Mientras cae la ceniza

“Mientras cae la ceniza” de Salvador Martínez Rebollar forma parte de la convocatoria “Esta tierra” de libraria
Voz: Salvador Martínez Rebollar

Por Salvador Martínez Rebollar

–¿Cuánto coraje nos guardaban los volcanes para soltarlo así, en forma de tanta ceniza?

Abrazo a la abuela antes de ir por otra cobija para cubrirnos. ¿Coraje por qué? En retrospectiva, vivir cerca de dos volcanes nunca fue buena idea, pero acá le tocó nacer a la abuela, a mis padres y a mí y no había pasado nada en todos estos años. Por generaciones se pensó que los volcanes quedarían dormidos para siempre.

–Porque han visto mucho, igual y ya se cansaron.

¿Cómo se van a cansar de dormir? Incluso con la ventana tapada por el humo puedo ver a los volcanes y, escuchando a la abuela, sí parece que sacan su furia acumulada en forma de lava. La dosifican mientras cae la ceniza.

–Igual y los despertamos. A veces despertaban un rato. Ninguno hacía mucho, echaban humo, muy a veces. A mí me tocó que cayera ceniza y ese día todo se pausó, yo estaba más chica que tú, paramos todo ese día, pero al siguiente la ceniza se fue. Ahora que no deja de caer no entiendo por qué hace tanto frío, si el cielo está ardiendo.

Le digo a la abuela que los rayos de sol no pueden llegar por el humo, que por eso tuvimos que comprar lámparas de focos grandes y calefacción, en los últimos momentos del mundo que funcionaba a base de compras. ¿Ya qué importan las emisiones si de todas formas el cielo siempre está negro y la temperatura solo baja? Le digo que es muy probable que así se murieran los dinosaurios.

–Ay, hija, ¿cómo va a ser? Ya de por sí suena muy loco lo del meteoro, que ahora se murieron por las cenizas.

Por las cenizas, el frío y la atmósfera, abuelita. Antes de que me deje terminar, aclara que de por sí no está segura de los dinosaurios y empieza a reír, diciendo “meteoro” tantas veces como pierde el sentido. Regreso con la cobija y me pongo a lado de ella para cubrirnos. Me acurruco a su lado, la rodeo con mis brazos cubiertos por la manga larga y la cobija, y pienso qué sería peor, si quedarnos como estamos o que nos cayera un meteoro. ¿Qué preferirían los dinosaurios?

–Meteoro, mete-oro, meteoro, mete-oro…

Meteorito, mete-orito, meteorito, mete-orito… La abuela sigue riendo mientras yo la abrazo con más fuerza, el calor es lo poco que nos podemos compartir. Su risa incrédula me gusta, le sale cada vez mejor. Se sabe de memoria mis respuestas y las contesta casi sin variar las palabras. Aunque yo sé que estoy en lo correcto, también le creo a la abuela y la abuela me cree. Hablamos de lo que pudo haber pasado porque en el mundo ya no pasa mucho. Parece que nuestra conversación lleva tanto tiempo como los años que los volcanes durmieron; probablemente es así, cuando el cielo está cubierto de humo y cenizas es difícil diferenciar el día y la noche. Pasamos las horas contradiciéndonos porque es lo único que nos queda mientras esperamos que la temperatura descienda al umbral negativo y la ceniza toque fondo.

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Salvador Martínez Rebollar. Estudiante de la Maestría en Producción Editorial. Asistente en Astrolabio Editorial. Licenciado en Letras Hispánicas por la UAEMor. Editor y cofundador de la revista Trepanación. Escribe cuentos de diversas temáticas.

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