¿La culpa la tienen los gays? Una invitación a replantear nuestras estrategias de acción para hacer frente a la derecha reaccionaria

Buscando hacer justicia, yo diría que si bien la derecha la tiene “más clara”, también la tiene más fácil: ellxs buscan mantener su estatus quo, el orden natural de las cosas. Nosotros cuestionamos su verdad, incomodamos su confort con nuestra llegada; pero sobre todo, los confrontamos con sus propias mentiras, sus vilezas, y aún más con su deseo. Les arruinamos el plan.

Por Miguel Corral
Foto por Laura Bordera para Flickr

¿La culpa la tienen los gays? Una invitación a replantear nuestras estrategias de acción para hacer frente a la derecha reaccionaria.


En años recientes hemos visto la feroz reactivación de los movimientos de derecha. Principalmente ligados a grupos religiosos que si bien no han estado nunca al margen de la vida pública, ahora repuntan con gran notoriedad en las discusiones políticas, siempre con una misión a cumplir: detener el avance de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales. Qué en última instancia se traduciría en la anulación de la participación de quienes somos parte de estas poblaciones en las discusiones políticas. Sí, lo sé. Los derechos son progresivos y no pueden retroceder. 

Pero lo cierto es que en el caótico escenario de la realidad, los derechos están supeditados a las trayectorias circunscriptas del momento histórico-social. Y eso va más allá de las leyes. Pongo un ejemplo claro. Los derechos a la vida, a la integridad personal y a la paz se encuentran protegidos de manera formal por prácticamente todos los tratados internacionales, por la Constitución Nacional, por las leyes que emanan de ella y así todo “muy bonito”. Pero si vives en México, eres mujer y tienes ganas de salir de casa (a la escuela, al trabajo, a divertirte, a caminar, a pensar al tianguis o lo que sea) sabrás que no es tan fácil como decidir hacerlo y ya; pues dependiendo de la hora, el día, del lugar, de la compañía, etc., puede que te violen, te secuestren, te asesinen cruelmente, abandonen tu cadáver en algún lote baldío, riachuelo o simplemente en la calle de tu cuadra. Esto sin importar si tienes 5 años, 16, 43, 62 o cualquier edad. En nuestro país, en promedio son asesinadas nueve mujeres al día, y seis de cada 10, incluyendo a niñas y adolescentes menores de edad, aseguran haber experimentado algún tipo de violencia, informa ONU Mujeres. Es más. Muchos de estos asesinatos suceden en casa, así que no hay necesidad de salir a la calle ¿Es claro que no es suficiente que se tengan derechos? No, todavía no somos libres.

Es común escuchar en las incandescentes discusiones entre activistas y especialistas en la materia,   que la gente de derecha “la tiene bien clara”, por lo general aludiendo a que sin importar las diferencias que puedan existir entre ellxs (así, en incluyente) logran articular un argumento a partir del cual se rige su lucha intolerancia. Esto mientras que los movimientos de personas con orientación sexual e identidad de género no normativas están divididos debido a que persiguen diferentes intereses o agendas políticas, o derivado de pugnas al interior de su lucha.

Buscando hacer justicia, yo diría que si bien la derecha la tiene “más clara”, también la tiene más fácil: ellxs buscan mantener su estatus quo, el orden natural de las cosas. Nosotros cuestionamos su verdad, incomodamos su confort con nuestra llegada; pero sobre todo, los confrontamos con sus propias mentiras, sus vilezas, y aún más con su deseo. Les arruinamos el plan.

RM

Pero no podemos desestimar que el mundo se ha diseñado a través de su mirada y han construido instituciones para legitimarla, tales como la iglesia, el estado y el mercado. y es que ellas han sido el mecanismo de desigualdad por excelencia: partir la sociedad en dos. Desigualdad entre hombres y mujeres, negros y blancos, indios y civilizados, ricos y pobres, locos y sanos, heteros e invertidos sexuales.

En los últimos dos años ha sido Mauricio Clark, el ex-gay que tiene detrás de él a “empresarios, líderes católicos, líderes pastorales y de otras religiones” (según él mismo ha confesado en conocido programa de televisión matutina), el títere de una maquinaria mortífera y reaccionaria, que día a día se fortalece y busca posicionar sus límites en nuestras vidas. ¿Y los gays tienen la culpa? 

En estos días se ha vuelto común leer o escuchar a Mauricio Clark presumiendo frívolamente de sus hazañas de homosexual, nombrando todo su exquisito repertorio de prácticas sexuales: sexo anal, sexo oral, tríos, orgías, bareback, cruising, cuartos oscuros, anon sex, chemsex, y toda una gama de prácticas sodomitas que sólo le provocan a unx que se le haga agua la boca. Tal y como leí en Facebook hace unos días, lo problemático es que en lugar de identificar la raíz de su infelicidad en cuestiones de salud mental o abuso de drogas la ubica en su homosexualidad. Equivocado total. Ahora, inmediatamente después de antojarnos, afirma que “la homosexualidad son carencias afectivas sexualizadas”.

