Ubicó en la terraza una pequeña jarra para que el sol la llenara. Cuando estuvo repleta la tomó y esparció en vano la luz dentro, no duró mucho, se desvaneció.
Linotipia invita a participar en nuestra segunda convocatoria abierta para formar parte de nuestra sección literaria en la primera mitad del año 2020.
«Respetable publico, ¡lucharááán!… a dos de tres caídas, sin límite de tiempo. En esta esquina, conocido como el kamikaze del ring, Stuka… JR, el joven gladiador ¡Titán! Y el niño maravilla de la lucha libre, el campeón de peso ligero, ¡Dragon Lee! En la otra esquina, en el bando de los Ruuudos, está el guerrero lagunero, Últimoo Guerrero, en compañía del soberano de la maldad, ¡Euforia! Y ante la incógnita del destino llega, ¡Niebla Roooja!».
Si hubieras puesto un poco más de atención hubieras podido notar que ese hombre te estaba siguiendo, pero eso no pasó.
“La reina salió de su morada, decidida a encontrar a su hija. Dejó atrás el trono y puso al reino entero a unirse a la búsqueda. Algunos iban de pueblo en pueblo con los anuncios en mano tocando puertas y preguntando si habían visto a una joven de 16 años, de cabello color castaño, estatura de 1.57 m y que cuando se le vio por última vez traía puesto un vestido color celeste”.
“Una vez me bajé del taxi me di cuenta de que estaba oscuro y no había nadie. Me enfoqué en seguir caminando deprisa. En un momento, sentí un escalofrío y me abracé a mí misma, volteé hacia atrás y me di cuenta de que no muy lejos de mí había un hombre caminando”.
En eso, tu celular vibró. Un mensaje de tu amiga, una invitación. Lo tomaste, leíste. “¡Amiga! Te vi en el colegio hoy, no te veías muy animada… Hay que salir ¿sí?” Lo consideraste un momento, y al fin decidiste. ¿Qué cosa podría pasar?
Cuando era niña pensaba que las personas cuando mueren, pueden ver cómo la vida sigue, pero yo no veo más que el interior de esta horrible y apestosa maleta.
«Lo llaman Tío Mario, pero él no está tan seguro de que ese sea su nombre».
Alberto asiente con un Sí agobiado. Apenas alcanzo a tocar sus dedos con mi mano derecha. En voz baja y tratando de esconder el dolor le digo: “Ya ni la bañada”. Los dos no reímos un poco y tosemos por el exceso de polvo.