Umbrales

¡Apuro el paso y nunca llego!

Foto: Dalila Robledo de Basabe
Por Daniel Robledo de Basabe

Umbrales

Levanta su cabeza del buró tallado con cuernos de vaca en cada esquina. Sacude el pesado ensueño: “Quizás hoy podré verla”. Toca su cabello y lo siente húmedo. “Claro, el resultado de buscarla: baño de sudor. Espero sigan mis cerillos secos”. El pesado cansancio recarga su cabeza.

Una puerta dos pisos arriba lo despierta. “¡Otra vez no! ¿Cuánto llevo recorriendo este lugar? ¿Un par de semanas?” Resiste la fatiga mientras sube las escaleras del enorme castillo estampado con flores opacadas por el tiempo. “Ni siquiera puedo imaginar sus dimensiones, la creí una ciudad encapsulando multitudes. No, aquí solo hay dos”.

Aproxima la puerta apenas cerrada. Pegando su nariz aspira la madera oscurecida. Su puño parece querer tocarla pero desiste. Dobla sus rodillas para sentarse. “No quiero incomodarla. ¿Cómo querrá compartir un cuarto conmigo, quien molesta?” Voltea hacia el techo, advierte una oscuridad que parece prolongarse sin fin. “Solo hace falta iluminación, seguramente aquí es más pequeño de lo que parece”.

“Ahí está, justo ahora cambia de cuarto. Su último destello, un pedazo del vestido que dobla al final del pasillo, pequeña ondulación, el inicio de una flama en movimiento pero estática. Acelero el paso. ¡Quiero verla, sentir la plática imaginaria de nuestras miradas! Escucho el crujir de la tierra. Me detengo, pero el piso es de cemento. Levanto la cabeza, ya no está. Cerró otra puerta. Mi pecho se encoge.

¡Apuro el paso y nunca llego! ¿Cómo acercarme a la distancia perpetua? Seguro estoy desnutrido y por eso veo indefinidos los contornos de este lugar, como si necesitara anteojos.”

Ahora cierra la puerta sutilmente y al despertar de su charco, probablemente sudor, intentando correr torpemente al barandal se reprocha porque otra vez lo distrajo el sueño. “Definitivamente sonó dos pisos abajo. Ese candelabro irradia con más fuerza. Algún viento reanimó sus velas”.

Descendiendo por las escaleras se ciñe al barandal e intenta recordarla hablando su forma: “Una sonrisa geométrica; tez blanca, no, morena; hombros amplios, no, angostos; aretes cortos, no, largos. Mirada alegre dispuesta a compartir algo, sí, y yo a escuchar, por fin, de cerca…”

Un portazo más arriba lo arranca del balbuceo y gira la cabeza; vuelve a girarla con el eco de otro portazo más abajo. “¿Será más de una? Ya no quiero esto”.

Escucha otra puerta y el crujir de tierra imaginario. Sigue bajando, voltea hacia atrás, “¿no se alejó el principio del barandal?” Al sentarse en el primer escalón recuerda los cerillos en su bolsa, prende uno para tranquilizarse, no le perturba que no se consuma. De nuevo le incomoda lo húmedo de su nuca y se talla con la palma. Ahora con luz, decide ver su mano y tampoco le asombra verla untada de sangre.

 

 

 

Daniel Robledo: Nació en Tijuana, Baja California, México. Es estudiante de Lengua y Literatura seducido por todo lo que el mundo se esmera en ocultar.

Contacto:
robledodebasabe@gmail.com

 

 

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