No quiere enteder que es la homofobia y no la orientación sexual lo que provoca una serie de problemas entre la comunidad, a nivel psicosocial; homofobia alentada en discursos como los de él. Patético. Afortunadamente, la ola de respuestas ante tan insensato comentario no se hizo esperar. Sin embargo, lo preocupante es que todavía hay personas de la diversidad sexual -yo pienso particularmente en gays- que en su noble afán de defenderse de los ataques, reafirman que, si bien es cierto que existen gays que realizan esas prácticas, también los hay aquellos que son decentes y que tienen una vida más o menos heteronormada y de pequeñoburgués, ya saben: profesionista, estable, casado o con pareja, con familia y sin vicios. 

Creo que el problema radica en que hay una parte importante de la discusión que se desvía hacia ese punto: en demostrar si somos o no lo suficientemente decentes como para caber dentro de la sociedad. Esos grupos de derecha a los que hace referencia Clark están logrando su propósito: los gays que se defienden afirmando que sí los hay decentes, están afirmando consiente o inconscientemente, como consecuencia, que también hay gays indecentes. Es decir, están logrando escindirnos como colectivo. Implicar que alguien es indecente debido a sus prácticas sexuales o uso de sustancias es llevar la discusión sobre qué gays sí merecen ser aceptados y cuales no. Nuevamente, otra dicotomía.

¿Y si hubiera quien hace del goce sexual su prioridad en la vida? ¿y si ese alguien -sea mujer o persona de la diversidad sexual- quisiera decidir sobre su cuerpo, su sexualidad y sus deseos con autonomía ¿cuál sería el problema? y aún más interesante, ¿cuál sería la respuesta de esos gays? (me interesa saber la respuesta de un gay porque la del ex-gay ya la conocemos). ¿Acaso su respuesta sería igual o diferente a la de Mauricio Clark? Por favor, reflexione bien antes de responder.

Hay un asunto de fondo en el terreno de lo moral y es que todavía no hemos tomado suficiente distancia crítica de los sistemas que instituyen ordenamientos y regulaciones sobre nuestros deseos, cuerpos y sexualidades. O los trascendemos en nuestra práctica sexual, íntima (porque como dijera alguna vez Josefina Vázquez Mota, nos encanta el cuchicuchi,) y nos obligamos a creer, como para mantener la esperanza viva, que existe y alcanzaremos un estilo de vida diferente que es más deseable, más decente. Aunque en el fondo no queramos sacrificar nuestras deliciosas prácticas sexuales

Sin importar nuestra orientación sexual, identidad de género, cuerpo, ni el tipo de trayectorias sexuales que tengamos, siempre hay que estar seguros de que merecemos un trato digo y respetuoso. Tal vez sea por ese trasfondo moral que venimos cargando lo que nos parece más importante, más útil, más cercano o más fácil que nuestra lucha busque reivindicar el derecho al matrimonio, a la familia, a la adopción o inclusive a tener una identidad (de género). De tal modo, que pesan menos en nuestra agendas políticas el derecho al aborto (sí, lesbianas, bisexuales y hombres trans también abortan), los derechos de las putas, la no criminalización del VIH, la discriminación que nos impide tener trabajos bien remunerados, vivienda digna, salud y educación de calidad y seguridad para evitar la violencia hacia que nos cuesta tantas vidas de mujeres y tantas vidas diversas. 

Creo que ese trasfondo moral sigue estando vigente en nuestras agendas políticas de los movimientos LGBTI+, no porque el matrimonio no sea un asunto importante, sino porque -digamos-, que podríamos tal vez atrevernos a considerar que es más estratégico procurar las condiciones de bienestar mínimos para la subsistencia de una gran parte de la población LGBT+.  Interseccionalidad, le dicen.

Todas las luchas son valiosas. ¿Pero qué es lo que nos motiva a priorizar la resolución de ciertos asuntos respecto de los demás, inclusive cuando éstos últimos parezcan, por así decirlo, más vitales? ¿Cuáles son los elementos del orden de lo ético, moral y político, que consideramos al realizar esta elección como personas y como comunidad? Estas y otras preguntas resultan pertinentes para que, además emprender acciones de incidencia, cuestionemos nuestras propias bases de nuestra acción.

 

Miguel Corral (Tijuana, 1983) es marica, militante por los derechos de la disidencia sexual y el VIH, maestro en Estudios Culturales por El Colef. Actualmente estudia el Doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM y forma parte del Seminario de Investigación Avanzados en Estudios del Cuerpo. Es co-presidente del Comité Binacional de VIH/sida e ITS San Diego-Tijuana, Vocal Titular ante el Consejo Nacional de Sida y Secretario de la Asociación de Ex-Becarios de la Embajada de Estados Unidos en México.

Contacto
e-mail: miguel.corral@comunidad.unammx.
Twitter: @elmaikco.

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