como el rebozo y el temazcal«
Parir en comunidad
Elena, Serafina y Lilia, en su siguiente embarazo decidieron tener el acompañamiento de parteras. Y se prepararon para parir en el calor de su hogar, tal y como lo hacían nuestras ancestras.
«Para este segundo parto, a mí me costó muchísimo trabajo convencerme que fuera parto normal, generar mi confianza. Todo me costó mucho trabajo, porque sí, yo tenía miedo. Mucho miedo»
«Fue un parto así rápido pero con la tranquilidad de que había nacido aquí en la casa. Y ella empezó luego luego a tomar el pecho, quería comer. Esperamos a que saliera la placenta para que le pudieran cortar el cordón»
A la par del nacimiento, los familiares encienden el fuego en el temazcal, una construcción hecha de adobe y piedras que asemeja el vientre materno, al entrar sentimos una gran cantidad de calor y vapor.
A su hija también la bañaron en el temazcal, quien al sentir el cobijo de Tääy Jukiiny su cuerpo reconoció ese espacio cálido como su nuevo hogar.
«En el temazcal llega a habitar Tääy Jukiiny, que es la divinidad que representa la fertilidad. Hay que tener siempre fuego durante los 20 días, para que ella esté cómoda. Y en el tercer día la placenta se entierra, en algún lindero del solar de la casa y esto sirve como una suerte de protección para la misma familia»
«Y al final de los 20 días, se hace un ritual en el cerro ante las divinidades, se hace la presentación de la nueva persona que nace»
Para nosotras nuestra placenta conforma las raíces de nuestra vida, es lo que nos une a nuestro territorio. Cuando en los hospitales no nos la entregan vagamos sin raíces en este mundo.
Los nacimientos en casa tienen esa importancia para la sanación, para la continuidad de nuestra vida desde nuestra cosmovisión porque la forma en como nacemos marca nuestra historia de vida.
Qué nos gustaría que ocurriera
Con este episodio, Periodismo de lo Posible busca hacer una invitación a conversar dentro de las familias sobre los temas propuestos, que podamos nombrar y denunciar la violencia obstétrica en las comunidades pero también en las zonas urbanas.
Soñamos que las mujeres podamos hablar y reflexionar en confianza sobre cómo queremos parir y sobre lo que implica un parto digno y humanizado en diferentes contextos.
*Este contenido es publicado por LINOTIPIA con autorización expresa de Periodismo de lo Posible. Da clic aquí para ver la publicación original. Queda prohibida su reproducción.*