Oscuro viernes de Tijuana

El incendio de un camión de transporte público en Mexicali ya estaba en mi teléfono, videos, fotos, la nota por publicarse

“Celebraremos a Rafa”, dijo Ale, la emoción corría por mis manos y encendían un cigarro sobre la acera frente a mi casa. “Cuídate mucho, hijo”, dijo sonriente mi madre desde la puerta.

El incendio de un camión de transporte público en Mexicali ya estaba en mi teléfono, videos, fotos, la nota por publicarse. También el de un taxi de ruta sobre la calle Segunda del Centro de Tijuana.

Ocurrió otro en el periférico, casi en el Cañón Las Palmeras. Fui enterándome de los incendios conforme los pasos me acercaban a la casa de Alejandro y el cigarro iba cayendo sobre la acera en cenizas. 

“Wey, ¿ya viste cómo está el rollo?”, al otro lado de la línea estaba un Alejandro peleando con sus tres gatos, “sí, traete una caguama y vemos si bajamos al centro”, dijo. Al llegar a la esquina de una calle que conecta con el cañón Las Palmeras confirmé por el tráfico que sí había pasado.

Caminé hasta el oxxo más cercano a la casa de mi amigo, entré y fui directo por una caguama, pedí unos cigarros, pagué y continué a mi destino. “Amiga, creo que no iremos al centro, se está poniendo muy cabrón el pedo”, dije en un mensaje de voz a Jacquie, mientras Alejandro me abría la puerta de su casa.

A lo lejos, se escucharon las sirenas de unidades de rescate o seguridad; una tras otra, iban y venían, estoy seguro de haber escuchado balazos al menos a un kilómetro de distancia, pero también pudo ser la histeria colectiva que me hizo confundir cualquier ruido con un disparo, porque no se confirmaron ataques armados.

“Tengo que armar una nota de lo que está pasando”, dijo mientras yo servía la cerveza en un par de vasos, “simón, no hay pedo”. Nos sentamos sobre el sofá, buscando información, revisando cada chat de nuestros trabajos, el de bomberos, el del Gobierno del Estado, de seguridad, de la FGE.

En el chat de jóvenes periodistas, todxs preguntaban por la ubicación de lxs otrxs. Lo mismo ocurrió en mis chats de la universidad, “cuidense mucho”, decían. Mi madre insistía “no vayan a salir”, “no mamá, acá nos vamos a quedar”, le aseguré.

Nos fuimos enterando de los otros incendios; sobre el periférico, en la calle Segunda, en el Pacífico, en los altos, en el Salinas, en el Aguacaliente; Tijuana ardía.

Luego nos enteramos de que en el Sauzal, Ensenada, un tractocamión también fue incendiado; en Rosarito también ocurrió, igual que en la carretera Tijuana-Tecate.

Alejandro escribía su nota, yo dictaba las locaciones de cada incidente. Luego me puse a editar un video del tema.

“Vamos por cheve al Oxxo”, eran casi las diez de la noche, quizá ya eran las diez, pusimos tres envases de caguamas en una bolsa roja y caminamos unos metros, estaba cerrado, el de unas cuadras después, también cerrado.

“Vamos al Calimax”, nos subimos al Ramón –un carro negro de marca alemana con mucha historia–, al embarcarnos sobre las calles de la Herrera, nos topamos con unas cinco patrullas, todas con los estrobos prendidos, dimos vuelta una cuadra antes, el Calimax estaba cerrado, fuimos a la Ley, donde a pocos metros estaba una unidad de la Guardia Nacional con elementos armados, también estaban cerrando; otro oxxo cerca, cerrado.

Sobre la calle habitada por patrullas está una tienda, me bajé con la bolsa roja, pero el señor solo dijo “no vendo, y si vendiera no son horas”. Regresamos a casa de Alejandro.

Nos sentamos en su sillón, veíamos las noticias, platicamos de poesía, de lo que estaba pasando afuera, mientras por la calle –que en un día común estaría casi desierta– se escuchaban los carros que tomaban vías alternas porque el tráfico era imposible.

Íbamos a ver una serie, pero por alguna razón nos pusimos a leer nuestros escritos, poesía y cuentos, luego a mostrarnos antiguos proyectos como la revista Páramo en la que hace unos años Alejandro trabajó con sus amigos de la Ciudad de México.

A las dos de la madrugada nos llegó un mensaje en el chat del Gobierno del Estado, un video de facebook donde la gobernadora “informó” de la situación, sin embargo no dio dato alguno de lo que pasó o estaba pasando, se limitó a decir que “estamos trabajando”.

Nos dieron las tres, ninguno lo dijo, pero estoy seguro que como yo, dentro de mi amigo también había una angustia que no dejaba conciliar el sueño. 

Por la mañana salimos en busca de unos tacos de birria. Las calles eran transitadas por carros, no vimos patrulla alguna, siendo que en la zona habían ocurrido al menos dos incidentes.

Nos sentamos en la barra del puesto pequeño a desayunar, mientras en la bocina sonaba “dont worry, about a thing, cause every little gonna be alright”, en un loop que acrecentaba la sensación de estar en el limbo, todos estamos muertos, esta vida no es real.

No celebramos a Rafa, ciertamente no celebramos nada, porque ese viernes de oscuridad, una oscuridad de panteón que apenas se alumbra con velas siniestras, nos rompió algo dentro, cada tramo de calle recorrida era un susto, como estar en un lugar desconocido, como si toda persona nos quisiera muertos.

¿Con qué seguridad podremos recorrer las calles de la ciudad luego de esto?

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