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Tribuna
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“Un análisis publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) informa que en total, 178 millones de jóvenes trabajadores de todo el mundo laboran en los sectores más afectados al surgir la crisis”.
Es muy injusto -cuando el acoso se vuelve el lugar común- que todo gire a cómo le hace uno para pasar desapercibido y evitar la violencia: modular la forma de caminar, andar más rápido, ocultar el timbre agudo de la voz.
La guerra está entre nosotros, somos mercenarios que no se inmutan por quien muere en ella. Contribuimos al caos cada vez que no decimos nada, que no la nombramos.
El entretenimiento en streaming ha dejado atrás su adolescencia. Las plataformas de video on-demand lideradas por Netflix se pasaron la segunda mitad de la década anterior en generar y fidelizar bajo la bandera de la conveniencia a su público –qué lejos quedan aquellos envíos de DVD´s–, el cual se aferraba a la piratería normalizada de la primera mitad.
La guerra continua ha desgastado las relaciones de cooperación entre una generación y otra. La generación X ahora, somos el enemigo y los niños de la guerra aún no lo saben, pero deberían temernos.
Corría el año de 2016 cuando me aventuré a los bajos mundos de la UNAM, todavía como estudiante de periodismo decidí exponer una de las peores mafias que dañaron a la “Máxima casa de estudios”, la venta de drogas. Aún no se destapaba la cloaca del narcomenudeo, era algo que todos, dentro y fuera de CU sabíamos, pero nadie había querido exponerlo.
La diferencia entre guerra y revolución son sus ideales. Es cierto, una revolución es una guerra contada desde la visión de los vencedores. Es una muerte utópica donde se da la vida por un ideal. Los personajes de Star Wars no son revolucionarios, pero sí idealistas.
Medio siglo parece mucho, pero basta analizar con un poco de detalle –y dar el crédito correspondiente desde una perspectiva objetiva– para dar cuenta del monstruo que a día de hoy muchos seguimos ninguneando y haciendo menos gracias a exponentes como el baile del Fortnite o esos que van jugando al Pokémon Go.
¿Qué más se puede esperar de un producto capitalista si no es la idealización de una circunstancia igual de penosa que sus antecesoras en aras de persuadirnos a la obtención de ese estímulo?
¿Por qué no bajarle el sueldo al rector, Daniel Octavio Valdez Delgadillo en lugar de vender el patrimonio universitario? El doctor/rector gana 57 mil 621 pesos más que el presidente de la República. Austeridad ¿dónde?