Dos cuentos de Juan José Millán Payán

Después de un momento, la gota se encontró en la oscuridad absoluta y cayó dentro de un cáliz, uno tan grande como lo es el universo y tan tangible como el tiempo mismo.

No cabe duda, el optimismo es el peor de los padecimientos

Millán, J.

Por Juan José Millán

Goteras

La humedad en el techo estaba preparando una gota bastante grande que iba dirigida a la cara de Olivia. En ese momento, ella sonrió; recordó la primera vez que vio aquella molesta gotera. En aquel entonces su enfermedad ( a estas alturas ya no importa cuál era) apenas empezaba a expandirse, a fortalecerse. Su camilla tenía la parte trasera levantada cuál respaldo. Gracias a ello podía ver a su doctor hablando con su familia en el pasillo, repitiendo lo que recién le había dicho a Olivia: todo va a estar bien, se detectó el padecimiento a tiempo y puede tratarse. Mientras su familia la animaba, ella miró al techo y, ahí estaba, la gotera que ahora amenaza con mojar su cara, entonces soltó una gota sobre la cabeza de su madre.

Ni siquiera se dio cuenta que se había mojado, estaba muy ocupada implantando en la enferma falsas esperanzas. O eso pensó Olivia: “No cabe duda, el optimismo es el peor de los padecimientos”.

Olivia volvió por un momento al presente, la gota se empezó a desprender del techo, en el segundo más largo que jamás tuviera la desdicha de transcurrir. Olivia empezó a patalear y dar manotazos en su camilla: era el momento. Su diafragma se expandía y se encogía al ritmo de sus pulmones dando su última lucha. En su pecho sentía martillazos, pero pronto todo se detuvo. La gota por fin se desprendió del techo, su descenso se hacía demasiado largo. Vio cientos de enfermeras en el transcurso de su caída, de todo tipo; algunas mejores, otras peores, pero la mayoría tenían algo en común: falta de humanidad.

Después de un momento, la gota se encontró en la oscuridad absoluta y cayó dentro de un cáliz, uno tan grande como lo es el universo y tan tangible como el tiempo mismo. Una señora cadavérica sostenía el recipiente mientras en un brindis sonreía. Ella era la única contenta. “¿Quién más iba a alegrarse cuando ella es la única que gana?” Pensó en sus últimos instantes de conciencia la pequeña gota.


Santa Venea

En alguna calle de Santa Venea, alegre, pintoresca y aún así, serena, hállome con esta escena al entrar al pueblo, viniendo a través del campo, por la vereda:

Recién paso bajo el arco de la ciudad y la calle me muestra sonrisa arqueada, dándome la bienvenida. En la peluquería yace un druida, que porta una cabellera aguerrida y un orco la paletería atiende, mientras sonrisa mantiene entre diente y diente. Más no es una niña a la que le vende, sino una gnoma que se retira helado en mano, sonriente. El pan es hecho a mano, en horno de barro por un barbudo enano y espera una sirena en el umbral de la biblioteca, manteniendo su cola fresca dentro de una alberca.

El sol sale desde el final del empedrado, tiñendo de naranja lo que a su camino ha encontrado. Un hada vuela diminuta cerca del establo, un duendecillo la sigue sin poder pronunciar vocablo, pues de ella está enamorado. Y conmovido por su corazón entregado, estira la mano un minotauro y eleva al pequeñín dejándolo al costado de su amada. Ahí le sonríe y le cuenta lo que siente, lo que antaño sufría, y juntos danzan aún en la mano de la felíz bestia. En el parque, un elfo con melena dorada y la cara de blanco, rojo y azul pintada hace chistes y baila mientras a su alrededor, la multitud se ríe sonrojada pues orejas largas es todo un maestro de la payasada.

El alcalde del pintoresco pueblo se asoma por la alcaldía, el mantiene a la gente y las hadas felices en el día a día, porta un gran sombrero de copa y traje de cuatro piezas, a pesar de ser un ogro de la moda se volvió presa. En medio de la calle un vendedor ambulante acecha: busca a niños buenos sin travesura hecha y les regala un globo, añadiendo otra sonrisa a su cosecha. Nunca hay nubes sobre Santa Venea, ni tampoco hay certeza de dónde acaba o empieza, por eso ahí donde se está calurosa bienvenida se profesa, al que como yo sus calles cruza y así su magia a todos recorre obtusa.


Contáctate con el autor: millanpa1cm@gmail.com

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