Por Marbeth Sevilla
Debajo de las luces del escenario, los acordes de la guitarra de Alex Lora aún resuenan con ecos hacia el pasado. Este sábado, El Tri celebró más de cinco décadas de historia con un concierto en Ciudad de México.
Durante la velada, el grupo aprovechó la oportunidad para disparar un dardo envenenado en contra del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al que le dedicó “¿Por qué no te mueres?” en medio de la polémica migratoria que se vive tras su llegada a la Casa Blanca para un segundo período.
“Esta va para un compa. Una rolita que ya se la cantamos desde antes, pero ahora, más cabrón”, dijo al micrófono antes de lanzarse contra el Republicano.
Tras el paso de 55 años, sus seguidores siguen cantando éxitos como “Abuso de autoridad” y “Chavo de onda” con la misma pasión de aquellos primeros días en los que, hace más de medio siglo, El Tri –que originalmente debutó como Three Souls in My Mind– comenzó a escribir su historia hasta forjar un estilo inconfundible, el cual combina rock con blues y letras donde hace hincapié a la crítica social.
Fue precisamente esa actitud contestaria, en medio de un México centralizado y gobernado bajo un régimen de partido único, que se reflejaba en letras en las que se denunciaba la brutalidad policial y la corrupción política o que hablaban explicitamente sobre sexo y el uso de drogas, la que los condenó al ostracismo en la la radio y la televisión de la época durante las décadas de los setenta y ochenta. Refugiándose por años en bares y los llamados hoyos funky.
Pero eso ya es historia.
El Tri no es solo música, es una cultura, una identidad que se renueva
Pasaditas las 8:30 de la noche, la oscuridad del cielo capitalino resplandeció con las luces del Estadio GNP Seguros, que pronto se llenó de una energía única, de éxtasis, que se palpaba en el ambiente.
El corazón de la ciudad latió al ritmo de los acordes del grupo, considerado un pilar de la escena por ser la voz rebelde y honesta del rock mexicano durante las últimas cinco décadas.
El público, consciente de que tenía de frente una cita con la historia, abarrotó el lugar. La mayoría vestía con chamarras de piel negra, ese símbolo que durante décadas ha definido no solo la estética del rock en general, sino también una forma de vida, una actitud, que ha acompañado a la banda desde sus inicios en el ya lejano 1969.

El Tri no es solo música, es una cultura, una identidad que se renueva y se adapta a las nuevas generaciones, pero que nunca pierde la esencia que lo hizo grande.
Ahí, en medio de bailarines prehispánicos que daban vida a las tradiciones más profundas de México, se escuchó una voz que no podía pasar desapercibida.
En un abrir y cerrar de ojos, el irreverente Alex Lora se apareció con su característico: «¡Viva México, cabrones!«. Y, sin más preámbulos, se aventó unas cuantas estrofas del “Himno Nacional«. Tras el inesperado cover, saltaron al escenario con “El boogie”.
El 55 aniversario de El Tri estaba por comenzar y las expectativas eran altas. Luego vino la locura. Las 60 mil personas presentes en el estadio, sin pensarlo, comenzaron a corear con él canciones como “María Sabina” “Todo por el rock and roll” y “El muchacho chicho”.
El lugar vibró. No importaba si eras un niño con cara de asombro por descubrir el fenómeno de El Tri en carne viva o un señor entrado en años, al cual sus canas delataban como un conocedor. Todos. Todos, sin excepción, estaban unidos por algo más grande, por ese amor a México que Lora sabe arrancar del pecho como pocos.
Y es que Alex Lora, el hombre que lleva décadas cantando las penas y alegrías de este país, no sólo es un rockero de alma, también es un compositor prolífico, y vaya que tiene historia: más de 500 rolas, repartidas en 30 discos. Así lo reflejó este sábado con una setlist que tuvo 70 temas y se extendió por cuatro horas.

Lora es un tipo que no necesita adornos, que tiene esa habilidad de ponerle voz a las historias de la gente común. El Tri es esa banda que lucha, que ríe, que llora y que vive cada día en las calles de la capital, y que encuentra su reflejo en el espejo de otras tantas ciudades alrededor de todo el país y el mundo.
Con esa voz ronca y la actitud que ya conocemos, la locura de Lora no se hizo esperar. Interpretó un sinfín de canciones que han dejado huella en el inconsciente mexicano, entre ellas: “Nostalgia”, “Metro Balderas”, “San Juanico”, “El niño sin amor”, “Perro negro y callejero”, “Todo me sale mal” y muchas otras. El público se entregó completamente, cantando cada letra con emoción.
Entre canción y canción, el tiempo avanzó y la icónica frase «y que viva el rock and roll» se convirtió en el grito de guerra de la noche. Las chelas se convirtieron en objetos voladores no identificados, la banda saltaba, gritaba, grababa con su celular y se empujaba entre sí… para terminar abrazados.
Por supuesto, todo esto, con la irreverente anuencia que sólo el rock te puede dar. Si algo tiene Lora es esa conexión brutal con el público: te hace sentir que no estás en un concierto, sino en una peda épica con cuates de toda la vida.
En el escenario, un cover a Metallica y hasta fiesta con Mariachi
Incluso, se dio el tiempo de regresarle el guiño a Metallica con una versión del emblemático tema “Nothing Else Matters” al que tradujo con picardía como «Lo demás me vale madres«.
Esto luego de que en septiembre pasado, durante una de sus presentaciones en México, la banda estadounidense intepretó el clásico A.D.O. como un homenaje a la agrupación mexicana.
Pero si pensaban que eso era todo, estaban muy equivocados. Porque el maestro no sólo vino a darle fuego al escenario, sino que trajo consigo al Mariachi Misterio de Puebla para ponerle más sabor al asunto.
Y sí, así tal cual, en pleno golpe de adrenalina rockera, se fue de lleno con algunos clásicos de José Alfredo Jiménez como “Caminos de Guanajuato” y “El rey”. Igual se aventó un cover de “Cielito lindo” de Quirino Mendoza.
A pesar del ligero cambio en el setlist, abajo del escenario la banda no dejó de cantar. Se sabían las rolas, las coreaban como si fueran himnos, porque esos son himnos del barrio. Lora, sin inmutarse, los animaba: “¿Están siendo felices?”.
Claro que eran felices, la raza lo vivió al máximo, disfrutando de cada segundo. No importaba si sonaba un blues pesado o un cover de regional mexicano al compás del mariachi.
Entre saltos, mentadas de madre y esas incoherencias que sólo él sabe soltar, la fiesta continuó. Para este punto, el cantante de 72 años ya estaba tan prendido que repentinamente se aventó un dueto con su domadora, como le dice cariñosamente a su esposa, Chela Lora.
Juntos interpretaron los clásicos “Cuando tú no estás” y “Las piedras rodantes”, esta última, una de las más esperadas. Pero, como todo en la vida, nada dura para siempre.

El cierre llegó con “Triste canción de amor”, esa rola que, aunque llena de nostalgia, también tiene su toque de magia. Poesía. Mientras los fuegos pirotécnicos iluminaban el cielo, el cantante levantó el brazo y se despidió con su toque único:
“Muchas gracias, raza. Que Dios me los bendiga. Ustedes son una chingonería de público. ¡Y que viva el rock and roll!”.
Con los últimos acordes de su guitarra y la banda aún coreando, en un intento de que regresaran al escenario aunque sea un poquito más, terminó la noche.
Fueron cuatro horas de un desmadre de esos que solo Alex Lora y El Tri sabe crear. Porque, aunque el tiempo pase, la esencia del rock mexicano sigue más viva que nunca gracias a un cabrón como él.