Hace unos años, antes de la pandemia, el cruce fronterizo era común para muchos de los que disfrutamos (a contadas veces) de ser mexicanos.
Uno de esos años pasados, años esfumados en la memoria por lo largo de esta cuarentena, me tocó ir a visitar a unos amigos sandieguinos.
Ya de noche, cansado de hablar, de caminar y de beber, me tocó cruzar a pie. Mis amigos me dejaron en la vieja entrada de San Ysidro.
Caminé, un aparente largo camino, alargado quizá por el cansancio, quizá por estar totalmente de subida y con vueltas mareadoras.
Helaba, casi tanto como estos días primeros de enero, traía mi saco, porque cuando vas a los yunaites hay que andar de gala, bien bañados y limpiecitos.
Cuando iba caminando ese monte de concreto me pasaban por la mente pensamientos de alerta: “¿Y si me asaltan? ”, “¿si me pasa algo? ”, porque ese camino de noche es tenebroso.
Las lámparas alumbran pocos metros y el contraste entre las sombras de los senderos desérticos y las luces de la modernidad, te sumergen en una película Noir, te sientes un espía ruso apunto de terminar tu misión.
Terminando el viacrucis noté una fila de personas esperando cruzar a Tijuana. “No me jodan, hice línea para entrar y ahora tengo que hacer para salir”.
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Me fui acercando y me di cuenta que los que estaban ahí formados eran gringos y yo tenía que entrar por otro lado, por la fila VIP para mexicanos.
Mientras más cerca estaba de entrar al edificio, más escuchaba una voz de mujer gritando con furia, como madre regañando a sus hijos en el sobreruedas. Alcancé a entender que pedía papeles para cruzar.
Nervioso porque me la hiciera de pedo, cómo cuando cruzas de TJ a SD, saqué mi INE y mi pasaporte, pero cuando me acerqué a la migra mexicana solamente me miró y sonrió como quien da la bienvenida.
Ahí entendí, soy mexa, sentí el privilegio de serlo, ese privilegio que los gringos sienten cuando cruzan al otro lado y hasta se la hacen de pedo a los migras estadounidenses.
Soy mexa. Sin entender lo que esta sensación significaba seguí caminando con una sonrisa que a cada paso se iba desvaneciendo. Porque mientras más lejos estaba de esa fila de gringos, menos entendía lo que había pasado, lo que significaba ser mexicano. Me sentí mal por estar feliz a costa de los gritos a una fila de gringos.
¿Será que es la venganza de la migra mexa tratar así a los extranjeros?, ¿así entrenan en la academia mundial de migras?, ¿Le habrán hecho algo los gringos a aquella migra mexa?, quizá le negaron la visa, o deportaron a algún familiar arruinando la vida que ya había construido de aquel lado.
Aún no sé qué fue, pero me sentí mexicano conscientemente por primera vez, y se sintió bien chafa que fuera por eso.
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