Calentar las bases

Si usted, mi amado lector, pertenece al grupo de personas al que le da risa ver las ridiculeces que realizan los políticos con tal de conseguir su voto (pero bajita la mano tiembla de miedo ante el obvio despeñadero al que se dirige nuestra democracia) los siguientes 60 días serán como Halloween y Navidad combinados.

Si usted, mi amado lector, pertenece al grupo de personas al que le da risa ver las ridiculeces que realizan los políticos con tal de conseguir su voto (pero bajita la mano tiembla de miedo ante el obvio despeñadero al que se dirige nuestra democracia) los siguientes 60 días serán como Halloween y Navidad combinados. 

En mi corta carrera periodística he tenido la oportunidad de presenciar dos procesos electorales, por lo que para este tercero me he preparado. Espero encontrar las similitudes que se dan cuando los calendarios se dirigen vertiginosamente hacia el verano.

A tan solo 90 días de la elección, los viejos lobos de mar ya han mostrado sus decrépitos rostros para dar el banderazo oficial, lo que representa un buen momento para señalar una de las prácticas más absurdas de la política mexicana.

Es quizás una verdad de Perogrullo que en México la izquierda y la derecha solo existen cuando es tiempo de campañas, ya que durante el tiempo de gobierno los políticos están demasiado concentrados en el siguiente proceso electoral, por lo que optan por no hacer enojar a nadie y prefieren navegar de manera gris en la mediocridad del centro. 

Pero en tiempos de campaña, para asegurar que sus seguidores crean que están de su lado o para conseguir la mayor cantidad de primeras planas y trending topics, los candidatos renuevan su interés por los ideales políticos, por lo que parecen Juan Escutia al amarrarse una bandera que no volverán a tocar hasta que el tiempo se los indique.

A este desagradable fenómeno le llamaremos, si usted me lo permite amado lector, “calentar las bases”. 

Para prender el boiler con el cual jamás se han de bañar, los políticos utilizan algunos términos que claramente no entienden, pero saben que producen la mayor cantidad de euforia o pánico en el público. 

Usted amado lector sabe a qué términos me refiero. Cuando se es de derecha, es típico escuchar sobre el malvado “socialismo” o lo que ellos creen que es el socialismo. 

Estoy seguro que algunos de los políticos pertenecientes al PAN (el naranja o el naranja local) vieron cinco minutos de un documental sobre la vida de Hugo Chávez y un video de YouTube recopilando todas las historias sobre socialismo que ha hecho Chumel Torres y Loret de Mola; considerándose así como catedráticos en la materia. 

Aún con su astronómica falta de información, los candidatos saben que su público sacará el rosario y la antorcha al momento que escuche la palabra socialismo, lo que les funciona para sus fines políticos. 

De la misma manera, aquellos que creen que hablar de pobreza y el pueblo significa ser de izquierda utilizarán las palabras mágicas: “Neoliberalismo” y “los conservadores”. No importa que ellos mismos estén a favor de las ideas del neoliberalismo o que lo único que le vean de malo a la derecha es que son los “enemigos” del presidente.

En este sentido, ambos lados de la moneda caen en los mismos vicios, por lo que, una vez acabado el proceso electoral, no harán mención de sus “ideales”, sus banderas se volverán grises, los grupos marginados a los que juraron proteger se quedarán desprotegidos y los cambios masivos en legislación se volverán a guardar para una siguiente elección. 

Le doy énfasis a este tema mi amado lector, pues soy de aquellos que consideran que el voto es un tipo de contrato entre la población y aquellos que se dicen representantes de la misma.

Si usted, como yo, asistirá este 6 de junio a la casilla para cumplir con su deber cívico, usted acepta que cierto individuo lo represente ante las estructuras de poder y al darle ese poder, usted, como yo, está en su derecho exigirle a aquellos que lleguen al poder que cumplan sus abundantes listas o en el peor de los casos que lo intenten.

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